Mas alla de la luna: La leyenda de Mein Yin.

Capítulo 88

—¿El maestro Shen? —preguntó Xiao Ba, frunciendo el ceño con suspicacia—. ¿Era un viejo conocido?

—Lo era —respondí con tono neutro, sin detenerme—. Pero no por eso pedí su ayuda. Lo hice porque sabía que podía confiar en él para este trabajo.

Al llegar a la posada, el ambiente olía a incienso y madera antigua. Nuestros compañeros ya habían terminado de cambiarse y se encontraban alineados en la sala, luciendo sus nuevas vestimentas. Las telas eran sobrias, elegantes y con los bordados característicos del Clan Lang. A simple vista, cualquiera podría haber jurado que pertenecían a él.

—Muy bien —comenté, observándolos con detenimiento—. Les sienta bastante bien este aire.

—No digas eso, Yin —gruñó Zhao Chen—. Odio tener que fingir ser uno de esos arrogantes. Se creen tan... perfectos.

—No está tan mal, a decir verdad —intervino Xiao, observándose en un espejo con una sonrisa tímida.

Me acerqué a él y le ajusté las mangas con precisión.

—Recuerda, Xiao: los jóvenes del Clan Lang cuidan cada detalle de su ropa. Las mangas y los bordes se manejan con delicadeza, como si fueran parte de un ritual.

Saqué pequeñas bolsas aromáticas y se las entregué a cada uno. Eran insignificantes para un ojo común, pero entre clanes, esos detalles eran marcas de identidad.

—Ahora falta lo más importante: el cabello. —Los señalé, indicándoles que se formaran frente a mí.

—¿Qué tiene de malo nuestro cabello suelto? —protestó Zhao Chen, cruzándose de brazos.

—Nada —dije—. Pero todo aquel que haya visto a los jóvenes del Clan Lang sabe que jamás llevan el cabello suelto. Se considera una falta de respeto. Solo las mujeres tienen permitido llevarlo libre si así lo desean.

—¡Pero siempre lo he usado así, Yin! —se quejó—. No me hagas recogerlo, ¡es parte de mí!

Unos momentos más tarde...

Uno por uno, terminé de ajustar sus peinados. Al final, les pasé un espejo largo para que se miraran.

—¿Y bien? ¿Qué opinan?

Todos se miraban entre sí con expresiones ambiguas, algunos incómodos, otros resignados.

—Parezco uno de esos pesados del Clan Lang —gruñó Zhao Chen.

—Y... esa es la idea, ¿no creen? —traté de animarlos con una sonrisa.

Les recordé que esto no era por gusto, sino por una causa mayor. Si todo salía bien, podríamos regresar a casa y volver a ser quienes éramos. Era difícil, lo entendía... pero no teníamos otra opción.

—¿Y tú, Yin? —preguntó Xiao con curiosidad—. ¿Qué usarás tú?

Pensé unos segundos. También debía ocultarme. No podía permitirme destacar, pero tampoco podía ser irreconocible. Opté por usar un hanfu fino, ligero, con un tono durazno suave: un color poco usado en el Clan Lang, pero lo suficientemente discreto para no levantar sospechas. Cubría mis hombros y parte del pecho, respetando la sobriedad que se esperaba de una dama del clan.

Maquillarme era lo que más quería evitar, pero sabía que era necesario. Las mujeres del Clan Lang eran conocidas por sus técnicas de maquillaje, siempre sutiles y naturales. No podía desentonar.

Imité algunos de los estilos que había visto en la joven Xyn, y el resultado fue aceptable. Luego vino la parte más difícil: mi cabello.

Era muy obvio que no pertenecía al clan con mi aspecto actual. Así que solo quedaba una salida: recuperar mi verdadero cabello.

Cerré los ojos y me concentré. No iba a cambiar nada más de mi cuerpo, solo dejar que mi cabello volviera a su forma original: blanco como la nieve, lacio, largo, hasta la cintura.

El cambio tomó apenas unos minutos. Cuando abrí los ojos, el espejo me devolvió el reflejo de la antigua Yin. Por un instante, sentí un nudo en el estómago. Verme así despertaba memorias, algunas dulces... otras que dolían más de lo que estaba dispuesta a admitir.

—¡Yin, estás tardando mucho! —exclamó Xiao Ba desde el otro lado de la cortina improvisada que usé para cambiarme.

Suspiré, me alisé la túnica, y salí.

Los chicos me miraron en silencio. Xiao y Wong Chuye, que estaban sentados, se pusieron de pie de inmediato. Sus rostros reflejaban sorpresa, desconcierto... y algo más difícil de nombrar. Zhao Chen se acercó, con los ojos muy abiertos.

—Yin... tu... tu cabello... ¿es blanco?

Asentí con calma.

—Así es.

—Se ve horrible —soltó Xiao Ba con desdén, rompiendo el momento. Todos lo miraron con incredulidad.

—¿Cómo puedes decir eso? —replicó Zhao Chen, indignado—. ¡Es la que mejor se ve de todos!

—¡Están ciegos! —protestó Xiao Ba, cruzándose de brazos—. Nuestra Yin no usa maquillaje, ¿lo olvidan? ¡Y su ropa! Ella siempre usa ropa de hombre, ¡no esta cosa elegante! Este no es su cabello. No es su Yin.

—Pues parece que no todos llevan bien el cambio —intervino Wong Chuye, mirando a Xiao Ba con una ceja arqueada—. Ese color no te favorece y ese peinado... parece que alguien te peinó con los ojos cerrados.

—¡Retráctate! —exclamó Xiao Ba, indignado—. Este traje me queda mejor que a ti. ¡Admítelo!

Y así, entre pequeñas discusiones, risas forzadas y miradas nostálgicas, comprendimos que para sobrevivir tendríamos que renunciar, al menos por un tiempo, a quienes éramos.

Pero dentro, muy dentro... seguíamos siendo los mismos.




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