Mas alla de la luna: La leyenda de Mein Yin.

Capitulo 64

Hao alzó los hombros y señaló a Yin.
—Que te lo diga ella...

Todas las miradas se dirigieron hacia Yin, quien permanecía apoyada contra un viejo mueble cubierto de polvo, escuchando en silencio.

—¿Perdón...? —murmuró, enderezándose lentamente.

—Yin, entre nosotros no es un secreto que no perteneces a este mundo —dijo Xiao Ba, con tono serio—. No sabemos todo, pero sí lo básico. ¿Por qué no nos cuentas qué ocurrió realmente con los agentes?

Yin se tensó. Sabía exactamente lo que querían oír, pero no sabía cómo empezar. Apretó la tela de su vestido con ambas manos y bajó la mirada.

De repente, al conectar con la mente de Jin Hao, comprendió que él ya conocía parte de la historia. Lo miró, entre desconcertada y resignada.

—Parece que ya estás al tanto del asunto, ¿cierto?

Jin Hao asintió con una sonrisa leve.
—Así es, querida Yin. Pero no soy yo quien debe hablar de esto.

—Yin es mucho mejor contando historias... —dijo una voz al fondo.

Una de las puertas secretas del salón se abrió, y de ella emergió Yuher, la hermana menor de Yin.

Todos se quedaron en silencio al verla. Su belleza causó un inmediato asombro, pero nadie sabía quién era exactamente, ni lo que su presencia significaba. Yuher caminó con elegancia al centro del salón y se detuvo frente a su hermana.

—¿Me extrañaste?

—¿Oigan... y quién es ella? —preguntó uno de los guardias.

Yin desvió la mirada y negó con la cabeza, como si no quisiera dar explicaciones.

Yuher sonrió. —Yo soy Yuher, la segunda portadora de la gema del fuego.

Se acercó a Yin y se acomodó junto a ella. Yin intentó alejarse, pero Yuher se lo impidió con una mano firme sobre su brazo.

—¿Y bien? —preguntó Yuher con un brillo desafiante en los ojos—. ¿Les vas a contar la verdadera historia de los agentes?

—¿Ella también lo sabe? —preguntó Xiao, claramente perturbado.

—¿Que si lo sabemos? —Yuher rió con sarcasmo—. Nuestras Sinsayas estuvieron ahí.

—¿Sinsayas? Espera... ¿ella también tiene una?

—Todas tenemos una —respondió Yuher con simpleza—. ¿Yin no te lo dijo?

—No era necesario mencionar ese punto —interrumpió Yin con frialdad.

—Ay, por favor, claro que era necesario. —Yuher le dio un mordisco a una manzana que había tomado del mueble cercano—. Tus amigos parecen saber muy poco de ti...

Entonces Yuher se acercó, con una sonrisa casi encantadora pero venenosa, y bajó la voz solo para mí.

—¿Sabes? A veces pienso que tú también deberías arder con ellos, hermana.

Me quedé helada.

—Tú los llevaste allí. Los reuniste. Y los dejaste morir. Pero supongo que eso no sería "estratégico", ¿verdad? Después de todo, la diosa del control siempre encuentra una forma de salir ilesa... aunque sea arrastrando a los demás con ella.

Yin no respondió. No lo necesitaba. La tensión entre ambas ya hablaba por sí sola, silenciando incluso al eco del salón.

—Vamos —dijo ella, volviéndose hacia todos—. ¿No quieren oír una buena historia? ¿Una verdadera?

Todos aguardaban.

Yin soltó un profundo suspiro y, después de unos segundos de silencio, se sentó correctamente, preparada para hablar.

—Está bien... escuchen.

Todos hicieron silencio.

—Uno de los rumores más famosos sobre lo que ocurrió aquella noche en la torre fue que todo se debió a un incendio accidental. Y, siendo sincera, durante todos estos años hemos preferido dejar que crean eso. Que fue solo un incendio, de origen desconocido... nada más.

—Espera —interrumpió Zhao Chen—, dijiste "hemos preferido". ¿Tú... sabías lo que pasó?

Yin asintió lentamente.
—Fui una de las que organizó esa reunión... antes de convertirme en una simple mortal.

—¿Dijiste que la organizaste tú? —repitió Chuye, impactado—. ¿Eso no fue hace miles de años?

—Así es —confirmó Yin—. Pero en ese entonces, la profecía aún no estaba completa. Aun así, ya había dejado instrucciones claras de cómo y cuándo se celebraría aquella reunión. Era vital. Ese día debían reunirse todos los agentes, de todas las divisiones, sin falta. Porque con esa reunión... se definiría el final del Consejo...

Mil años atrás

Las puertas de jade se abrieron con un leve murmullo espiritual, dejando pasar a Yin, vestida con su atuendo ceremonial. Su andar era sereno pero firme, como quien carga con una decisión irreversible. El mármol blanco del pasillo reflejaba el resplandor de las antorchas de fuego azul, el tipo que solo ardía con energía divina.

Los tres ancianos del consejo ya la esperaban en la cámara superior, con los rostros ocultos por mantos sagrados. Yin se inclinó con respeto, pero no con sumisión. Había llegado con un propósito.

—¿Estás segura de esto, Yin? —preguntó uno de los ancianos, sin mirarla directamente.

—La guerra ya ha comenzado, solo que ustedes no la quieren ver —respondió ella, clavando su mirada en el trono vacío del Consejo Supremo—. Si no actuamos ahora, la profecía tomará su curso sin nosotros.

—¿Y crees que reunir a los agentes servirá de algo?

—No solo servirá —dijo Yin, con voz firme—. Será el primer paso hacia la ruptura del falso equilibrio. Ya di la orden... todos los agentes serán convocados en la Torre del Viento. La fecha ha sido fijada.

Los ancianos se miraron entre ellos con escepticismo.

—¿Y si no todos acuden?

—Entonces morirán sin saber por qué.

Yin se dio media vuelta, su capa ondeando tras de sí como una sombra afilada. Aquel fue el día en que lo selló todo. Aquel fue el día en que, sin saberlo, firmó la sentencia de una generación entera...

.

.

Un silencio gélido se apoderó del lugar.

Yin bajó la mirada, sabiendo que lo que estaba por decir sería solo el principio de una verdad mucho más oscura.




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