—En mi lugar enviaré a Xiao —dijo Hao, señalando a su hermano, rompiendo el silencio de la sala de reuniones horas antes.
Xiao frunció el ceño con una mezcla de sorpresa y alarma.
—¿He...? Lo siento, pero creo que están cometiendo una enorme equivocación —titubeó, incapaz de contener su nerviosismo.
—Opino lo mismo. ¡Xiao no sabe siquiera cómo manejar una espada! —intervino Chen con el ceño fruncido.
—Aunque me agrada la idea de que Xiao nos acompañe... no podemos estar cuidándolo mientras resolvemos un misterio, Hao —añadió Xiao Ba, cruzándose de brazos.
Hao, sin inmutarse, se encogió de hombros. —Sé que es un principiante, pero créanme, será de ayuda. Es el mejor con disfraces, actúa bien... y cocina aún mejor.
—Tu hermano morirá si sale de la ciudad —advirtió Yuher, sin suavizar la voz.
—No si yo lo evito —intervino Yin de pronto, captando la atención de todos. Hao sonrió a medias con expresión satisfecha.
Xiao, por su parte, se congeló. Con la mirada suplicante, le pedía a Yin que se retractara.
—Tal vez... me venga bien tener a un amigo con quien charlar —dijo Yin, sin mirar a nadie.
—Bien. Entonces partirán mañana. Vengan temprano y les daré las instrucciones —zanjó Hao.
Al salir del salón subterráneo, cada uno tomó un camino diferente. Xiao Ba se quedó con Yin, caminando juntos bajo el cielo opaco de la noche. La ciudad dormía, pero en el corazón del joven Xiao hervían las preguntas sin respuesta.
—Yin... ¿a qué se refería Yuher cuando dijo que ustedes "tendrán un final"? —preguntó al fin.
Yin inhaló profundamente. El vapor de su aliento se fundió con la niebla.
—Supongo que... tarde o temprano ibas a enterarte.
—¿Enterarme de qué?
Ella alzó la vista hacia la luna. Estaba incompleta, como si una parte de ella faltara, pero aun así brillaba con fuerza serena.
—¿Te has preguntado cómo la luna puede seguir brillando aun estando partida en dos?
—Supongo que todos tienen la misma pregunta —respondió Xiao con cautela.
Yin bajó la mirada, cabizbaja. Xiao notó el cambio y se acercó un poco más.
—Te pasa algo... lo noto. Yin, deja de fingir. Por una vez, confía en mí. Sé que no soy un héroe, ni tengo poderes como los Agentes antiguos... pero soy tu hermano. ¿Cómo podría reír mientras tú te desmoronas por dentro? ¿Cómo podría dormir tranquilo sabiendo que sientes frío por las noches? Déjame ayudarte, ¿sí?
La voz de Xiao temblaba por la sinceridad. Yin dejó escapar una lágrima silenciosa.
—No quiero arruinar lo poco que hemos construido entre nosotros —susurró—. Allá dentro, todo lo que dijo Yuher es verdad. Fui yo quien inició esto... cuando aún no entendía la vida humana, cuando no conocía sus límites ni su dolor. Y ahora que lo comprendo, me arrepiento.
—¿A qué te refieres con que tú lo iniciaste?
Yin hizo una pausa. Estaban cerca de una vieja fuente apagada. Se sentó en el borde y miró el reflejo de la luna fragmentada en el agua quieta.
—Hace muchos años, antes de que tú nacieras, antes incluso de que yo tuviera un nombre humano... el Rollo Sagrado experimentó con nosotras. Nos convirtieron en lo que hoy se conoce como las Portadoras de las Tres Gemas.
—¿Portadoras? —repitió Xiao con incredulidad.
—Tres piedras preciosas que contienen toda la fuerza de la naturaleza: fuego, aire y agua. Nosotras debíamos protegerlas. Nos dijeron que sería por nuestro bien, que seríamos las deidades más poderosas de todos los tiempos. En ese momento, acabábamos de salir de una prisión espiritual... estábamos solas, perdidas, vulnerables. Haríamos cualquier cosa con tal de no volver allí.
»Así que aceptamos. Hicimos un pacto con el Consejo, forzadas por nuestro padre. El rol de Portadora siempre había existido, pero nosotras fuimos las primeras en ser modificadas... en ser atadas a las gemas de forma definitiva.
—¿Qué hicieron con ustedes?
—Al principio, solo tareas básicas: proteger el portal, controlar los ciclos, mantener el equilibrio. Pero con el tiempo el Consejo quería más... y nosotras, ingenuas, se lo dábamos. Hasta que un día... dijeron que era hora de pagar por todo lo que habían hecho por nosotras.
Xiao tragó saliva. —¿Y ustedes aceptaron?
Yin asintió con lentitud. La tristeza le pesaba en el rostro.
—Sin saber lo que nos esperaba...
El silencio que siguió pareció envolver todo el callejón. Solo el crujido de una rama al romperse entre la niebla les recordó que aún estaban en este mundo.
—¿Y qué ocurrió entonces...? —preguntó Xiao, su voz apenas un susurro.
Yin cerró los ojos. Su mente ya no estaba allí. Había vuelto, sin querer, al día que lo cambió todo.
—Entonces...