En el salón se encontraban ambas hermanas. Cada una sostenía emociones distintas, pero unidas por la misma sangre, por un pasado que las conectaba de maneras inevitables. Vidas supuestamente iguales, pero que en realidad resultaron opuestas en cada detalle.
Yin respiró hondo. Supo exactamente qué decir, supo qué necesitaba escuchar su hermana. A su lado, ya no tenía que fingir. Dejó escapar un suspiro antes de hablar:
—Es verdad... puede que no tenga alma, puede que estemos aquí por mi culpa, puede que todo lo que estamos viviendo sea una consecuencia de mis decisiones. Pero un día me lo agradecerás, Yuher. Porque, al menos para mí, hemos vivido durante miles de años encerradas en una prisión a la que fuimos obligadas a llamar "hogar".
Su mirada se endureció, mientras su tono adquiría un matiz de furia contenida.
—No sabes los siglos que pasé tratando de romper esa barrera. Esa jaula me enfermaba, me carcomía día y noche... y todo por culpa del "amor".
Todos en el plano espiritual sabían que la unión entre una Diosa celestial y un Dios demonio era estrictamente prohibida. El hecho de que nuestra madre decidiera entregarse a esa aventura merecía la muerte sin lugar a dudas. Pero aun así, se atrevió a dar a luz a tres hijas.
—Y aquí estamos nosotras... pagando el castigo que debió ser suyo. ¡Aquí estoy yo! Pagando su miseria. ¿Y todo? Por culpa de un sentimiento. Por culpa del amor. Eso fue lo que la llevó a la muerte.
Yin apretó los puños.
—¿Yo? No, ja ja... yo no la maté. La mató su egoísmo, su ironía. Pensar que podía seguir siendo la diosa lunar después de todo lo que hizo... Verla actuar como si nada hubiera pasado, como si no nos hubiera condenado, me enfurecía. ¿Cómo alguien puede vivir tan tranquilamente después de arruinar la vida de sus propias hijas?
Respiró profundo.
—Lo que hice, lo hice por nosotras. ¡Yo no merezco vivir encadenada, disfrazada con cadenas de oro! Y menos mis hermanas. Haré todo lo que esté en mis manos para enmendar ese error... y nadie se interpondrá en mi camino. Si las cosas deben hacerse de esta forma... entonces así será. Porque yo lo he decidido.
Después de hablar, Yuher se acercó a paso firme. Yin lo supo al instante: sabía qué buscaba su hermana. Pero a estas alturas, ambas manejaban el mismo nivel de energía espiritual. En ese salón, ninguna era más fuerte que la otra.
—¿Y te has puesto a pensar en tu familia? ¿En tus amigos? —preguntó Yuher, señalando hacia el exterior—. Ellos también sufrirán el mismo final que nosotras. Y ellos son inocentes, Yin. No tuvieron una madre traidora. No vivieron mil años encerrados tras una barrera eléctrica. No tuvieron que inventarse amigos para no enloquecer. No lloraron durante siglos para que algún dios escuchara sus plegarias... Ellos no vivieron en el olvido. Son inocentes... ¿También morirán?
—Ellos... solo son humanos.
Yuher sonrió asintiendo con la cabeza. —Entonces prepárate. Porque acabo de ver tu futuro... y ya anhelo vivirlo —susurró con una sonrisa retorcida mientras caminaba hacia atrás. —El tiempo ya empezó, Yin. Date prisa con tu parte.
Una nube de humo rojo envolvió su cuerpo. En cuestión de segundos desapareció, disolviéndose en el aire como si nunca hubiera estado allí...
La habitación parecía cargada de tensión, pero por un instante, Yin cerró los ojos... y un recuerdo del pasado emergió como una luz cálida en medio del abismo.
Era una noche fría en los campos de entrenamiento. Las tres niñas dormían juntas, abrazadas bajo una vieja manta remendada, compartiendo el calor de sus cuerpos mientras afuera el viento aullaba como una bestia hambrienta. Yin, con solo siete años, sostenía la mano de Yuher, mientras Yun, medio dormida, murmuraba nombres de estrellas.
—¿Crees que algún día viviremos libres, Yin? —susurró Yuher, con la voz quebrada, tan distinta a la mujer segura que era hoy.
Yin no respondió enseguida. Miró el techo de madera astillada, imaginando un cielo más allá de la prisión. Luego, respondió en voz baja:
—Cuando seamos fuertes... nadie podrá encerrarnos de nuevo.
Yuher soltó una risita suave, y la abrazó más fuerte. Aquel momento, tan simple, las había unido para siempre.
Yin volvió al presente, y por un segundo, la rabia que sentía se mezcló con una nostalgia dolorosa. Aquella Yuher de la infancia... aún vivía dentro de ella...
Pero, aún debía darle fín a este misterio. Me dirigí con rapidez hacia la habitación del emperador. Necesitaba encontrar la pista que había visto dentro de la mente de Yuher. Ella no había sido la responsable de ese asesinato.
Al llegar, los cuerpos ya habían sido retirados para la autopsia. Las sábanas manchadas de sangre habían desaparecido. Todo había sido limpiado con minuciosa precisión, siguiendo las órdenes del segundo príncipe.
Comencé a revisar los alrededores, en busca de algún detalle olvidado. Fue difícil: habían limpiado tan bien que la habitación parecía intacta. Impecable. Casi como si ningún crimen se hubiera cometido allí.
—¿Qué haces aquí?
Me giré y vi a Wong Chuye en la entrada.
—Vine a buscar algo. ¿Y tú?
—Xiao me pidió que coordinara los asuntos pendientes. Cuando pasé por aquí, escuché ruidos... así que quise ver quién estaba.
Después de su explicación, entró lentamente en la habitación.
—¿No estabas con la emperatriz?
—Sí. Hasta que Thao pidió hablar con ella en privado.
—¿Thao? ¿El erudito?
Asentí con la cabeza y di media vuelta para seguir buscando.
—De camino hacia aquí, empecé a analizar cómo quedaron los cuerpos. Había muchos detalles inusuales. La mujer al lado del emperador era la misma que irrumpió en la danza durante la fiesta.
—Eso lo sabemos todos...
—Lo que no saben es que ella... pertenecía al mismo clan donde yo crecí.
Me agache, y al deslizar su mano debajo del mueble, sus dedos tocaron algo metálico. La sacó con cuidado. Era una peineta de adorno rosado, tallada con flores delicadas. A simple vista parecía un objeto hermoso, femenino... inocente.