Antes de que pudiera terminar su frase, Yin alzó su brazo derecho con la mano fuertemente cerrada. Con un solo y preciso movimiento, desprendió el cuerpo del impostor de sus extremidades; su cabeza rodó sin vida lejos del torso.
Segundos después, una brisa helada cruzó la habitación, formando un remolino alrededor del cadáver. El viento se intensificaba con cada segundo, como si la naturaleza respondiera al acto cometido... y, sin embargo, ni una copa, ni un solo objeto dentro de la habitación se movió, como si el fenómeno respetara lo sagrado del acto y la emoción que lo acompañaba.
Xiao Ba y Zhao Chen observaron atónitos. Habían sido simples espectadores de un castigo atroz ejecutado por manos familiares. Tal vez aquella criatura era del mundo de Yin... pero si lo contaban, nadie les creería.
Yin, en cambio, no parecía presente. Sus ojos estaban perdidos en un punto invisible, atrapada en recuerdos que la herían, la acosaban y la castigaban como un animal acorralado. Aquel asesinato no había sido un acto frío: había sido personal. Y eso dolía más.
—Yin... ¿te encuentras bien? —preguntó Xiao Ba, acercándose con cautela, deseando ofrecerle apoyo.
Pero ella estiró el brazo con la palma abierta, advirtiéndole sin palabras que no se acercara.
—No te acerques, Xiao Ba... por favor —dijo con voz temblorosa, pero firme.
—Espera, Yin. Tranquila, no quiero hacerte daño —replicó él, levantando las manos en señal de paz—. Solo quiero ayudarte.
—Lo sé... —ella bajó la mirada—. Pero yo sí podría hacerte daño. Ahora no tengo control de mi poder. Te lo ruego... si das un paso más, podría actuar sin siquiera darme cuenta.
El joven se detuvo en seco. Algo en sus palabras le heló la sangre. Su hermana hablaba con una seriedad que no había escuchado antes.
—Yin, pero... somos hermanos. ¿Cómo crees que podrías hacerme daño?
Ella guardó silencio por un instante, antes de hablar con voz baja, pero firme.
—Porque ser hermanos no me hace menos peligrosa, Xiao Ba. Aunque estés siempre en mis pensamientos, aunque te ame... sigues expuesto a mis sombras.
Hizo una pausa.
—Debo irme.
Yin se envolvió en su abrigo oscuro y desapareció, sin dejar rastro. Tan repentino fue su escape que ni siquiera un leve roce del viento quedó tras de ella.
Los chicos la buscaron en cada rincón, en pasillos, habitaciones, tejados... pero Yin ya no estaba.
Entonces, la puerta se abrió y entraron Wong Chuye y el verdadero Xiao, este último con la niña dormida en brazos.
—Dime que eres el verdadero Xiao —dijo Zhao Chen, con tono medio en broma, medio en pánico.
—Tranquilo. Soy el bueno —respondió Xiao con media sonrisa.
—¡¿Ustedes sabían de esto?! —saltó Zhao Chen, indignado.
Xiao asintió.
—La noche anterior al viaje, Yin nos mandó una carta por su paloma mensajera. Nos contó que había tenido un encuentro con un Xhiamixg y que en medio del trance vio un fragmento del futuro. Supo que se avecinaban más ataques. Así que nos advirtió a Chuye y a mí para que estuviéramos preparados.
—¿Y entonces?
—Durante el viaje, me ausenté por unas horas. Al regresar, noté que... mi reemplazo ya estaba con ustedes. Lo seguí desde la distancia. Cuando llegaron a esta habitación, comprendí que era el momento. Por eso Chuye salió con la niña. Ella no debía presenciar algo así.
—Y se encontraron en el patio trasero —agregó Chuye—. Hablamos con el hermano de la niña y su esposa para tranquilizarlos.
Zhao Chen y Xiao Ba se miraron incrédulos.
—O sea que todo este tiempo ustedes sabían... ¿y no nos dijeron nada?
—Porque ustedes eran clave para enfurecer al guardián —respondió Chuye—. Si no fuera por sus bromas pesadas, por su forma de provocarlo... nunca habríamos detectado al infiltrado.
—Vaya... —murmuró Xiao Ba, mirando a Zhao Chen con resignación—. Nos usaron en nuestras propias narices, amigo...
Mientras hablaban, Chuye comenzó a buscar con la mirada.
—¿Dónde está Yin?
—Eh... bueno, salió a tomar un poco de aire —dijo Xiao Ba, sin saber qué más explicar.
Luego del incidente, los chicos decidieron quedarse a almorzar con la familia de Chuye. El ambiente era cálido, pero Yin no regresaba.
Pasaron las horas. La risa se fue apagando. El atardecer dejó paso a la noche.
Finalmente, Xiao Ba tomó su abrigo y salió solo. No pidió compañía. No quería testigos. Solo quería respuestas.
Caminó durante más de una hora por las calles, bajo faroles apagados y frente a puertas cerradas. Aunque la ciudad no estaba vacía, la sentía desierta. La buscó entre los tejados, en las plazas, en los callejones, pero no había ni rastro de Yin.
A medida que pasaba el tiempo, el bullicio de la ciudad se apagaba. Los restaurantes bajaban las luces. Las posadas cerraban sus puertas. Todos comenzaban a refugiarse del frío.
Y Xiao Ba seguía deambulando, solo, como un eco sin rumbo.
Ya no sabía a quién preguntar. No sabía cómo seguir. Ni siquiera sabía si buscaba a su hermana... o a la parte de ella que se había perdido.
Solo recordaba aquella frase que ella le había dicho antes de desaparecer.
Sabía que debía dejarla ir. Lo sabía. Yin quería estar sola, se lo había dicho con claridad. Pero aún así... necesitaba encontrarla. Necesitaba entender.
Quería que le dijera qué estaba ocurriendo, qué carga llevaba sobre los hombros, qué pesadilla la estaba desgarrando por dentro.
No lo sabía. Nunca lo supo. Cuando se trataba de Yin, su mundo se convertía en una ruleta.
Nunca la entendió del todo... y ahora menos que nunca.
Pero quizá, justo ahí, en ese misterio indescifrable, estaba la razón por la que nunca podía alejarse de ella. Porque tener que adivinarla, descubrir algo nuevo cada día, era lo que más lo ataba a su lado.
La sentía. Aunque lejos... la sentía. Como si gritara por ayuda en silencio.
Pero no podía ayudarla.