Mas alla de la luna: La leyenda de Mein Yin.

Capítulo 77

—¿Tío, es verdad que luchas contra los malos? Papá me dijo que eras un espía... —la pequeña se acercó a su tío en puntillas, bajando la voz como si temiera que alguien más pudiera escuchar—. Me dijo que era un secreto...

Chuye le siguió el juego, inclinándose hacia ella con la misma seriedad cómplice.

—Así es... —susurró—. Pero si se lo cuentas a alguien, me atraparán... y moriré.

La niña abrió los ojos como platos, llevándose ambas manitos a la boca. Chuye sonrió divertido al ver su reacción.

—¿Prometes no decírselo a nadie? —preguntó él, extendiendo el meñique.

La niña asintió rápidamente, entre emocionada y asustada, y entrelazó su dedito con el de él. Chuye la cargó con facilidad. La madre de la niña, al notar lo cómoda que se veía en brazos de un hombre al que apenas conocía, les dio una última mirada antes de salir de la habitación, cerrando la puerta con suavidad.

—¿Quién diría que te encariñarías con una niña de tres años? —bromeó Zhao Chen con una sonrisa maliciosa.

Chuye le lanzó una mirada fulminante, como diciendo "cállate", y Zhao Chen levantó las manos en señal de paz. Mientras cargaba a la niña con tranquilidad, salieron de la habitación. El resto de los chicos, aún dentro, intercambiaron miradas sorprendidas ante la actitud de su compañero.

—Ash... ni siquiera sé por qué me lo tomo tan personal —murmuró uno de ellos—. Pero ese sí que es el viejo Chuye.

—Bueno, al menos deberíamos pensar en algo mientras él pasa tiempo con su sobrina —propuso Zhao Chen—. No podemos dejarle todo a él.

—Buena idea. Aun así, estamos perdidos sin él... ya saben que es el cerebro del grupo —añadió Xiao Ba con resignación.

—Vamos, ¿qué tan difícil puede ser diseñar un simple traje de estudiante?

—Varios minutos después—

Xiao Ba yacía boca abajo en el suelo, los demás estaban desparramados por la habitación, recostados en esquinas y contra las paredes, con las ventanas abiertas para dejar entrar una brisa que apenas refrescaba el ambiente... y sus cerebros agotados.

—Estamos muertos... —murmuró Zhao Chen, secándose el sudor con el dorso del brazo.

Pero de pronto, como si algo se encendiera en su mente, Zhao Chen se incorporó de un salto y se acercó a Yin con una sonrisa fingidamente encantadora.

—Querida Yin... ¿sabes? Eres la más inteligente del grupo después de Chuye...

—¿Qué quieres, Zhao Chen? —respondió Yin sin siquiera mirarlo.

Zhao Chen soltó su brazo dramáticamente.

—¿Cómo que qué quiero? ¡Nos ves aquí, quemándonos las neuronas, y tú tan tranquila sin aportar ni una idea! La mujer que vino a rescatarnos dijo que eras capaz de quitar y dar... habilidades.

Yin apartó la mirada, más seria ahora.

—Zhao Chen, no puedo usar mis habilidades así como así. Mi cuerpo no lo resistiría si las uso para todo. Solo lo hago cuando es estrictamente necesario.

—¡Yin, esto es estrictamente necesario! —insistió él, señalando a los demás con desesperación.

—No, Zhao Chen, no lo es —dijo ella con firmeza—. Esto es un problema que cualquier humano puede resolver.

—Ash, olvídalo —intervino Xiao—. Ella no va a decir nada... a menos que nos vea deshidratarnos en medio del desierto. Tal vez ahí sí nos ayude...

—No exageres, Xiao...

Sin embargo, Xiao parecía distraído, su atención fija en la ventana, perdido en pensamientos que lo desconectaban del presente. No pensaba en la misión, ni en el plan, ni en la ropa escolar. Pensaba en ella.

En los ojos de la pequeña.

Sabía que era solo una niña, que pensar en eso ahora era absurdo. Pero una parte de él, quizás demasiado leal a las antiguas costumbres de su tierra, sentía una determinación firme: cuando llegara el momento de elegir esposa... quería elegirla a ella.

—Parece que nuestro pequeño príncipe no puede dejar de suspirar... —se burló Xiao Ba desde su rincón.

Xiao reaccionó de inmediato, demasiado tarde. Todos los ojos se volvieron hacia él, sonrisas contenidas, listos para aprovechar el nuevo blanco de bromas.

—No estarás pensando... ¿en tomarla como esposa, verdad, Xiao?

—¡Cállate, Zhao Chen! ¿Cómo crees? ¡No soy un pervertido! —respondió nervioso, los ojos muy abiertos, visiblemente alterado.

Pero esa respuesta solo sirvió para encender aún más las burlas.

—Bueno, si quieres que el tío te acepte, tendrás que pagar una buena dote...

—¡Tal vez cinco carros no sean suficientes! JAJAJA.

—¡Ya basta! —gritó Xiao, poniéndose de pie bruscamente. En un solo movimiento, dejó escapar de sus mangas pequeñas agujas finas, cuyo brillo metálico escondía un veneno letal.

Los demás reaccionaron al instante, esquivando las agujas que se clavaron en las paredes con un leve silbido. Todos se pusieron en guardia, pero ninguno tenía sus armas cerca.

Lo miraron, desconcertados.

¿Por qué Xiao había reaccionado así? ¿Por qué responder con tanta violencia a unas bromas? ¿Qué estaba escondiendo?

Se suponía que estaban del mismo lado... ¿o no?




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