—Ash, ya estamos cansados. ¿Por qué no escogemos cualquier posada? —se quejó Xiao con fastidio mientras avanzábamos por el sendero polvoriento del poblado.
—Xiao, esta tarde amenacé a uno de los hombres con autoridad de esta tribu. ¿Qué crees que pasará si nos quedamos en cualquier posada? —respondí con tono seco, sin dejar de caminar.
—De todas formas no pueden hacernos nada, ¿no? Digo... tú puedes con ellos, ¿cierto? Eres una "Deidad". —Xiao dibujó unas comillas en el aire, en tono sarcástico.
Lo miré con ironía. —Todavía soy humana, Xiao. Eso significa que también soy vulnerable a cualquier ataque. Mis poderes no servirán de mucho si todos se lanzan contra nosotros a la vez.
—¿Espera... si tú estás vulnerable, entonces nosotros estamos muertos? —exclamó Xiao, haciendo una mueca exagerada de terror.
—Nosotros no —intervino Xiao Ba, encogiéndose de hombros—. También sabemos cómo pelear.
Mientras discutíamos, decidimos detenernos a almorzar. Escogimos un restaurante con mesas al aire libre, aprovechando que el clima aún era amable pese al cambio de estación.
—Entonces solo tú estás muerto —añadió Zhao Chen burlón, dirigiéndose a Xiao.
—¡Claro que no! Para eso tengo a Yin cuidándome las espaldas... ¿no es así, Yin?
—¿Por qué no mejor se callan y piden el menú? —dije sin mirarlos, agotada por sus tonterías.
—Ash, qué molesta eres... —gruñó Xiao, cruzándose de brazos.
Nos quedamos allí un rato más hasta que llegó el encargado, quien se ofreció a atendernos. Nos informó del menú del día y cada uno eligió su porción antes de esperar la comida.
Fue entonces cuando a Xiao Ba se le ocurrió una nueva idea.
—¿Y si nos disfrazamos de estudiantes?
—¿Estudiantes que van al Estado Wei? ¿Para qué? —preguntó Zhao Chen con una ceja alzada.
—Bueno... se acerca el invierno y el Imperio Wei celebrará el Festival de Dongzhi. Podemos decir que somos estudiantes interesados en aprender sobre tan magnífica festividad.
—En tal caso, no podemos decir que venimos de Chan. Nos delataríamos muy fácilmente —intervino Zhao Chen, cruzando los brazos.
—Podemos decir que venimos de alguna tribu —propuso Xiao Ba con entusiasmo.
—¿Así? Olvidas que el señor Wu conoce los territorios tanto dentro como fuera de Chan. Sabrá que mentimos al mencionar cualquier tribu —le rebatí.
—Entonces digamos que venimos de algún Clan. Nos creerán... cuando vean a Yin. —Xiao Ba me miró como si mi presencia bastara para confirmar cualquier historia.
—Suena más razonable —admití en voz alta, pensativa.
—Aun así, chicos, se les está olvidando algo importante. El señor Wu nos conoce. Sabe quién es Yin, sabe quién es Xiao... ¡hasta sabe quién soy yo!
—¿Chuye? —La voz de una mujer irrumpió de pronto detrás de nosotros. Todos nos giramos para mirarla, confundidos. Era una joven de rostro sereno y sonrisa animada. Ninguno pareció reconocerla.
Chuye se levantó con recelo. —¿Disculpe... me conoce?
—¡Por supuesto! Te reconocí en cuanto te vi sentado. —Su sonrisa se amplió, ajena a nuestra tensión.
—¿Será su novia? —murmuraron los chicos entre sí.
—¡Wong Chuye! ¡Tu hermano debe de estar muy feliz de que estés aquí! —añadió la joven con entusiasmo.
—¿Conoces a mi hermano? —preguntó Chuye, desconfiado.
Ella asintió y nos pidió que la siguiéramos. Aunque en parte teníamos dudas sobre su sinceridad, nos levantamos y acompañamos a Chuye. Había algo en su mirada que no parecía hostil... pero tampoco completamente transparente.
Nos condujo hasta una cabaña sencilla, no muy pequeña, pero sí modesta.
—Pueden pasar —nos invitó mientras abría la puerta—. Tu hermano está en su estudio.
Chuye fue el primero en entrar. Los demás lo seguimos a paso lento, como si cruzáramos un umbral invisible. La tensión se espesaba en el ambiente.
Entramos en una habitación con las ventanas abiertas, donde la brisa movía ligeramente las cortinas. Sentado en un escritorio de madera, con la postura erguida y el rostro imperturbable, estaba el hermano mayor de Chuye.
Ese instante no transmitió alegría. Tampoco sorpresa. Mucho menos amor.
Nos inclinamos formalmente, arrodillándonos frente a él. —Saludos, primer joven de la familia Wong —recitamos al unísono.
Chuye fue el único que no se inclinó. Ni siquiera pareció considerar hacerlo. Estaba paralizado, con la mirada fija en aquel rostro tan familiar como ajeno. El reencuentro no era cálido. Era un cruce de ausencias y heridas no sanadas.
Intuí que debían estar a solas. Hice una señal a los chicos, pero ellos insistieron en quedarse.
—¡Oye! ¡Nuestro amigo necesita ayuda! —protestó Xiao Ba.
—Nuestro amigo necesita estar a solas, Xiao Ba —le respondí con firmeza.
—¡Claro que no! Lo sé por su mirada... ¡nos estaba pidiendo que nos quedáramos! —añadió Zhao Chen con drama.
—Zhao Chen, no digas tonterías —resoplé, perdiendo la paciencia.
La joven apareció en ese instante con una bandeja en las manos.
—¿Desean un poco de vino?