Mi nombre es Sam, y esta es la historia de cómo terminé en un lugar donde el tiempo parecía haberse detenido.
Mis padres dijeron que necesitaba "desconectarme de la tecnología" y respirar "nuevos aires". Pero todo sonaba a una excusa para librarse de mí por un tiempo. Tal vez un viaje sin hijos, tal vez problemas que no querían explicar. Me dejaron en un taxi rumbo a Fioren, una ciudad que jamás había escuchado en mi vida.
El auto avanzó por caminos serpenteante, cruzando colinas cubiertas de niebla y árboles altos como torres. Finalmente, se detuvo frente a una casa vieja, de madera gastada y ventanas con cortinas floreadas. Supuse que era la casa de mi tía.
Toqué el timbre, que sonó con un chirrido metálico. A los pocos segundos, la puerta se abrió de golpe.
—¡Sam! —exclamó mi tía Clara, con una sonrisa que parecía demasiado grande para su rostro. Llevaba un delantal con manchas de mermelada y olía a lavanda y humo de leña—. ¡Qué alto estás! ¡Entra, entra!
La casa olía a libros antiguos y a pan recién horneado. Mis maletas quedaron junto a la entrada mientras ella me guiaba por un pasillo estrecho lleno de fotos viejas y relojes de péndulo. Todo parecía salido de otra época.
—No hay señal aquí —dijo, como si eso fuera algo bueno—. Pero te acostumbrarás. Fioren tiene sus propios encantos.
No dije nada. Solo asentí y seguí caminando, aunque algo dentro de mí me decía que Fioren guardaba secretos. Secretos que quizás mis padres conocían… y por eso me habían mandado aquí.