Mas alla de la luna: La leyenda de Mein Yin.

Capítulo 56

Mientras tanto, en el salón del banquete, todos disfrutaban del espectáculo ofrecido por las hermosas bailarinas. La atención estaba centrada en la música, el vino y la celebración. Sin embargo, minutos después, Wong Chuye notó una ausencia que no podía pasar por alto. Yin ya debía haber regresado y, sin embargo, aún no aparecía.

Desde su asiento, hizo señas a Xiao Ba, que se encontraba a unos pasos de distancia, demasiado entretenido con la compañía de una joven para percatarse de nada.

—¡Hey! —susurró Chuye en voz baja, tratando de no llamar la atención—. ¡Xiao Ba!

Tuvo que insistir un poco más hasta que finalmente Xiao Ba alzó la vista.

—¿¡Qué quieres!? —respondió, algo molesto.

Chuye soltó un suspiro y desvió la mirada, ignorando su actitud.

—¿No has notado algo raro?

Xiao Ba observó a su alrededor, frunciendo el ceño. Después de unos segundos, respondió:

—Tienes razón... ¡Se acabó el vino!

Chuye cerró los ojos, frustrado.

—Yin tiene razón al no soportarte...

—Espera... ¿Dónde está Yin? Se suponía que debía estar aquí hace varios minutos.

—¿Ah, sí? No me digas —comentó Chuye, arqueando una ceja.

—¡Sí! ¿Y si le pasó algo en el camino?

—Es lo que estoy pensando... Aunque lo dudo.

—Será mejor que vayamos a buscarla —propuso Xiao Ba, poniéndose de pie. Chuye asintió. Ambos salieron del salón tranquilamente, saludando con una sonrisa a quienes los miraban para no levantar sospechas.

Una vez fuera de vista, aceleraron el paso hasta llegar a la habitación que Jin Hao había preparado para Yin.

—No está —dijo Xiao Ba, al no encontrarla dentro—. Tampoco la vimos en el camino.

—Debe haberse desviado... —murmuró Chuye, con el rostro ya cargado de preocupación.

Decidieron entonces recorrer los pasillos, revisando con rapidez cada rincón. Tras unos minutos, llegaron a una zona apartada, donde se alzaba una habitación completamente aislada. Dudaron si entrar o seguir, pero el instinto pudo más que la lógica.

Mientras tanto, dentro de aquella habitación, Yin permanecía inmóvil. Frente a ella, una figura que no había visto en años mantenía una sonrisa maliciosa dibujada en el rostro.

—¿No estás feliz de verme? —preguntó con voz irónica.

—Yu... Yuher... ¿Qué estás...?

—¡¿Yin?! —la voz de Chuye interrumpió la tensión. La llamada hizo que Yin girara la cabeza apenas un segundo, pero cuando volvió a mirar al frente... ya no había nadie.

—¡¿Yin, dónde estás?!

Xiao Ba fue el primero en entrar y, al verla paralizada en el centro de la habitación, corrió hacia ella.

—¡Oye! ¿Dónde estabas? ¿Por qué estás aquí? —le preguntó, tomándola por los brazos.

Chuye llegó segundos después. Yin no respondía. Seguía de pie, con los ojos fijos en la nada, la respiración contenida y una expresión que hablaba por sí sola. Aunque no decía nada, su mirada lo decía todo. Algo la había sacudido desde lo más profundo.

—Yin... ¿te pasó algo? —preguntó Chuye, acercándose con cautela.

—Yin, dinos qué ocurre, nos estás asustando —insistió Xiao Ba.

Entonces, una lágrima solitaria se deslizó por su mejilla derecha. Era la primera vez que la veían así. Yin jamás lloraba. Nada en este mundo parecía capaz de quebrarla... hasta ahora.

—Yuher... —susurró apenas, como si el nombre le quemara los labios.

—¿Qué dijiste? —preguntó Xiao Ba, buscando respuestas.

—Xiao Ba... —intervino Chuye, poniendo una mano en su hombro—. Yin no está bien. Lo mejor será llevarla a casa.

Pero en cuanto lo dijo, Yin reaccionó con desesperación.

—¡No! —gritó, alzando la voz de forma estérica—. ¡Ella...!

Comenzó a buscar en la habitación como una desesperada, abriendo cortinas, mirando tras los muebles, con el rostro desencajado. Los dos jóvenes intentaron detenerla.

—¡Por favor, cálmate! —rogó Chuye.

—¡Ella no, por favor... ella no...! —gritaba Yin entre lágrimas, resistiéndose a ser contenida.

Xiao Ba la sujetó con fuerza mientras Chuye vigilaba la puerta. No podían llamar la atención: el banquete aún continuaba y nadie debía saber lo que estaba ocurriendo.

—Tenemos que sacarla de aquí. Si alguien nos ve, vendrán los guardias —advirtió Chuye.

Xiao Ba asintió. Entre los dos lograron calmarla un poco, lo suficiente para que no opusiera resistencia. La sacaron por una puerta lateral del palacio, ocultos por la penumbra de la noche. Hacía frío, así que Chuye le colocó su abrigo sobre los hombros. Yin no dijo nada. No protestó. Solo caminaba en silencio.

Abordaron un carruaje y regresaron a la Mansión Mein. Yin fue sentada dentro; los dos chicos, al frente, en silencio.

—Sabía que algo pasaba —dijo Chuye mientras conducía—. Que Yin se ausentara así no es nada normal.

—¿Pero qué habrá visto? —se preguntó Xiao Ba.

—No lo sé, pero dentro de esa habitación... no paraba de decir "Ella no".

Llegaron finalmente a la mansión y acompañaron a Yin hasta su habitación. Xiao Ba preparó té para los tres. Se sentaron en silencio, rodeados por un ambiente tenso.

—Yin... ¿nos dirás qué te sucedió allá adentro? —preguntó Chuye con suavidad.

Yin no respondió al principio. Bebió un sorbo de su té, como si cada palabra que estaba por pronunciar doliera más que la anterior. Finalmente, habló.

—La profecía...

Xiao Ba frunció el ceño. Chuye también se tensó, pero ninguno la interrumpió.

—El Consejo jamás mencionó que nos usarían para activar el sello. Según la profecía, los miembros del Clan debían ser quienes anunciaran el tiempo señalado... No que una de nosotras sería utilizada.

Tomó aire y prosiguió, con voz entrecortada.

—Se suponía que... como portadoras... viviríamos aisladas, protegidas, sin interferencias que alteraran el curso natural dictado por el Rollo Sagrado.

—Yin... ¿qué estás diciendo? —preguntó Xiao Ba, temiendo la respuesta.

—Se suponía que Aitong y sus hombres llevarían a cabo esa tarea... —una nueva lágrima se deslizó por su rostro.




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