—¿Xiao Ba, estás bien?
—No, Yin... no estoy para nada bien —respondió con tono sombrío, mientras mantenía las riendas de su caballo con gesto desganado.
Cabalgaban uno al lado del otro, cruzando una planicie amplia. Detrás de ellos, sus compañeros reían a carcajadas, burlándose del estado de ánimo de Xiao Ba.
—Vamos, Xiao Ba. Al menos moriremos por una buena causa —bromeó Chuye, mientras los demás soltaban risotadas.
Xiao Ba evitó sus miradas, desviando los ojos hacia el horizonte.
—De verdad ustedes me quieren muerto... Ni siquiera he vivido lo suficiente para conocer al amor de mi vida —dijo con voz rota, conteniendo las ganas de llorar.
—Tranquilo, amigo —agregó Chuye con sarcasmo—. Mi hermana te amará incluso en tu tumba.
Las risas estallaron de nuevo. Mientras Xiao Ba hacía una mueca irritada, intentó imitar las voces de los demás de forma exagerada, ganándose más burlas.
—Vamos, Xiao Ba, cambia esa cara —le dijo Yin con una leve sonrisa—. Es mejor si los Halcones nos ven amigables.
—Tiene razón —apoyó uno de los chicos—. Si te ven con esa cara pensarán que venimos a declararles la guerra.
Xiao Ba soltó un profundo suspiro, ignorando los comentarios. Luego, dirigió su mirada a su hermana, que cabalgaba tranquila a su lado. Recordó entonces por qué había aceptado acompañarlos en esta peligrosa misión.
—Yin... ¿puedes enseñarme a neutralizar mis pensamientos y a crear una barrera protectora?
Yin sonrió, adivinando la razón de su petición.
—Si te muestro cómo... ¿no perdería su magia?
Él mantuvo la vista fija al frente.
—Solo prométeme que no volverás a hacerlo... —murmuró con tono de reproche—. No está bien que una mujer lea la mente de un hombre.
Yin soltó una pequeña carcajada, recordando el momento exacto al que se refería.
—¿Aún piensas que soy linda?
—¡Aaaahhh, ya cállate! —gritó, avergonzado.
—¡Jajaja! Está bien, está bien. No te molestaré más —concedió ella, divertida.
El grupo continuó su trayecto, cruzando un río estrecho. Cada paso era dado con cautela, conscientes de las trampas que el Clan de los Halcones solía dejar entre la maleza. Aquella tribu era famosa por su cacería silenciosa y letal.
—Esto está mal —repitió Xiao Ba—. Esto está muy mal... Todavía tenemos oportunidad de retroceder, ¿lo saben, verdad?
—Xiao Ba, nosotros jamás retrocedemos. ¿Recuerdas? Es una de las reglas que aprendimos en la escuela —respondió uno de los chicos con firmeza.
—Sí, pero esta vez sí podemos... por favor.
—No lo creo, amigo —dijo Xiao con tono grave—. Ya llegamos.
El joven detuvo su caballo al borde de un acantilado. Uno a uno, los demás se fueron deteniendo también, sin decir palabra.
—Y bien, joven príncipe —dijo uno de los guardias—, ¿qué ordenas?
Xiao tragó saliva, intentando mantener la calma.
—Supongo que... seguiremos adelante.
—¡Así se habla, Xiao!
Sin más demora, los cinco jóvenes avanzaron con determinación, seguidos por un par de guardias. Cruzaron el valle con paso firme, aunque la tensión en el aire era innegable. Cada uno de los hombres sabía a lo que se enfrentaban. Solo los insensatos —o los valientes— se atreverían a acercarse a la temida Tribu de la Muerte.
A medida que avanzaban, los soldados que los acompañaban comenzaron a abandonar la marcha. Uno tras otro, dieron la vuelta, incapaces de ignorar la amenaza que pesaba sobre ellos.
De los veinte hombres que salieron con ellos, solo dos se mantuvieron firmes hasta el final.
—Parece que no a todos les gustó la idea de visitar a nuestros queridos amigos —dijo Chuye, con una risa nerviosa.
—Bueno, ¿aún están seguros de querer seguir?
—¿Seguro que tenemos opción ahora?
Todos giraron la vista hacia el frente. A tan solo unos pasos, se alzaban las puertas de madera negra que marcaban la entrada al territorio enemigo.
—No lo creo...
Hubo un breve silencio. Solo el viento soplaba, agitando las capas y las crines de los caballos.
Finalmente, Yin rompió el silencio.
—¿Y bien? ¿Quién será el valiente?