Más allá de la muerte

Capitulo 4

La mesa estaba servida con esmero. Mi tía Clara había preparado su guiso de pollo con especias, Mis pensamientos seguían atrapados allá afuera, en la calle, en la silueta del de el y la rosa blanca que aún llevaba en el bolsillo.

Clara me miraba de reojo mientras comía, y yo apenas tocaba el guiso.

—¿Te pasó algo, Sam? —preguntó con suavidad mientras me servía un poco más—. Estás pálido. ¿Viste un fantasma o qué?

Traté de sonreír, pero fue una mueca torpe.

—No… solo creí escuchar algo.

Ella me observó en silencio por unos segundos más largos de lo normal. Luego, con voz tranquila pero firme, dijo:

—Cuando saliste, te vi desde la puerta. Estabas hablando. Pero no había nadie ahí, Sam. Te llamé y… tú seguías mirando hacia el bosque. Como si hablaras con alguien.

Bajé la mirada y dudé un momento.

—Vi a alguien —dije finalmente, en voz baja.

Ella se detuvo a medio movimiento.

—¿A quién?

Tragué saliva. El nombre salió antes de que pudiera pensarlo mucho.

—Elías.

El tenedor de Clara chocó suavemente contra el plato. Me miró fijamente, como si no hubiera escuchado bien.

Elías —repetí, más suave—. Me habló. Estaba allí, frente al bosque. Me dio una rosa blanca. Me conocía, tía Clara. Lo...

—Sam… —me interrumpio—. Elías no existe, cariño. Es solo Una de esas historia urbanas que cuenta la gente del pueblo.

—No fue solo una historia tía Clara, Yo lo vi. Me habló. Me dio esto.

Saqué la rosa blanca del bolsillo con cuidado y la coloqué sobre la mesa. Ella la miró un momento, sin tocarla.

—Debe haber sido alguien más, Sam. Alguien parecido. A veces, cuando uno está con muchas cosas en la cabeza, empieza a ver lo que no está —dijo, sin alzar la voz—. Lo entiendo, de verdad.

La miré, confundido, frustrado.

—No estoy inventando esto. No fue mi imaginación.

—Samy, cariño… —dijo mi tía, con esa voz suave que usaba cuando quería calmarme de niño.

—No estoy inventando esto. No fue mi imaginación.

—Samy... —intentó decir mi tía con tono suave, casi suplicante—. Estás cansado. Tal vez fue el susto, o algo que soñaste...

dijo Pero ya no quise seguir escuchando.

Me levanté de golpe tome la rosa y la coloqué de nuevo en su lugar, con el estómago revuelto y la cabeza hecha un lío. Sentía el corazón latiéndome en el pecho. Sin decir nada, me fui directo a mi habitación.

Empujé la puerta, la cerré de un golpe leve, y me dejé caer en la cama, de espaldas, con los brazos cruzados bajo la nuca. Me quedé mirando el techo sin ver realmente nada, solo escuchando el sonido del viento afuera y mis propios pensamientos desordenados.

Después de un momento, llevé la mano al bolsillo de mi chaqueta. La rosa seguía ahí.

La saqué con cuidado.

Era blanca, perfecta. No estaba marchita, no era falsa. Tenía un olor suave, apenas perceptible, como el de un jardín en la mañana. La examiné despacio, dándole vueltas entre los dedos. El tallo no tenía espinas. Los pétalos eran fríos, pero suaves, reales. No había forma de que me lo hubiera imaginado.

Tragué saliva y me incorporé solo un poco para dejarla en la mesita de noche.

Me quedé un rato mirándola, como si esperara que hiciera algo, que se marchitara o desapareciera. Pero no. Ahí seguía. Tranquila. Silenciosa. Inexplicable.

Me quedé dormido después de darle demasiadas vueltas a todo. Estaba agotado, pero mi cabeza no paraba. Aun así, en algún momento me venció el sueño.

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Casa: —Dime, dean, si tú y yo hubiéramos sido novios, ¿no crees que un abrazo habría bastado para arreglarlo todo?

Dean: ...

Autora-san: =(




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