Más allá de la muerte

Capitulo 2

Esa noche no pensé demasiado en la historia de Elías y Lidia. Me parecía una de esas leyendas de pueblo, contadas para asustar o entretener. Aun así, había algo en la forma en que mi tía la dijo... como si cada palabra las hubiera vivido.

Subí a mi habitación después de ayudar a lavar los platos. Me puse el pijama, abrí la ventana un poco para dejar entrar aire fresco, y me acosté.

El canto de los grillos y el crujido lejano del bosque fueron lo último que escuché antes de quedarme dormido.

Me desperté con la luz suave del amanecer filtrándose por la cortina. Todo estaba en calma. Durante un momento, olvidé dónde estaba. La casa de mi tía tenía ese olor a madera vieja y té que se colaba por todos lados.

Me vestí con desgano y bajé a la cocina.

—Buenos días, dormilón —dijo mi tía, sirviendo té—. ¿Dormiste bien?

—buenos días tía —respondí, frotándome los ojos

El sonido del timbre rompió la calma de la mañana justo cuando iba a tomar un sorbo de mi té

Mi tía se levantó de su lugar para abrir la puerta,sus pasos resonaron por el pasillo.

—buenos días señora Morgan aquí está lo que me pidió —respondio aquella persona

—lucas, que oportuno pasa te quiero presentar a mi sobrino que vino a quedarse un tiempo.

Escuché voces bajas. Luego, pasos acercándose.

Un chico de mi edad, quizá un poco mayor, entró con un pequeño saco en las manos. Me lanzó una mirada rápida, curiosa.

—Hola —dijo, colocando el saco sobre la mesa—. Soy Lucas.

—Mucho gusto Samuel —respondí.

—¿Te quedás un rato? Acabamos de preparar té —le ofreció mi tía.

Lucas dudó un segundo y luego asintió.

—Bueno, sí... un rato.

Se sentó frente a mí mientras mi tía servía otra taza.

—¿Cómo sigue tu madre, Lucas? —expresó mi tía con su taza de té en la mano.

—Está mucho mejor, gracias por preguntar, señora Morgan —contestó, dejando la taza vacía en la mesa.

—Lucas, te dije he dicho muchas veces que me llamaras Clara —le dijo con un enojo fingido—. El día está muy bello hoy —continuo mi tía, aún con su taza de té en la mano.

—¿Por qué no salen a dar una vuelta por el pueblo? —dijo mi tía, mientras recogía las tazas—. A Samuel le vendría bien conocer un poco el lugar.

Lucas y yo intercambiamos miradas, algo incómodos al principio. Era evidente que mi tía tenía un plan: empujarnos a ser amigos. Y a mí no me molestaba la idea.

Terminamos el té y salimos. El sol ya estaba alto, y el aire olía a tierra húmeda. Caminamos en silencio unos minutos. Después, Lucas rompió el hielo.

—Te puedo mostrar el centro, hay una feria hoy. No es gran cosa, pero es lo más movido que pasa por acá.

—Claro, suena bien —respondí, entusiasmado. Nunca había ido a una feria; mi mamá dice que son peligrosas.

Lucas sonrió. Esta vez, fue una sonrisa auténtica.

Caminamos en dirección al centro del pueblo. A medida que nos acercábamos, el murmullo de la feria se hacía más claro: música, risas, el traqueteo de las máquinas. Era pequeña, como había dicho Lucas, pero tenía todo lo que una feria debía tener: luces, carritos de comida, juegos mecánicos que chirriaban, y una rueda enorme que sobresalía por encima de los techos bajos.

Llegamos a la feria y compramos unos boletos para subirnos a una atracción que subía y caía de golpe. El miedo que sentía era palpable, y Lucas solo se burló de eso. Cuando nos bajamos, me sentía mareado y no pude evitar vomitar en uno de los botes de basura.

—¿Estás bien? —me dijo Lucas, dándome palmaditas en la espalda.

—Sí, estoy bien —dije, mientras me limpiaba el resto del vómito con mi camisa.

—¿Querés ir por algodón de azúcar? —me preguntó, con una ceja alzada y una sonrisa ladeada.

—Sí, ¿por qué no?

Después de comer, nos subimos a todos los juegos posibles. Nos divertimos tanto que perdimos la noción del tiempo. Lucas y yo volvimos camino a casa, riéndonos en cada ocasión, hasta llegar a la casa de mi tía.

—La pasé muy bien hoy —comentó Lucas, mirándome, colocando sus manos en los bolsillos.

—Yo también —respondí, subiendo los escalones de la casa.

—Hasta mañana, Sam —respondió mientras se iba caminando cuesta abajo.

—Hasta mañana —le vociferé aún desde el pórtico de la casa.

Me giré sobre mí mismo para entrar, cuando de repente escuché a alguien llamarme.

—Sam...




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