Mas alla de la luna: La leyenda de Mein Yin.

Capítulo 89

—Bueno chicos, ¿qué les parece si salimos a dar un paseo por la ciudad?

Todos aceptaron la sugerencia con entusiasmo. Vestidos con sus nuevos atuendos, salieron de la posada tratando de parecer estudiantes del Clan Lang. El nuevo aspecto les confería una apariencia de sabiduría y refinamiento, aunque a más de uno le molestaba parecerse, siquiera un poco, a los odiosos jóvenes del clan: esos que se creían perfectos, llenos de normas rígidas y una arrogancia sofocante. Ahora, ellos mismos debían actuar como tales. ¿No era irónico?

Xiao Ba pensaba precisamente eso mientras observaba con desdén sus ropajes. Detestaba verse obligado a vestir como un principito, con el cabello recogido como un erudito y envuelto en colores tan apagados. Era como si toda su esencia hubiese sido cubierta por una capa de falsa compostura.

Aunque al principio todos se sintieron algo decepcionados, poco a poco fueron acostumbrándose. Xiao, por su parte, estaba sorprendido de usar otro estilo por primera vez; incluso disfrutaba, en secreto, la idea de actuar como un estudiante común.

—Oigan —dijo Xiao Ba, rompiendo el silencio con una sonrisa maliciosa—, escuché que los estudiantes de primer nivel del Clan Lang practican artes oscuras. ¿Será cierto?

—Yo también he oído eso —comentó otro—, pero nunca lo hemos comprobado.

—¿Quién sabe? —añadió uno más—. La única que podría confirmarlo es Yin, ¿no?

Todos giraron para mirarla, y un incómodo silencio se apoderó del grupo mientras caminaban por las largas calles de aquella inmensa ciudad.

—¿Por qué me miran así? ¿Acaso parezco del clan? —los reprendió Mein Yin, alzando una ceja.

—Bueno... tampoco podemos asegurarlo. Solo has estado con nosotros cinco años. Lo que pasó antes, no lo sabemos —respondió Xiao Ba con tono mordaz.

—Parece que alguien amaneció de mal humor —bromeó Xiao, intentando aliviar la tensión, pero nadie respondió.

Así continuaron su recorrido: caminaban entre puestos coloridos, dejando que el bullicio del festival envolviera sus sentidos. Los ojos les brillaban al descubrir mercancías artesanales, dulces de sabores desconocidos y juegos tradicionales que los hacían reír como niños. Era la primera vez que asistían a un festival fuera de su ciudad natal, y la emoción los envolvía como una cálida brisa de verano.

Sin darse cuenta, se alejaron del centro y salieron de la ciudad. Las afueras ofrecían un paisaje encantador: verdes colinas, árboles altos como gigantes dormidos y senderos que parecían llevar a mundos escondidos. Saludaban a los viajeros que cruzaban el camino, explorando el bosque como simples turistas. La tarde transcurrió tranquila, como si todo el peso de su misión se hubiera desvanecido por unas horas.

Pero al regresar, justo cuando el cielo comenzaba a oscurecerse y las farolas mágicas encendían su resplandor tenue, algo inusual captó su atención.

Fue Wong Chuye quien lo notó primero. Cerca de su posada, justo frente a un restaurante que recordaban cerrado, ahora había movimiento. Dos carruajes lujosos estaban estacionados afuera, con caballos de pelaje brillante y ojos vigilantes, bestias finas que solo los nobles podían permitirse. Guardias custodiaban la entrada del local, por donde algunas personas entraban y salían con evidente discreción.

—¿Chuye, pasa algo? —preguntó Chen al notar la distracción de su amigo.

Chuye no apartó la mirada del restaurante, pero extendió una mano para indicarle lo que observaba.

—¿Ese restaurante no estaba cerrado esta mañana?

Chen entrecerró los ojos y observó con atención. —Sí... o eso creo.

—Entonces, ¿por qué hay gente entrando? —insistió Chuye.

—¿Y viste los caballos? Son de sangre pura —murmuró Chen, asombrado.

—Exacto —asintió Chuye—. Solo los hombres con mucho dinero o poder tienen acceso a animales así.

Ambos observaron en silencio cómo un guardia salía del local con una caja entre las manos. Al llegar al carruaje, otros dos guardias abrieron la puerta trasera, y el primero depositó la caja con cuidado antes de regresar al interior.

Chuye y Chen cruzaron miradas. No necesitaban palabras: tenían que averiguar quién estaba allí dentro.

Decididos, se separaron del grupo con sigilo. Sin embargo, no pasaron desapercibidos para Yin. Ella también había notado el movimiento extraño, y aunque su cuerpo permanecía quieto, su mente analizaba cada posibilidad.

Sabía lo que debía hacer.

Sus pasos no estaban controlados por nadie, pero sus decisiones debían ser precisas. Si quería tener éxito, debía actuar con calma. No podía permitirse errores. El secreto que cargaba no debía llegar a manos equivocadas, mucho menos a oídos de sus compañeros.

Aquel paquete, lo que fuera que contenía, debía ser destruido antes de que alguien con malas intenciones se apoderara de él. Y debía hacerlo pronto. Si se demoraba, las consecuencias podrían ser catastróficas.

Pero no ahora. Aún no.

No era el momento... ni el lugar. Solo debía esperar.

Tan solo un poco más.




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