—¿Yin? ¿Dónde están Zhao Chen y Wong Chuye?
—Supongo que regresaron a la posada a descansar —respondió ella con calma.
—¿Sin nosotros? Lo dudo —refunfuñó Xiao Ba, entrecerrando los ojos—. Esos dos siempre están tramando algo.
Sin esperar respuesta, Xiao Ba comenzó a alejarse del bullicio. Yin y Xiao lo siguieron con rapidez; no podían dejarlo solo, no ahora.
Cuando se alejaron lo suficiente de la multitud, Yin lo alcanzó y lo tomó del brazo para detenerlo.
—¿A dónde crees que vas?
—Seguro fueron a comprar más dulces para el camino. Voy a encontrarlos y a decirles que no malgasten el dinero —bufó Xiao Ba con fastidio.
Yin suspiró, sabiendo en el fondo que no los encontraría. Pero lo dejó ir. Sin embargo, al dar unos pasos más, una punzada violenta le atravesó el pecho. Se llevó una mano al corazón, paralizada por un presentimiento oscuro y agudo. Sabía, sin entender del todo cómo, que algo estaba por ocurrir.
—¿Yin? ¿Estás bien? —Xiao notó su gesto de dolor.
Ella se detuvo. Sus instintos estaban alerta. En un segundo, tomó a Xiao del brazo y lo jaló hacia ella.
En ese instante, una flecha silbó por el aire y cayó justo donde el joven príncipe había estado un segundo antes. El proyectil era de hierro negro, y en su costado tenía un diminuto trozo de papel enrollado.
Xiao, desconcertado, se agachó para examinarla.
—¿Qué demonios...?
Yin recogió la flecha con cuidado, sacó el papel y lo desenrolló. Pero estaba completamente en blanco. Ni una letra. Ni un símbolo. Nada.
—¿Por qué lanzarían una flecha con un papel vacío? —preguntó Xiao mientras examinaba la punta—. ¿Y por qué es de hierro? ¿Quién usaría algo así?
Yin no tuvo tiempo de responder. Otra punzada, esta vez más violenta, le sacudió el cuerpo. Pero fue demasiado tarde. Una segunda flecha la impactó por la espalda, con precisión letal, en dirección al corazón. Cayó al suelo, jadeando, con el rostro pálido y los labios entumecidos.
De la herida emergía un humo negro, denso, que parecía quemar la carne desde dentro. Pero lo más aterrador era que la flecha no se quedaba quieta: algo, como una fuerza invisible, la empujaba más y más profundo.
Yin intentó arrancarla con ambas manos, pero era inútil. Cuanto más la tocaba, más dolor le causaba. Sus movimientos se volvían torpes, su visión borrosa.
—¡Yin! —gritó Xiao, pero antes de que pudiera ayudarla, una tercera flecha lo alcanzó por la espalda. Cayó a su lado, gimiendo, aunque la suya no parecía tener el mismo efecto que la de Yin.
Unos minutos después, Xiao Ba y Zhao Chen llegaron corriendo, alertados por rumores de un ataque a dos jóvenes estudiantes. Xiao, apenas consciente, logró decir el nombre de la posada donde se hospedaban antes de desmayarse.
Los médicos no tardaron en llegar. Xiao había tenido suerte: su flecha pudo ser extraída sin mayores complicaciones. Pero Yin... Yin no corrió la misma suerte.
La flecha se había partido dentro de su cuerpo. Solo el cuerpo del proyectil fue removido, pero la punta seguía alojada cerca del corazón. Los médicos la rodearon, inquietos, sin saber cómo proceder.
—La situación es delicada —advirtió uno de ellos—. Si la punta no se expulsa pronto, llegará al corazón. Solo queda esperar... o intervenir con extremo cuidado.
Horas después, cuando el silencio llenó la habitación, Yin usó las pocas fuerzas que le quedaban para hablar. Apenas un susurro escapó de sus labios.
—Xiao Ba...
Él, que no se había movido de su lado, respondió al instante.
—Aquí estoy.
Yin lo miró con los ojos entrecerrados. Su voz era débil, pero firme.
—Toma la daga... la de la mesa. Úsala. Sácalo. Ya no hay tiempo.
Xiao Ba se levantó de golpe, atónito.
—¿Qué? ¡Estás delirando! ¿Cómo me pides eso?
—Si no lo haces... —jadeó Yin—, la punta alcanzará mi corazón. No tengo defensas, Xiao Ba. Aún soy humana. No hay poder que me salve si llega tan lejos. ¡Hazlo!
Antes de que pudiera reaccionar, la Sinsaya apareció en la habitación, su silueta brillante y serena, pero con el rostro tenso.
—He sentido su llamado —dijo con solemnidad—. Pero llegué tarde.
Al ver a Xiao Ba dudar, se acercó a la daga y la tomó con decisión.
—¡Espera! —gritó él, bloqueando su camino—. ¡No puedes hacerle eso!
—Son órdenes de mi señora. Debo obedecer —respondió con firmeza.
—¿Aun si ella te pidiera matarla?
La Sinsaya se detuvo, considerando la pregunta. Bajó la mirada unos segundos antes de responder:
—No tengo el derecho de cuestionarla. Solo tengo un propósito: servir.
Wong Chuye entró justo en ese momento y trató de intervenir.
—Espera, debe haber otra forma... una cura... ¡algo!
Pero la Sinsaya ya había hablado.
—¿Por qué los humanos son tan testarudos? Yin, su amiga, su hermana, está muriendo por una flecha del mundo demoniaco. No hay cura, no hay medicina. Solo queda sacarla. Incluso si eso implica causarle más dolor... incluso si eso la mata. Aun así, debemos hacerlo por ella. Y ustedes, ¿qué hacen? ¿Temen por su bienestar... o por el dolor de perderla?
Xiao Ba bajó la mirada, temblando.
—Eso... ustedes los inmortales no lo entenderían —susurró—. A veces, aunque sea lo correcto, una decisión puede alejarte para siempre de quien más amas... y eso... eso duele más que cualquier daga.
—Xiao Ba... —murmuró Chuye con voz queda.
—Es lo correcto —concluyó la Sinsaya.