—Y ese será mi hijo Jin Hao...
Enseguida levanté la mirada hacia la emperatriz. Por un instante creí que se trataba de una broma. Pero al ver cómo todos aceptaban el nuevo nombramiento, las palabras me golpearon con fuerza, y caí de rodillas.
La emperatriz dio un paso atrás, permitiéndole a su segundo hijo acercarse al centro. Uno a uno, todos comenzaron a inclinarse, postrándose con el rostro hacia el suelo. Tardé apenas unos segundos en reaccionar. Desde la distancia, Jin Hao me observó. Yo bajé la mirada, presioné la frente contra el suelo y, con ello, acepté en silencio la realidad: Xiao no sería el nuevo gobernante.
—Muy bien —comenzó Jin Hao, con voz firme pero solemne—. Espero estar a la altura de esta enorme responsabilidad. No solo debo cuidar de un imperio, sino también de cada uno de ustedes, de sus familias, y de cada persona en esta ciudad. Para ello necesito la ayuda de todos los que están aquí. Por eso deposito mi confianza plena en los presentes.
—Esta noche ofrecí un banquete, y sin saberlo, también traje consigo una tragedia. Me siento culpable. Por eso, desde hoy, haré todo lo posible para que la muerte de mi padre no sea en vano y para castigar a los responsables.
—He convocado solo a quienes convivían de cerca con él. A ustedes, confío el manejo del caso. Pero por ahora, nadie hablará de este crimen, ni aquí ni fuera del palacio, hasta tener al culpable.
Mientras Jin Hao daba sus instrucciones, uno de los capitanes levantó la mano:
—Su Majestad, comprendo que no quiera que los ciudadanos se enteren de todos los detalles, pero a esta hora, las noticias ya deben haber salido del palacio. Si su alteza lo considera apropiado, sugiero que informemos que su majestad se encuentra en reposo.
La propuesta fue aceptada por todos, incluido Jin Hao. Yo, por mi parte, preferí no opinar. No era momento de alzar la voz.
A un lado, noté una bandeja con pequeñas tazas de Té Lu Cha. Me acerqué y tomé una. El té desprendía un aroma agrio. "No recuerdo que el Té Lu Cha tenga este olor", pensé, y lo removí con cuidado, buscando algún signo extraño. Nada. Aun así, decidí no beberlo.
A los minutos, uno de los eruditos se acercó para servirse del mismo té. Lo observé con atención. Justo antes de beber, alzó su taza y brindó conmigo. Fingí recibir el gesto y llevé mi taza a los labios, pero al inclinarla, derramé el líquido sobre mi manga. Él sí bebió.
Sonrió, hizo una leve reverencia y siguió su camino. Lo seguí con la mirada durante unos minutos... hasta que un grito agudo rompió el ambiente.
El grito venía del pasillo. Todos salimos apresurados y encontramos el cuerpo del mismo erudito tirado en el suelo. Una de las sirvientas, que había pasado por casualidad, era la que gritaba horrorizada.
Nadie se atrevía a tocar el cuerpo. Decidieron esperar al médico.
Mientras los demás se aglomeraban, Zhao Chen y yo volvimos al salón. Me acerqué a la tetera, olí sus bordes. El mismo aroma agrio. Algo no estaba bien. El Té Lu Cha era conocido por su dulzura, no por su acidez.
—¿Por qué hueles el té? —preguntó Zhao Chen.
Le extendí la tetera.
—Tiene un olor extraño. Que yo recuerde, este té no es así.
—¿Fue el mismo que bebió el erudito?
—Sí. Lo hizo frente a mí.
Fuimos al lugar donde yacía el cuerpo. Los médicos ya lo examinaban. Uno de ellos sacó un pequeño pergamino de su manga. Al abrirlo, reveló un mapa: un pasadizo secreto que conectaba los túneles exteriores con la recámara del emperador.
—Mi señor, esto fue lo que hallamos —dijo uno de los médicos, entregando el papel a Jin Hao.
Jin Hao lo observó con seriedad, lo arrugó y lo guardó. Se dio media vuelta y habló:
—Ha muerto un traidor.
Observé cómo Jin Hao arrugaba el mapa y se lo guardaba con rapidez, sin permitir que nadie lo viera por mucho tiempo. Pero justo antes de que lo ocultara por completo, mis ojos captaron un pequeño símbolo en la esquina inferior del pergamino.
Un sello rojo, desgastado, pero inconfundible.
El emblema del Clan Aitong.
Un círculo rodeado de pétalos cortados y una daga atravesando el centro, tallado con precisión casi ceremonial.
Apreté los puños.
<<Esto no es una simple traición interna>>, pensé. <<Esto fue planeado desde las sombras, por manos que yo ya conozco>>.
Chuye se acercó a mi lado, como si también lo hubiese notado.
—¿Lo viste? —susurró.
Yo asentí sin responderle de inmediato.
—No puede ser una coincidencia —continuó él, en voz baja—. Esa marca...
—Es del clan que ambos conocemos... —añadí, evitando pronunciar su nombre.
Chuye me miró con cierta confusión, pero sus ojos no me exigían explicaciones. Solo buscaban algo: confirmación. Algo dentro de él también lo sabía... aunque aún no entendía por qué.
El murmullo se extendió por toda la sala. Y, en medio del revuelo, volvió a hablar:
—Yin, Xiao Ba, Zhao Chen, Wong Chuye... quiero que me acompañen. —Luego miró a su hermano Xiao—. También te necesito conmigo.
Nos condujo fuera del salón, dejando atrás a los invitados junto a la emperatriz, no sin antes dejar instrucciones claras sobre cómo proceder.
Recordé entonces las últimas imágenes que vi al tocar el alma del emperador. Lo vi junto a un hombre desconocido, sosteniendo el libro que guardaba mi alma. Ese recuerdo me taladraba la mente. No era algo que pudiera ignorar.
Jin Hao nos guio por un pasadizo secreto que llevaba a una antigua sala de reuniones usada por agentes imperiales. Bajamos unas escaleras y, al llegar al fondo, encendimos antorchas para iluminar el oscuro camino.
Cuando llegamos, encendimos más luces y descubrimos que estábamos en una especie de salón subterráneo.
—Este lugar solía ser la sala donde se reunían los antiguos agentes —explicó Hao—. Mi padre tenía control absoluto de esta división.