Mas alla de la luna: La leyenda de Mein Yin.

Capítulo 85

Nuevamente emprendimos el viaje hacia nuestro próximo destino, no sin antes despedirnos de la familia de Chuye. Aquel reencuentro resultó más oportuno de lo que esperábamos. Aunque ni él ni su hermano dieron el primer paso hacia una reconciliación, al menos lograron ponerse al día... Y sobre todo, ahora conocía a su sobrina. Algo era algo.

El camino que seguíamos era mucho más amable esta vez. Según el mapa, habíamos dejado atrás las montañas y los senderos empinados; por delante se extendía una ruta plana, sin grandes complicaciones.

—Ahora sí, chicos —anunció Zhao Chen en tono medio serio mientras caminábamos—. Debemos hablar. La próxima vez tenemos que comunicarnos mejor. Ya saben... como un equipo.

Los demás rieron, siguiendo su ritmo de broma.

—¿Te refieres a que debemos avisarte si va a haber otro intento de ataque demoníaco? —soltó Yin con una ceja levantada.

—¡Exacto! ¡Eso mismo! —respondió Chen, señalándola como si acabara de ganar una competencia—. Tú misma lo dijiste: "avisarnos". ¿Se imaginan si esa cosa nos hubiese matado? ¡Morimos ignorantes!

—Pero no murieron, Zhao Chen. Yo estaba allí. Ese era el plan —respondió Yin con calma.

—¿¡Lo ven!? —replicó él agitando los brazos—. ¡Hacen planes y no nos informan nada! ¡Podría haber muerto sin saberlo!

—Si se los contábamos, todo se habría arruinado —intervino Chuye—. Teníamos que dejar que las cosas fluyeran naturalmente.

—¡Pues no puede volver a pasar! ¿Estamos de acuerdo?

Yin y Chuye asintieron con algo de culpa. Zhao Chen y Xiao Ba se giraron hacia Xiao, buscando un poco de solidaridad, pero él levantó las manos en señal de inocencia.

—Ellos fueron los del plan, no yo —dijo, señalando a los responsables.

Poco después, Chuye se volvió hacia Yin con una voz apenas más alta, como queriendo asegurarse de que los demás no lo escucharan.

—¿Tienes un plan?

Yin entendió de inmediato a qué se refería. Le dirigió una media sonrisa y asintió.

—Cuando estemos cerca del objetivo... se los contaré.

Pero Zhao Chen, siempre atento, alcanzó a oírlo desde unos pasos atrás.

—¡¿Ven?! ¡Otra vez lo están haciendo! ¡Ya están tramando su próximo plan sin nosotros!

Xiao Ba le siguió el juego con una sonrisa burlona. —Claro, es su hermana. ¿Por qué incluirnos a nosotros, los simples mortales?

Yin y Chuye se miraron con complicidad, luego soltaron una pequeña risa resignada. Por más que se quejaran, sabían que terminarían siguiéndolos igual.

Durante todo el trayecto, el grupo se mantuvo conversando, distraídos por la belleza del paisaje que se abría a su alrededor. El ritmo del viaje era lento, ya que solo contaban con dos hombres como escolta, así que se desplazaban a paso cómodo.

Hacían paradas regulares durante el día, y por las noches acampaban siempre cerca de un río. Así los caballos podían beber suficiente agua, y ellos descansar bajo el cielo estrellado.

Así transcurrieron los dos días de camino, mientras cada uno se preparaba para su siguiente papel. Había que elegir con cuidado cómo se presentarían en la capital. No podían permitirse destacar... ni ser descubiertos.

Cuando por fin llegaron a la ciudad, ya todos tenían en mente a qué tipo de personaje se adaptarían. Solo faltaba encontrar la ropa adecuada. Buscaron una posada, y la primera que encontraron les ofreció un hospedaje económico. Aceptaron sin dudarlo.

Yin y Xiao se quedaron en la habitación mientras Chuye, Xiao Ba y Zhao Chen salían a buscar los atuendos necesarios.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Xiao con suavidad, al notar la expresión inusualmente distante de Yin.

Ella estaba sentada frente a la ventana, observando en silencio la calle abarrotada de gente. A simple vista parecía una escena habitual, pero Xiao sabía que algo era distinto esta vez. Su quietud tenía un peso extraño, como si en su mente desfilaran miles de recuerdos al mismo tiempo.

No se fijaba en los comerciantes que ofrecían sus mercancías con gritos estridentes, ni en los nobles jóvenes que paseaban con abanicos de plumas delicadas y túnicas impecables. Tampoco parecía ver a los niños corriendo, a los músicos ambulantes, o a los mendigos pidiendo limosna.

Solo miraba... hacia adentro.

Xiao se acercó en silencio, como si temiera interrumpir algo sagrado. Caminó con pasos lentos, casi felinos, y cuando ya estaba detrás de ella, le colocó las manos de golpe en los hombros, con la intención de asustarla.

Pero Yin ni siquiera pestañeó.

—¡Oye! ¡Ni te inmutaste! —protestó él, haciendo un puchero.

Yin se giró lentamente, una sonrisa tranquila en el rostro. Luego le hizo un gesto con la mano para que se sentara frente a ella.

—Vi cuando venías. Desde el reflejo del jarrón de té.

Xiao miró a su alrededor, buscando ese supuesto reflejo, pero no vio nada que pudiera delatarlo.

—Ajá... claro, tus "súper poderes", ¿verdad? —dijo mientras se sentaba y tomaba la taza que ella le ofrecía.

Yin le sostuvo la mirada y alzó su propia taza. Hicieron un brindis sin tocarse.

—Parece que te incomoda hablar de mis habilidades —comentó ella, con una media sonrisa.

—No es eso —se apresuró a responder Xiao—. Es solo que... saber que puedes leer la mente de cualquiera da un poco de cosa. Hay cosas que uno prefiere mantener enterradas en el fondo de su cabeza, ¿sabes? Secretos de hombre... y tú llegas y los arruinas.

Yin soltó una risa suave.

—Xiao, nunca he entrado en tu mente. No sin permiso. Sí lo hice con Xiao Ba, Zhao Chen... algunas veces con Chuye. Pero contigo nunca.

Xiao se sonrojó de inmediato, y casi como un reflejo comenzó a pensar con más intensidad.

—¿Me estás diciendo... que nunca has visto lo que pienso?

—Jamás —respondió Yin, manteniendo la mirada serena.

El silencio entre ambos se volvió más denso, pero no incómodo. Xiao bajó la vista hacia su taza, y luego volvió a mirar por la ventana, como si ahora él también buscara algo entre la multitud que pasaba.




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