—¿Yin? ¿Yin?
Sacudí la cabeza, confundida, y al volver en mí me percaté de que ya habíamos llegado a la mansión Mein. Frente a la puerta entreabierta, mi Sinsaya me esperaba con la misma serenidad de siempre.
—¿Vas a entrar?
Asentí en silencio. Caminé hacia el interior de la casa con pasos tranquilos, y tras cruzar la entrada, los guardias cerraron la puerta a nuestras espaldas. La mansión dormía, envuelta en la quietud de la madrugada. No quise molestar a Yenih, quien seguramente descansaba, así que le pedí a mi Sinsaya que me ayudara a darme una ducha.
Después de asearme, me ayudó a vestirme con ropa cómoda para dormir. Mientras me acomodaba en la cama, mis ojos se perdieron en la vista desde la ventana. La luna —incompleta pero aún hermosa— colgaba solitaria en el cielo. Aquel fragmento de plata en la oscuridad parecía tener mucho que contar.
—Mi señora, ya puede descansar —dijo con suavidad mi Sinsaya.
—Está bien —respondí sin apartar la mirada de la luna.
Me reconfortaba saber que ella siempre estaba ahí. A diferencia de los demás, la Sinsaya jamás se quejaba ni se apartaba de mi lado. Tal vez porque la había creado exactamente como yo deseaba: silenciosa, paciente, capaz de entender mis silencios y sanar mis tormentas.
Me senté en la orilla de la cama, y ella se sentó junto a mí. Comenzó a prepararse, con movimientos suaves y precisos, mientras yo me acomodaba bajo las sábanas. Cuando terminó, ambas nos posicionamos como siempre. Ella colocó su mano sobre mi pecho, justo en el centro, y poco a poco sentí cómo mi interior comenzaba a calmarse.
Por lo general, me cuesta conciliar el sueño. Pero ella tenía la capacidad de extraer todo lo negativo de mí, como si sus dedos pudieran tocar directamente mis emociones. Gracias a ella, al menos por unas horas, podía tener un descanso reparador.
Al día siguiente
—¡Señorita Yin, despierte!
Un sonido molesto e insistente comenzó a golpearme dentro de la cabeza, y lentamente mis ojos se acostumbraron a la luz del nuevo día.
Frente a mí estaba Yenih, arreglando algunas cosas dentro de mi habitación mientras preparaba lo necesario para que pudiera asearme.
Me senté en la cama y miré a mi alrededor. No encontré rastro de la Sinsaya. Supuse que ya se había retirado, como siempre hacía al amanecer.
—¿Yenih, y mis hermanos?
—Bueno, señorita... —respondió con esa voz dulce y responsable de siempre—. El señor Chanzu se levantó muy temprano para encargarse de los asuntos de la mansión. Ya sabe, mientras su padre no regresa, él está al mando.
Asentí, dándole permiso para seguir.
—La pequeña señorita Xyn también se levantó temprano, pero aún no ha salido de su habitación. Y el joven Xiao Ba está con el señor Chanzu. Ambos las esperan para desayunar.
Me preparé con ropa cómoda, sencilla pero apropiada. A menudo prefería ropa de corte masculino para moverme con mayor libertad. No era bien visto por algunos, pero jamás me importaron esas opiniones.
Salí acompañada de Yenih. Caminamos hasta la habitación de mi hermana menor. Entré sin tocar. La encontré aún dormida, con sus damas de compañía al costado, esperando en silencio con todo preparado.
Les hice una seña con la mano para que se retiraran. Todas obedecieron, excepto Yenih, quien tomó las cosas necesarias de manos de las doncellas antes de que salieran.
Me acerqué con paciencia y comencé a despertarla suavemente. La pequeña Xyn había estado pasando por momentos difíciles. Situaciones que una niña de su edad jamás debería afrontar. Pero yo no podía cambiar el mundo. Lo único que podía hacer era imitar el consuelo que alguna vez nos dio nuestra madre adoptiva. Ella solía prepararnos té caliente, se sentaba con nosotros, jugaba, y hacía lo que fuera por vernos bien.
Después de varios intentos, los ojos de Xyn se abrieron lentamente. Al verme, sonrió con dulzura y dio un brinco para abrazarme con fuerza.
—Quisiera que todas las mañanas fueran como esta... —murmuró mientras enterraba su rostro en mi hombro.
Le devolví el abrazo con la misma intensidad. En ese momento, olvidé por completo lo que debía hacer esa mañana.
Yenih nos observaba desde un rincón, y por un instante vi cómo esbozaba una sonrisa, leve pero sincera. Cuando la miré, volvió a adoptar su postura seria, como si nunca hubiera mostrado emoción alguna.
Ayudé a Xyn a vestirse y arreglarse. Le encantaba maquillarse, así que hice mi mayor esfuerzo por ayudarla, aunque el maquillaje no era precisamente mi especialidad.
Una vez listas, salimos juntas hasta el comedor. Allí estaban Chanzu y Xiao Ba, conversando tranquilamente mientras tomaban té.
Nos saludaron al llegar. Chanzu pidió que trajeran el desayuno, y todos nos sentamos alrededor de la mesa.
Todo parecía estar en calma hasta que...
—Xiao Ba, Yin... anoche recibí la carta —dijo Chanzu con tono serio.