Mas alla de la luna: La leyenda de Mein Yin.

Capitulo 67

—¿Entonces eso fue lo que les pasó...? —preguntó Xiao Ba con voz baja.

—Sí... —respondió Yin, con la mirada perdida—. Y es por eso que estamos aquí, condenadas a vivir algo que yo misma elegí. Durante años traté de mantener a mis hermanas a salvo... y ahora fui yo quien las arrastró hasta este punto.

—Entiendo... ¿Y qué sucede con la profecía? Antes me decías que...

—Xiao Ba —lo interrumpió con suavidad—, ¿recuerdas cuando te dije que habría cosas que era mejor no saber por ahora?

—¡Ya ves! ¡Vas a ocultarme más cosas!

—No es eso, hermano. Pero créeme cuando te digo que hay verdades que, por ahora... es mejor no conocer.

El silencio entre ambos se llenó con los pasos de sus caballos al llegar a la entrada de la mansión. Bajaron y entregaron las riendas a los encargados. Justo cuando se disponían a entrar, Yin se detuvo. Algo la llamó. Fue como un tirón invisible, instintivo... una energía conocida. Giró la cabeza hacia el bosque. Lo sentía más fuerte allí.

—Ve tú primero —le pidió a Xiao Ba—. Entra, yo iré luego.

Él la miró con duda, pero asintió. Yin esperó hasta verlo cruzar la puerta. Luego se acercó a los guardias.

—No permitan que salga. Pase lo que pase —ordenó con voz firme, introduciéndose en sus mentes para asegurarse de que obedecieran.

Montó nuevamente y se adentró en el bosque.

La niebla se hacía más espesa entre los árboles, pero la línea de energía que seguía solo ella podía verla. Era la señal de Yuher. Yin la rastreó hasta un lugar que le era profundamente conocido: el río donde ocurrió su dolorosa transformación.

Allí estaba su hermana. De espaldas a ella, frente al río, con un abrigo rojo que flameaba como fuego en el viento nocturno. Su postura erguida, sus manos a los lados... tenía la presencia de una reina, como siempre. Yuher siempre había sido la más elegante, la más serena. Cuando Yin perdía la cordura, era ella quien la sostenía.

Yin bajó del caballo y caminó hasta quedar a su lado. El agua golpeaba con fuerza las piedras, salpicando cerca, pero ellas permanecían inmóviles a un paso de la orilla.

—Te lo preguntaré una vez más —dijo YIn sin girarse—. ¿Qué haces aquí?

—¿Por qué tanta intriga con mi llegada? ¿No te alegra ver a tu hermana?

—Según la profecía, tú y yo no deberíamos estar hablando ahora —respondió YIn con frialdad.

—Según la profecía, tú debiste haber despertado hace tiempo —contradijo Yuher—. Pero mírate, apenas has entrado en la primera fase de transformación.

—Sí... porque muchas cosas se interpusieron en mi camino.

Yuher giró apenas el rostro y sonrió con una chispa de crueldad.

—Como tu extraña aparición en Wangzhan... y tu reencuentro con tu noviecito, ¿no?

Yin se volvió por completo para mirarla de frente. Sus ojos reflejaban una mezcla de angustia y tristeza. Había algo en su expresión que suplicaba que todo esto terminara, pero Yuher ya lo sabía. Sabía más de lo que mostraba. Y escondía los verdaderos motivos de su llegada al estado Chan.

—¿Por qué haces todo esto...? —preguntó Yin, con voz rota.

—¿Por qué? —Yuher rio con amargura—. Porque estoy cansada. Porque ya no quiero seguir aquí. ¿De verdad crees que esto es vida? ¿Crees que disfruté nuestra infancia maldita? ¿Crees que soy feliz ahora? No, Yin. Quiero que esto acabe. Por una vez, quiero que todo termine.

—Pero hay reglas... —intentó razonar Yin—. Esta es nuestra última oportunidad de cumplir la misión. Si fallamos, todo se perderá... y nosotras, ¿qué?

—¡Eso te pregunto yo! ¿Y nosotras qué? ¿Pensaste en nosotras cuando hablaste en esa reunión? Nos tenías a tu lado y aun así decidiste sola. En cada misión fracasada hemos visto gente morir, ser traicionadas, rechazadas... y seguimos aquí, cargando con un sufrimiento que nadie en este mundo comprende.

»¡Nadie entiende por qué estamos aquí, por qué merecemos morir, por qué no podemos irnos! Siempre sacrificándonos por los demás, y al final... todos terminan muertos igual.

—Esta vez será diferente...

—¡No! ¡No lo será! Tú perdiste a tu madre, yo perdí a mi hermano adoptivo... Pregúntale a Yun a quién perdió esta vez.

»Vine porque quería verte. Porque no importa cuánto te odie... siempre termino extrañándote. Porque no puedo olvidar. No sé cómo.

»Y entonces... me crucé con el segundo príncipe. Entré en su mente y sentí algo extraño. Hay una conexión con él, contigo... algo familiar. Lo convencí de que me dejara entrar al palacio. Pero, a cambio, pidió algo.

—¿Qué pidió?

—Información. Sobre nosotras... y sobre los antiguos Agentes.

Yin bajó la mirada. Dio un paso hacia Yuher. En un gesto inesperado, la abrazó. Yuher, sorprendida, tardó un segundo en corresponderle.

Por un instante, el mundo pareció en pausa. Dos hermanas, rotas y enfrentadas, abrazándose bajo el cielo estrellado. Pero ese abrazo... no era eterno.

Yin cerró los ojos. Sintió el ardor de las lágrimas bajando por sus mejillas. En su mano derecha, invocó su energía espiritual. Del ambiente extrajo partículas de hierro, que se condensaron hasta formar una daga de 12 cm. La misma daga que había usado hace seis años.

La observó unos segundos, viendo su reflejo en la hoja, temblando.

Entonces, con un nudo en el alma... la hundió en la espalda de Yuher.

El grito ahogado de su hermana fue lo único que escuchó. Yuher intentó resistirse, pero Yin incrementó la energía espiritual proyectada en la daga, haciéndola más letal. La sostuvo con fuerza. Quería que fuera rápido. Que no sufriera más.

Yuher cayó de rodillas, sin entender, jadeando. Yin la sostuvo mientras su cuerpo comenzaba a desintegrarse. Polvo... eso era todo lo que quedaba de ellas al final.

—No lo entiendo... ¿Qué hice mal? —murmuró Yuher, alzando la vista.

El viento empezó a llevarse su cuerpo como arena que se disuelve en el aire.

Yin no respondió. Solo la miró, destrozada.




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