—¿Encontraste a Yin?
Negué con la cabeza mientras avanzaba hacia la cabaña, con el abrigo cubriéndome hasta el cuello.
—No puede ser... ¿a dónde se fue esta vez? —exclamó Xiao, con el ceño fruncido, sacudiendo la nieve de sus hombros.
—Mañana tenemos que partir —añadió con preocupación—. ¿Por qué tardará tanto?
—Tal vez ya encontró un sitio donde descansar —opinó Zhao Chen, sin mucha convicción.
—No importa —murmuré, abriendo la puerta—. Entremos. El frío está calando los huesos.
Dentro, la esposa del hermano de Wong Chuye nos recibió con una sonrisa amable y una olla humeante de chocolate caliente. El aroma a cacao llenó el aire, dándonos una tibia sensación de hogar en medio del invierno.
La pequeña seguía jugando sin descanso junto al joven príncipe, riendo entre los cojines. Zhao Chen, por su parte, no perdía la oportunidad de molestar a Chuye, quien respondía con su habitual estoicismo. Yo los observaba en silencio, sin ánimos de intervenir ni de llevarle la contraria a nadie. Me limité a sostener la taza caliente entre las manos, escuchando, respirando, tratando de calmar una inquietud que no sabía nombrar.
Apenas terminé la bebida, me despedí con un gesto y fui el primero en retirarme. Cerré los ojos con la esperanza de que el nuevo día trajera algo mejor... algo diferente.
—A la mañana siguiente—
—¡Oye, dormilón! Despierta, tenemos que salir. ¿Recuerdas? —la voz de Zhao Chen me sacó bruscamente del sueño.
Parpadeé varias veces hasta que pude mantener los ojos abiertos. Con los músculos entumecidos por el frío, me puse las botas a tientas y salí, suponiendo que todos ya estaban listos.
Al salir, la sorpresa me sacudió más que la brisa helada.
Yin estaba allí, de pie junto a los carros, dando indicaciones como si hubiera estado con nosotros toda la noche.
—¿Qué pasa, Xiao Ba? ¿Llegué tarde otra vez? —dijo con una sonrisa ladeada.
La miré con una mezcla de alivio y reproche. —¿Dónde estuviste anoche? Te busqué por todos lados... pensé que te habías ido.
—Estaba con el jefe —respondió con naturalidad—. Revisábamos los suministros que consiguió para nosotros. Son importantes, y creo que nos ayudarán mucho en los cambios que vienen.
—¿Ah, sí? —repliqué, cruzándome de brazos, aún con la intriga dándome vueltas en la cabeza.
—Ujum —interrumpió Zhao Chen, apareciendo con varias cajas en los brazos—. Yin trajo un montón de cosas. Ropa, provisiones, mapas... No se le escapó ni un solo detalle.
—Yin es buena —añadió Xiao, entrando detrás con otra caja, algo más pesada—. Siempre lo ha sido.
Yin asintió con modestia mientras ajustaba una lista entre sus manos.
—Ya me encargué de que prepararan la comida y el agua —explicó sin perder el ritmo—. Los contenedores ya están asegurados en los carros. Podemos partir en cuanto estén listos.
—¿Tú hiciste todo eso... sola? —pregunté, incrédulo.
—Por supuesto —respondió, esta vez con firmeza—. Tenía que hacerlo bien. No podíamos permitirnos volver a tropezar con la misma piedra. Aún faltan dos días de viaje, y no pienso quedarme otra vez sin agua o comida a mitad de camino.
La miré unos segundos en silencio. Había algo distinto en ella. Más que eficiencia o fuerza... era determinación. Una fuerza silenciosa, nacida quizás del dolor, del deber o de algo más profundo que aún no alcanzábamos a ver.
Y, aunque no lo dijo en voz alta, pude sentir que cada movimiento, cada decisión, llevaba consigo la carga de alguien que no quiere repetir errores del pasado.
Yin ya había decidido ser la primera en levantarse. La primera en avanzar. Y nosotros, tarde o temprano, tendríamos que seguirla.