Mas alla de la luna: La leyenda de Mein Yin.

Capitulo 58

—¿Encontraste algo? —preguntó Xiao, al notar que Yin miraba fijamente el cuerpo semidesnudo de la joven, mientras intentaba cubrirse discretamente la muñeca izquierda.

Yin dudó unos segundos antes de responder, sin despegar la mirada. —Esperaré el informe de los médicos. Mientras tanto, iré a ver a su madre. —Hizo una breve reverencia antes de retirarse.

Xiao asintió y la dejó marcharse. Un guardia la escoltó hasta los aposentos de la emperatriz. Al llegar, fue anunciada, y Su Majestad permitió el ingreso, pidiendo que todas las personas presentes las dejaran a solas.

La emperatriz permaneció de pie, esperando a su sobrina. Yin entró e hizo una reverencia con solemnidad.

—Alteza... Lamento mucho su pérdida.

Sin mediar palabra, la emperatriz se abalanzó hacia ella, abrazándola con fuerza mientras rompía en llanto. Su dolor era profundo, ahogado, y por un momento olvidó el protocolo. En aquella habitación, lejos de los ojos del palacio, no había razón para fingir fortaleza.

Yin no dijo nada. Solo se quedó a su lado el tiempo que fuera necesario. Sirvió té, y ambas lo bebieron en silencio. No hubo brindis esta vez; no había nada que celebrar.

—...Sabía que esa niña no era de fiar —susurró la emperatriz, rompiendo el silencio.

—La marca en su muñeca no era común por estos lados. Y su irrupción en el evento tampoco fue algo habitual.

—¿Está segura de que esto fue planeado por ella? —preguntó Yin con cautela—. Están examinando su cuerpo... Si fue como usted piensa, ¿por qué planear su propia muerte?

—¿Y si no fue así? ¿Por qué, entonces, el emperador terminó muerto justo tres horas después de su aparición?

Yin bajó la mirada, en busca de una posible explicación.

—Tal vez... ella fue solo una carnada. Tal vez alguien más la usó para llegar al emperador.

—¿Y quién fue el verdadero responsable? —replicó Su Alteza, con desesperanza—. Hay miles de personas en este palacio. Cualquiera pudo haberlo planeado. Será casi imposible descubrir la verdad.

Yin guardó silencio, pero en su interior sabía que los detalles de la escena decían más de lo que todos imaginaban.

—Y esto... esto apenas es la punta del iceberg —continuó la emperatriz—. Ahora viene la cuestión de la sucesión: Xiao o Hao. Como ya sabes, mi primogénito fue exiliado, y eso lo excluye del derecho al trono. Pero Hao... Hao ha dejado claro que no desea gobernar.

Yin frunció el ceño, alerta. —¿No estará considerando poner a Xiao en el trono?

La emperatriz bajo la mirada.

—Es solo un niño, ¡tiene apenas catorce años! Si el Imperio Wei se entera, hará todo lo posible por aplastarlo... y con él, al resto del imperio. Liang y Qi tampoco firmarán ningún tratado de paz bajo esas condiciones. Y usted sabe bien que su alianza es esencial para nuestra supervivencia.

La emperatriz guardó silencio unos segundos antes de dar el golpe final.

—Por eso el emperador arregló tu matrimonio con el estado Liang, Yin.

—¿Qué...? —La revelación la dejó sin aliento. No sabía cómo reaccionar.

—A principios de este año, el emperador consideró que una alianza con Liang era nuestra única salida para evitar una gran hambruna. La única condición que puso el estado Liang fue recibir una esposa: una de las mujeres más bellas del imperio, como consorte del sucesor. Me negué a entregar a mi hija; aún es una niña. No podía permitirlo.

—Y las hijas nobles... —añadió Yin, intuyendo el resto.

—Exacto. Son caprichosas, frívolas... ninguna tenía el carácter que el emperador buscaba. Pero tú... tú eras perfecta. Así que enviamos un retrato tuyo. Para nuestra sorpresa, el primer príncipe de Liang lo aprobó de inmediato. Desde entonces, ha estado organizando el reencuentro.

—¿Está diciéndome que... mi matrimonio asegurará ese tratado?

—No solo un tratado, Yin. Asegurará la supervivencia de toda una nación. —La emperatriz tomó sus manos entre las suyas con dulzura, tratando de persuadirla con la calma de quien ha tomado una decisión irrevocable.

Yin soltó una risa seca, irónica, dolorosa. Era una falta de respeto, sí... pero también un desahogo inevitable. Se sentía usada, sin dignidad. La habían vendido... y ni siquiera le habían informado del precio.

—Entonces... por eso querían casarme tiempo atrás...

—Y la boda sigue en pie —continuó la emperatriz—. Pero cuando caíste en cama tras el accidente, el príncipe de Liang prefirió no presionarte. Aun así, al enterarse de tu recuperación, el emperador ordenó reiniciar los preparativos para su visita.

—Alteza... yo...

—Disculpe, Su Majestad —interrumpió un guardia desde la entrada—. El erudito Thao ha venido a verla.

La emperatriz frunció el ceño, claramente fastidiada. Lo hizo pasar. Yin, aprovechando la interrupción, se levantó y se despidió con una reverencia.

En la entrada, se cruzó con el viejo Thao, quien también la saludó con una leve inclinación.

—Saludos, señorita Yin.

—Erudito Thao —respondió con cortesía, devolviendo el gesto—. ¿Pudieron resolver el acertijo del emperador?

—Estamos trabajando en ello —respondió con tono seco—. En cuanto lo resolvamos, se lo comunicaremos a usted y al resto de los nobles.

Aquel anciano siempre le causaba una mezcla de respeto y desconfianza. Su presencia era intimidante, y su mirada... lejos de enamorar, inquietaba. Tragó saliva con incomodidad y siguió su camino, despidiéndose con amabilidad forzada.

En su regreso, pasó por el mismo salón del banquete de horas antes. Estaba vacío. Silencioso. Se detuvo en el centro de la sala, como si sus recuerdos aún danzaran en aquel espacio.

La imagen de la joven bailarina girando con gracia, captando la atención de todos, volvió a su mente. Los aplausos, las exclamaciones. El emperador, hipnotizado. Todo había parecido tan normal. Pero no lo era. Algo se estaba escapando.

La marca en la muñeca... solo significaba una cosa. Pero, ¿por qué una discípula de Aitong viajaría hasta aquí solo para acostarse con el emperador?




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