La misma joven que nos recibió se acercó con una sonrisa serena y nos ofreció un poco de vino. Los chicos asintieron sin dudar, y todos tomamos asiento. Yo no solía beber mucho, pero considerando dónde estábamos, rechazarlo sería de mala educación.
—Usted es... —pregunté con curiosidad, intentando saber quién era aquella mujer que nos había traído hasta aquí.
—Soy Xiaomei, esposa del joven Wong —respondió con amabilidad mientras servía el vino con movimientos delicados.
Mientras tanto, en el estudio
En los extremos opuestos de la mesa del estudio, se encontraban los dos hijos del general Wong. Uno frente al otro, rectos y silenciosos, como si el tiempo no hubiera pasado. El mayor mantenía la mirada baja, mientras el más joven, Chuye, disimulaba la incomodidad que sentía en el pecho. Tantas cosas que decir, tanto resentimiento acumulado, pero ni siquiera sabían por dónde empezar.
Fue Chuye quien recordó primero. La memoria de aquel abandono los días posteriores a la muerte del general pesaba sobre él como una piedra fría.
—Wong Chuye... Cuánto tiempo ha pasado —dijo el hermano mayor sin levantar la mirada, sus ojos fijos en el vacío—. Parece que te ha ido bastante bien...
—Supongo que no tanto como a ti... mírate, ya tienes esposa.
—Así es —asintió el mayor—. Tengo una familia. Mi esposa está esperando un bebé.
Los ojos de Chuye se abrieron con sorpresa. No supo qué responder, así que simplemente se limitó a lo básico.
—Me alegro por ti, hermano.
Su hermano sirvió vino en silencio. No estaba seguro de si Chuye aún bebía, pero le ofreció igualmente.
—Espero que aún puedas beber —comentó con una sonrisa leve.
Chuye ignoró la ironía y bebió sin discutir.
—Te fuiste solo unos meses y ya olvidaste cómo soy.
—Jamás lo haría. Eres mi hermano menor, Chuye. Nunca te olvidaría.
—Claro... dile eso a tu madre, pero a mí no me vengas con esas mentiras.
El rostro del mayor se endureció, frunciendo el ceño.
—¿Ella... está bien?
—Por supuesto. Mi padre se encargó de dejarla en buenas condiciones.
—¿Y ustedes... cómo están?
—No te preocupes por nosotros. Tenemos techo, comida... estamos bien.
—No me refería a eso, Chuye. Desde que mi padre mu...
—Dije que no te preocuparas. Estamos bien —interrumpió, afirmando con la cabeza, sin mirarlo.
El silencio llenó la habitación por unos segundos más. La tensión comenzaba a disiparse. El hermano mayor intentó suavizar la conversación.
—¿Sigues estudiando en... el Palacio?
—No. Ya nos graduamos.
—Me alegra... Me alegra que estés bien, hermano.
Chuye soltó un largo suspiro. Dejó la copa de vino sobre la mesa y se puso de pie, acomodando su ropa.
—Supongo que no hay nada más que decir. Me llevaré a mis amigos.
—¡Espera, Chuye!
Se detuvo, sin girarse.
—Sé que no tienen dónde dormir, así que le pedí a mi esposa que preparara una habitación para ustedes. Podrán descansar cómodamente.
—Mis amigos y yo estamos bien, gracias.
Justo entonces, se escucharon susurros al otro lado de la puerta.
—Claro que no, ni siquiera tenemos dónde comer... —se quejó Shu, en voz baja.
—¡Shu! ¡Cállate! Chuye puede escucharnos —exclamó Yin con urgencia.
Ambos hermanos se acercaron lentamente a la puerta, intentando escuchar más. La cara de vergüenza de Chuye era evidente, pero ya era tarde. Su hermano mayor ya había captado algunas de las quejas. Nombres como Xiao Ba y Zhao Chen flotaban en el aire.
—Oigan... ¿por qué no se escucha más?
El hermano mayor abrió la puerta de golpe, revelando al pequeño grupo agazapado detrás. Todos cayeron unos encima de otros al perder el equilibrio. Chuye y su hermano los miraron desde arriba, serios, como dictaba la postura tradicional de los hombres de su familia.
Los chicos, en el suelo, alzaron la vista con expresión avergonzada y un poco adolorida.
—Eh... ¿están bien? —preguntó Chuye, intentando no reír.
Unos minutos después
—¿Qué creen que estaban haciendo? —preguntó Chuye, inquieto, caminando de un lado al otro como si estuviera lidiando con niños traviesos. Los demás estaban sentados como regañados.
—Solo queríamos ver cómo te iba... con tu hermano —respondió Zhao Chen, buscando una excusa coherente mientras los demás asentían con nerviosismo.
—Además, también... queríamos saber si necesitabas... ayuda —añadió Yin con una sonrisa culpable.
—¿Ayuda? —repitió Chuye, cruzándose de brazos.
Todos bajaron la mirada, sin poder justificar lo evidente.