—Xiao Ba, Yin... anoche recibí una carta de papá —dijo Chanzu mientras dejaba los palillos sobre el cuenco—. Dice que llegará a casa en dos días.
—¡¿En dos días?! ¡Papá vendrá! —exclamó Xyn, brincando en su asiento con los ojos iluminados de emoción.
—Así es —confirmó Chanzu con una sonrisa—. Y espero que a ninguno se le ocurra desaparecer justo cuando llegue.
Xiao Ba me miró de reojo, ocultando su inquietud detrás de una sonrisa nerviosa mientras jugaba con los palillos. Yo seguí comiendo en silencio, pensando en cómo decirle a Chanzu que, para entonces, probablemente no estaríamos en casa.
De pronto, el desayuno fue interrumpido abruptamente.
—¡Orden del emperador! —resonó una voz fuerte desde la entrada.
Varios guardias imperiales, acompañados por un emisario de la corte, esperaban en el centro de la mansión, justo debajo de la pequeña sala de descanso que papá construyó para mamá. Nos apresuramos a salir.
Al llegar, los cuatro nos arrodillamos en orden. Xiao Ba y Chanzu al frente; Xyn y yo, justo detrás. Las damas de compañía se colocaron tras nosotras, haciendo una reverencia sin inclinarse por completo.
—Decreto del emperador Jin Hao —anunció solemnemente el emisario, desplegando un rollo de papel con sello imperial.
Todos aguardamos en silencio.
—"Debido al atentado ocurrido anoche contra la vida de nuestro supremo emperador y considerando que su seguridad corre un riesgo mayor, el nuevo sucesor, el segundo príncipe, ha ordenado una investigación oficial del incidente. En virtud de ello, decreta que el segundo hijo de la casa Mein y la tercera señorita de dicha familia serán enviados a cumplir con esta delicada misión. Ambos deberán dirigirse de inmediato al palacio para recibir instrucciones y partir cuanto antes de la ciudad."
—¿Aceptan el decreto?
Nos inclinamos profundamente por segunda vez, como dictaba el protocolo. Chanzu tomó el pergamino con respeto y dio las gracias en nombre de la familia. Luego, el emisario nos recordó que debíamos partir de inmediato. Xiao Ba pidió unos minutos para despedirnos de Chanzu y de la pequeña Xyn, y para recoger algunas pertenencias antes de partir.
—Xiao Ba, Yin... por favor, vuelvan pronto —dijo Xyn abrazándonos con fuerza, intentando retenernos un poco más.
Chanzu también se despidió, con una mezcla de preocupación y orgullo.
—Cuídense mucho. Regresen sanos y salvos, y a tiempo para recibir a papá —nos dijo con una mirada seria.
—Vamos, hermano, puedo cuidarme perfectamente —respondió Xiao Ba con tono despreocupado.
—No te lo decía a ti —replicó Chanzu, sin apartar la vista de mí.
La despedida fue rápida pero emotiva. Tras cruzar el gran portón, nos encontramos con dos carruajes imperiales escoltados por guardias. En cada uno nos aguardaban dos esclavas de segunda categoría.
—No entiendo por qué Hao se preocupa tanto. Llegaremos al palacio en menos de una hora —me quejé mientras caminábamos hacia los carruajes.
Xiao Ba parecía indiferente. Su atención estaba más enfocada en las esclavas que lo esperaban. Desvié la mirada, negando para mí misma al ver lo incorregible que era mi hermano.
Él subió al primer carruaje; yo, al segundo. En el interior había frutas frescas, vino y comida suficiente para un viaje largo. Las esclavas fueron atentas, pero mi mente estaba lejos. El decreto solo confirmaba que algo más profundo se movía en las sombras. Un presentimiento me oprimía el pecho, como si mi madre hubiera estado relacionada de alguna forma con los acontecimientos recientes.
Finalmente, llegamos al palacio. Xiao Ba descendió con una expresión relajada, como si hubiera disfrutado de un paseo. Negué en silencio, resignada a su despreocupación.
Nos recibió el mismo emisario y nos guió hasta el salón de reuniones del emperador. Antes de ver a Jin Hao, pasamos primero a presentar nuestros saludos formales a la emperatriz y al tercer príncipe. La cuarta princesa, Jin'er, no se encontraba presente.
—Gracias por su presencia, pueden retirarse —dijo la emperatriz con voz firme pero amable, aceptando nuestra reverencia.
Acto seguido, nos condujeron hasta Jin Hao. Para nuestra sorpresa, ya estaban presentes Zhao Chen y Wong Chuye. Mi corazón se aligeró al verlos. Saber que mis amigos también estarían en esta misión me reconfortaba.
—Saludos, Su Majestad —dijo Xiao Ba, inclinándose formalmente ante Hao.
Todos soltamos una pequeña risa. Era raro ver a Xiao Ba actuar con tanta formalidad, especialmente frente a alguien a quien conocía desde la infancia.
—Acepto tus saludos, querido amigo —respondió Hao, con una sonrisa divertida.
—¿Y bien? ¿Qué haremos ahora? —preguntó Wong Chuye, siempre directo.
Jin Hao caminó hasta su escritorio y desplegó sobre la mesa un extenso mapa del reino.
—Su destino será el estado de Wei. Hace unas semanas, mi padre recibió noticias de los agentes de la Quinta División. Informaron que tienen pistas sobre el paradero del señor Wu. Al parecer, se hospeda en una posada de baja categoría para no levantar sospechas.
—¿Está solo? —interrumpió Zhao Chen, con gesto preocupado.
—Según los informes, sí. Nadie más ha sido visto en la posada. Aún no hay rastro de su esposa ni de su hija. Sin embargo, se dice que está cerrando negocios con el primer ministro del estado —explicó Hao, señalando la ubicación en el mapa.
—¿No es demasiado arriesgado? El señor Wu nos conoce, sabrá quiénes somos apenas nos vea. Podría asustarse y huir —comentó Wong Chuye.
—Estoy de acuerdo —añadí—. Deberíamos pensar en una estrategia para acercarnos a él sin levantar sospechas.
—Tal vez... —dijo Xiao Ba, cruzándose de brazos mientras meditaba un instante—. Tal vez tengo una idea...
Todos lo miramos con atención.
—¿Qué clase de idea? —preguntó Hao, interesado.
Xiao Ba sonrió con ese brillo particular que solía tener cuando se le ocurría una locura brillante.