Mas alla de la luna: La leyenda de Mein Yin.

Capitulo 62

Mientras observaba a Yin desmontar aquella peineta como si se tratara de un rompecabezas, sentí esa presión otra vez en mi estómago, esa presión nerviosa que me molestaba por que no sabía cúal sería su próximo movimiento.

—Yo también soy una —dijo, mostrando su muñeca con aquella marca grabada.

Una corriente invisible me atravesó el pecho. Era como si esa marca, esa voz, esa presencia... me hablara desde otro lugar.

observó la marca en la muñeca de Yin con un silencio que se volvió demasiado pesado, como si no supiera si debía sentirse más asombrado... o más herido.

Ella volvió a cubrirse con la manga de su túnica, ocultando no solo la marca... sino también su historia.

—Debiste decirmelo antes. —dijo él, en voz baja, casi susurrando.

—¿Para qué? —replicó Yin, sin mirarlo—. ¿Para que supieras de lo que soy capaz?

—Y no pensastes que quizas tenía derecho a saber quien eres. —contestó de inmediato—. No para juzgarte. Si no para quizás lograr entenderte.

—No necesito que me entiendan. —dijo, tajante. Ella se giró lentamente hacia él. Durante un momento, sus miradas se cruzaron en el centro de aquella habitación en penumbra. Las cortinas ondeaban suavemente por el viento nocturno. Y el tiempo pareció detenerse.

Chuye dio un paso más cerca, sin romper ese contacto visual.

—No deberías cargar con todo sola, Yin. No esta bien.

—No es el momento para hablar de eso. Necesitamos descubrir quién mató al emperador.

—¿No dijiste que fue ella?

—No, Chuye. Dije que ella lo cedió. Por eso el emperador ni siquiera se resistió.

Chuye comprendió enseguida a dónde quería llegar.

—Entonces, por eso los cuerpos estaban así... ¿Quieres decir que ella sabía lo que pasaría esta noche? ¿Pero por qué está muerta también?

Las palabras de Yuher resonaron en la mente de Yin:

<<¿Esa chica? Era de esas a las que el amo ya no necesitaba. Era lenta y demasiado compasiva, por eso la envió al matadero.>>

Si lo que Yuher dijo era cierto, entonces todo estaba planeado desde hacía tiempo. La muerte del emperador había sido un movimiento cuidadosamente orquestado. Y aquella muchacha... solo fue un peón más del clan Aitong.

Dos pájaros de un solo tiro.

—Yin... ¿en qué piensas?

Yin parpadeó. Chuye la sacó de su ensimismamiento.

—En que... de cierta forma, esa chica también era inocente.

Antes de que pudieran seguir conversando, la puerta se abrió y entró el erudito Thao acompañado por dos eruditos más y varios guardias reales. Sin dar explicaciones, los escoltaron hasta el Gran Salón del Palacio, donde se realizaban las reuniones del emperador.

Al ingresar, vieron a la emperatriz sentada en el lugar principal. Junto a ella estaban Jin Hao y Jin Xiao. También se encontraban Xiao Ba y Zhao Chen, además de los miembros de la corte real, cuatro eruditos más, escribas imperiales y los líderes de las cuatro grandes tropas: el general Song, el comandante Zhou, el capitán Chen y el capitán Kim.

La sala se encontraba en completo silencio.

—Me alegra que hayan podido venir —dijo la emperatriz, poniéndose de pie.

Chuye y Yin se hicieron a un lado con respeto mientras su majestad tomaba la palabra.

—Tristemente, esta noche dejó de ser un motivo de celebración para convertirse en una noche de luto. Nuestro emperador ha sido asesinado y ha partido a descansar junto a nuestros ancestros.

—Pero esto no puede quedar así. Debemos averiguar quién lo hizo... y castigarlo como se merece. Y, por supuesto, no puede haber un vacío de poder. Esta noche, después de una larga conversación con los concejales, he tomado una decisión como emperatriz y madre de esta nación...

Todos en la sala contuvieron la respiración.

—Uno de mis hijos subirá al trono.

—Y ese será...




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