—Chicos... ¿Qué haremos ahora que Yin ya no está con nosotros?
En la posada, el ambiente era denso, silencioso, casi irrespirable. Los chicos estaban sentados junto a la cama donde reposaba el cuerpo inmóvil de Yin, tratando de asimilar la realidad mientras discutían qué hacer. La duda pesaba tanto como el dolor.
—¿Deberíamos avisarle a Hao? —opinó Zhao Chen.
—O quizá primero a sus hermanos... y a su padre —añadió Xiao, con el ceño fruncido.
—No creo que ninguna de las dos opciones sea la más sensata —intervino Xiao Ba con voz tensa—. Mi padre acaba de regresar a la capital, y su salud aún está frágil, especialmente con mi madre aún en cama. Y respecto a Hao... es el nuevo Emperador. Tiene demasiada presión. Si se entera, se culpará, y no es lo que queremos.
—¿Entonces sugieres que no digamos nada? ¿Que simplemente la enterremos y ya? —replicó Zhao Chen, indignado.
—Lo que sugiero es que no nos precipitemos. La Sinsaya dijo que Yin se encuentra en un estado de "trance". Si eso es cierto... entonces no está muerta.
Zhao Chen se levantó, molesto, y señaló con fuerza hacia el cuerpo de Yin.
—Xiao Ba, entiendo tu dolor, pero mírala. No respira, sus labios están morados... su piel es pálida como el mármol. ¿Aun crees que está viva?
—¡Es mi hermana! —gritó Xiao Ba—. Y porque la conozco, sé que no debemos enterrarla. No si la Sinsaya asegura que aún vive.
—¿Y qué quieres hacer? ¿Esperar a que se pudra en la cama?
—No lo hará —interrumpió una voz inesperada. Era Chuye, que acababa de entrar en la habitación.
Zhao Chen se levantó de golpe y lo empujó contra la pared, tomándolo por el cuello de la túnica.
—¿Dónde diablos estabas?
—Con la mujer que atendió a Yin —contestó Chuye, sereno, sin levantar la voz.
—¿Y por eso desapareciste?
—No desaparecí. Solo... necesitaba aire fresco.
Zhao Chen apretó los dientes, pero acabó por soltarlo. Chuye se acercó al grupo y continuó con calma.
—Tenemos que encontrar al señor Wu antes de que entregue el paquete al Primer Ministro.
—¿Paquete? ¿De qué estás hablando?
—El señor Wu va a vender un secreto. Ese secreto contiene una parte del Sello Dorado. Y esa parte... puede conceder la vida eterna. Si cae en manos del Primer Ministro, se desatará el caos. Lo vi. Me lo mostraron.
—Estás hablando como ella... como la Sinsaya.
—Es porque hablé con ella. Me mostró una visión. Y en esa visión, si no detenemos al señor Wu... todos moriremos. Porque los deseos del Primer Ministro no traen salvación... solo ruina.
—¿Y qué haremos con Yin?
Todos giraron de inmediato hacia la cama.
Pero ya no estaba.
El cuerpo de Yin había desaparecido.
No estaba en la cama, ni en ninguna otra parte de la habitación. La desesperación los invadió y comenzaron a buscar por todos lados, sin éxito.
—¿Qué está pasando? —exclamó Xiao Ba, sin poder ocultar el temor en su voz.
Chuye se acercó a la ventana. Estaba completamente abierta. Se asomó. Nada. Pero algo dentro de él lo supo.
—Ella está bien... —susurró—. Ella nos estará esperando.
—¿Esperándonos? ¿Qué significa eso?
Chuye no respondió de inmediato. Solo dejó escapar un suspiro, y luego levantó la vista hacia el cielo nocturno, despejado y estrellado. Sonrió, como si hubiera encontrado una respuesta que el resto aún no podía comprender.
Los demás, aunque confundidos, decidieron no insistir. El día había sido largo, pesado... y agotador. No quedaban fuerzas para seguir buscando explicaciones.
Xiao Ba se acercó a Chuye.
—¿Ella está bien... de verdad?
Chuye asintió, sin dejar de mirar el cielo.
—Así es. Ella está bien.
Ambos se quedaron contemplando las estrellas en silencio. Una calma extraña los rodeaba, un consuelo inexplicable que llenaba el pecho como una esperanza silenciosa.
Porque esto... esto es solo el principio.
El principio de una era donde cada uno tendrá que demostrar quién es y lo que está dispuesto a hacer por aquellos que, tal vez, ni siquiera lo sabrán.
Fuimos creados para luchar. Para caer. Para seguir.
Vivimos por una causa, aunque aún no entendamos cuál. Pero tarde o temprano, esa causa nos encontrará. Y entonces... tendremos que elegir.
¿Qué es ser humano, si no el reflejo de nuestras heridas y nuestras decisiones?
A veces somos ingenuos. A veces, simplemente tontos. Y, sin embargo, es esa capacidad para sentir... lo que nos hace reales. Lo que nos hace vivir.
Por años nunca conocí el calor de una madre... ni el amor de un padre expresado con ternura. ¿Por qué? Porque mi padre se enamoró de alguien que nunca pudo entregarse por completo, y mi madre vivió toda su vida escondiendo lo que era... huyendo del miedo, del juicio, de su destino.
Aceptó los grilletes dorados que le ofrecieron... y se sentó en un trono frío, sin gloria, sin amor.
Nadie la entendió. Nadie la perdonó. Ni siquiera ella a sí misma.
Y mi padre... tampoco fue capaz de aceptarlo.
Años después... aprendí algo.
Pero fue justo ese conocimiento el que me trajo a este mundo sin esperanza, sin consuelo. Un mundo que se cae a pedazos porque nadie se detiene a escuchar.
Supongo que así es la vida humana... Una existencia sin dones, sin espíritu. Un día agradeces respirar... y por la noche te preguntas si merece la pena despertar.
Pero, tal vez, la vida inmortal tampoco sea mejor.
Porque aceptarla sin cuestionar... es también una forma de morir.
Y ahora, estoy aquí... atrapada en un destino que no pedí. En un mundo que exige que obedezca, sin que pueda decir "no".
Pero no me rendiré.
Volveré.
Volveré para terminar lo que empecé.
No dejaré que otros sufran por decisiones que no tomaron.
Porque ustedes también forman parte de esta profecía.
Y yo... no me iré sin luchar.
Continuará...