—¿Mi señora...? ¿Le preocupa el joven Xiao Ba?
Todavía estaba sumida en mis pensamientos cuando la Sinsaya me habló. Al principio no entendí a qué se refería, pero en el fondo sabía que la razón podía ser muchas. La verdadera pregunta era: ¿cuál de todas era?
—¿Por qué lo preguntas? —respondí, sin apartar del todo la mirada del horizonte.
—Porque usted y el joven Xiao Ba son muy cercanos. Me preguntaba si le preocupa que él resulte herido en el camino.
Suspiré.
—Xiao Ba es testarudo. Lo admito. Será difícil quitarlo de en medio, pero con algo de esfuerzo... puede que no salga herido.
La Sinsaya dudó antes de hablar de nuevo.
—Mi señora... ¿qué pasará el día que tenga que despedirse del joven Xiao Ba?
Esa pregunta me detuvo. Mis pasos cesaron lentamente, como si mis pies hubieran escuchado antes que mi mente. ¿Qué pasará? Siempre me lo pregunté. Siempre me inquietó... pero nunca tuve el valor de buscar una respuesta.
<>
—¿Yin, estás bien?
—Hace tres años —
—No es nada, no te preocupes —respondí desde el suelo, con el cuerpo adolorido por la caída. Intenté disimular, pero el dolor me ardía como brasas encendidas en la piel.
—¿Estás segura? Pareces herida.
—¡No! Estoy bien —dije con firmeza, aún tumbada.
—Bien... creo que iré por medicina, entonces.
—Ash, está bien... qué fastidio.
Minutos después, Xiao Ba regresó con un pequeño botiquín. Se arrodilló frente a mí y me miró con una mezcla de reproche y ternura. Yo me había sentado en una piedra baja, con dificultad.
Con cuidado, levantó el borde de mi ropa hasta dejar al descubierto la rodilla lastimada. Evitó tocar directamente la herida mientras preparaba el ungüento.
—¿Por qué te esfuerzas tanto? —preguntó con voz calmada—. Aún eres joven... ¿no preferirías estar haciendo cosas más de niñas?
—Sabes que no pierdo el tiempo en maquillaje ni tonterías —le respondí con un tono cortante.
—Lo sé... pero pienso que deberías actuar un poco más... normal.
—¿Lo dices porque soy mujer? —fruncí el ceño.
—¡No, no! ¡Nada de eso! —se corrigió de inmediato—. Lo decía por otra cosa... ham...
—Olvídalo —bufé—. Eres igual que Chanzu.
—¡Oye! No me compares con él —protestó—. ¡Chanzu es un hombre delicado, yo soy un guerrero!
—Ajá... como digas —dije, esquivando su mirada mientras él comenzaba a limpiar la herida.
El silencio cayó por unos minutos. Yo observaba el cielo nublado mientras él curaba con esmero. Entonces rompió el silencio con una queja fingida.
—Se supone que esto lo hacen las sirvientas, y mírame... limpiando la herida de mi hermana, que ni siquiera me da un gracias.
—Está bien... agradezco tu ayuda, Xiao Ba —respondí con resignación.
—¡¿Ves?! No era tan difícil decirlo —rió triunfante, tan emocionado que sin querer presionó la herida con fuerza al quitar el pañuelo.
—¡Cuidado! —grité con dolor.
—¡Ay! Lo siento...
Volvió a concentrarse en su tarea con más suavidad. Luego me miró, aún curioso.
—Yin, no me has dicho qué hacías ahí tirada. ¿Por qué estabas sola y herida?
Dudé unos segundos. Él merecía la verdad, después de todo me estaba ayudando. Suspiré.
—Estaba... practicando.
—¿Practicando qué?
—Las nuevas técnicas que papá te mostró en los entrenamientos.
—¿Las espiabas?
—Quiero ganar. Tengo que estar preparada.
Su expresión se tornó seria. Se detuvo por un segundo.
—¿Yin... esto es por lo que me dijiste del Clan?
Asentí.
—Ellos vendrán por mí, Xiao Ba. Y cuando lo hagan, quiero poder defenderme... y protegerlos a ustedes también.
Él bajó la mirada, pensativo.
—¿Tú... planeas protegerme?
—Eres mi hermano. ¿Por qué no lo haría?
Su rostro mostró una mezcla de orgullo y miedo. Yo también lo sentía. Me tragué las dudas, pero las palabras se escaparon sin querer.
—Xiao Ba... ¿y si algún día tenemos que separarnos?
—¿Por qué dices eso?
—Porque las personas perseguidas siempre terminan huyendo. Si vienen por mí... tendré que desaparecer. Significa que algún día, tú y yo... dejaremos de vernos.
Él se levantó con decisión, con una luz de furia tierna en los ojos.
—Oye, oye... ¿Qué estás diciendo? ¿Crees que le tengo miedo a unos cuantos tipos malos? ¡No pienso dejarte nunca! ¡Y menos sola!
—Pero Xiao Ba... la profecía...
—¡No me importa la profecía! Somos hermanos. Y los hermanos se cuidan, se apoyan... hasta la muerte si es necesario. Si tengo que morir contigo, lo haré. Pero no voy a dejarte.
—Claro que sí... cuando te cases tendrás que dejarme por tu esposa.
—Entonces... descarto el matrimonio.
—No puedes hacer eso —reí—. ¿Y si el emperador lo ordena?
—Entonces huiremos.
—¿Huir? ¿No es mucha gente para solo dos?
—Entonces iremos tres —respondió, sacando pecho—. Tú, yo y mi caballo.
—¿Y si soy yo la que debe casarse?
Xiao Ba sonrió.
—El día de tu boda me presentaré con dos caballos: uno para ti y otro para mí. Te subiré y huiremos muy lejos, donde nadie nos encuentre.
Solté una carcajada. Él me siguió, y por un instante, todo el miedo se disipó. Éramos solo dos hermanos soñando con libertad, ignorando que el tiempo pronto pondría a prueba esa promesa.
—Parece que de todas maneras tendremos que huir.
Y ninguno de los dos lo dijo en voz alta, pero sabíamos que aquel momento... podía no estar tan lejos.