Después de una charla amena y reconfortante, el grupo decidió retirarse a descansar. Sabían que al amanecer necesitarían ideas frescas para resolver su situación actual.
Mientras tanto, Yin y Wong Chuye se encargaron de revisar los suministros del viaje. Lo que encontraron fue alarmante: en tan solo dos días, habían consumido casi todo. Apenas quedaba comida para un día más... y ni siquiera era suficiente para todos.
—Hay algo de agua, pero no alcanza para un día completo, Chuye. Y al ritmo que vamos... —comentó Yin preocupada—. No llegaremos a tiempo a la fecha estimada.
Chuye frunció el ceño, evaluando las posibilidades. Tras unos segundos de silencio, propuso:
—Mira el mapa, Yin. Si cruzamos el río, nos encontraremos con la tribu de los Halcones. Podríamos pasar la noche allí y replantear todo con más claridad.
Yin lo miró con incredulidad. —Sabes bien que esa tribu nos odia. Si descubren quiénes somos, ¿qué crees que nos harán?
—Mi hermano forma parte de esa tribu desde hace algunos meses. Si logramos hablar con él, tal vez impida que nos hagan daño.
—¿Y estás seguro de que quiere vernos?
Chuye se encogió de hombros, sin saber qué responder. —Supongo que solo hay una forma de averiguarlo.
A pesar de sus dudas, Yin entendía que no tenían muchas opciones. Todos sabían lo peligrosos que eran los Halcones: los rumores sobre asesinatos de viajeros y mujeres ultrajadas eran bien conocidos hasta el otro extremo del imperio. Pero sin agua y sin provisiones, estaban condenados a la deshidratación. Morir de hambre o insolación no era mejor alternativa.
—Por favor, confía en mí —insistió Chuye—. No tenemos más opciones. Las otras tribus que se encuentran más adelante son incluso menos amigables.
Yin suspiró, resignada. Si algo podía salvarlos, era la insignia imperial que cada uno llevaba oculta... pero mostrarla sería una sentencia de muerte. De momento, debían seguir adelante con precaución.
—Muy bien. —Chuye se acercó a las tiendas de descanso y levantó a los demás con voz firme—. ¡Levántense! Yin y yo tenemos algo urgente que contarles.
Unos minutos después
—¿Y bien? ¿Qué era eso tan urgente? —preguntó Xiao con los ojos aún pesados por el sueño. El resto del grupo lo acompañaba con la misma expresión.
Yin tomó la palabra mientras Chuye se mantuvo a su lado. —Revisamos los suministros y descubrimos que solo tenemos provisiones para un día. Al ritmo que vamos, ni siquiera será suficiente para eso.
—Pero ustedes dijeron que alcanzarían para varios días más —protestó Zhao Chen.
—Eso era si manteníamos el ritmo planeado —explicó Chuye—. Pero nos hemos retrasado, y es natural que las reservas se agoten más rápido.
—¿Entonces qué sugieren?
Chuye y Yin se miraron, vacilantes. La propuesta era peligrosa. Xiao notó su tensión y presionó:
—¿Y bien? ¿Qué pasa? ¿Por qué no contestan?
Chuye tomó aire y respondió con firmeza: —Creemos que lo mejor sería dirigirnos a la tribu más cercana para abastecernos y dar descanso a los caballos. Además, podremos pensar con más claridad sobre los cambios que queremos hacer.
Xiao asintió con cautela, pero Zhao Chen y Xiao Ba se mostraron completamente en contra.
—¿Están locos? Ni siquiera llegaríamos a la entrada sin ser atacados —espetó Zhao Chen.
—¿Atacados por quién? —preguntó Xiao, confundido.
—Por los Halcones —respondió Zhao Chen, sin vacilar.
Xiao giró hacia Chuye y Yin, que evitaban el contacto visual. Luego miró a Xiao Ba, que mantenía la cabeza baja.
—¿Esto es una broma? —dijo con incredulidad.
Xiao Ba negó lentamente. —Me temo que no, pequeño Xiao...
—¿Por qué quieren llevarnos allí? ¿Están tratando de matarnos?
—Claro que no —replicó Yin—. Es solo que el hermano de Chuye pertenece a esa tribu. Creemos que, si hablamos con él, podría protegernos. Sería solo una noche, para descansar y recuperar fuerzas.
—¿Y qué nos asegura que él quiera ayudarnos?
—Nada nos lo asegura —admitió Chuye—, pero tampoco tenemos muchas alternativas. Las otras tribus son incluso peores. Al menos allí hay una pequeña posibilidad.
—Lo único que sí debemos hacer —intervino Yin— es ocultar nuestras identificaciones imperiales. Bajo ninguna circunstancia deben mostrarlas. Eso podría costarnos la vida.
—Lo siento, pero no voy a ir —dijo firme Xiao Ba—. Sería un suicidio. Yo todavía quiero tener una vida normal.
Zhao Chen lo secundó. —Yo también quiero vivir. Lo siento chicos, pero esta vez no me uno.
Chuye giró hacia Yin, molesta, pero Yin le hizo un gesto con la mano para que se calmara.
—Tranquila. —dijo con una leve sonrisa—. Ellos volverán.