Más allá de la muerte

Capitulo 9

La casa de mi tía estaba a unos veinte minutos caminando desde el lago, pero ese día pareció que nos tomó una eternidad. Lucas cojeaba un poco, y aunque ninguno decía nada, sabíamos que los dos estábamos pensando en lo mismo : lo que nos había jalado.

El sol ya se estaba ocultando cuando llegamos al porche. Yo me adelanté y toqué la puerta con manos temblorosas. No pasó mucho antes de que se abriera.

—¿Pero qué les pasó? —preguntó mi tía clara con preocupación al vernos empapados, cubiertos de lodo y con la ropa pegada al cuerpo—. ¡Parecen salidos de una película de terror!

—Nos caímos… en el lago —dije, sin saber muy bien cómo explicarlo.

—Vamos, pasen —dijo ella, haciéndose a un lado—. Voy por unas toallas.

Entramos, y la casa se sentía como un refugio. Calientita, con olor a sopa y a pan tostado.

—Tengan —dijo, dándonos una a cada uno.

Luego miró a Lucas.

—Quédate a cambiarte y a cenar, lucas.

Lucas negó con una sonrisa.

—No, muchas gracias, señora Morgan, pero si no estoy en casa antes de la cena, mi mamá me asesina.

Después se volvió hacia mí, me dio un golpecito en el hombro y dijo:

—Nos vemos, Samy.

Yo le devolví el golpe, un poco más fuerte.

—Nos vemos,lu.

Lucas soltó una risa corta y se acomodó la mochila.

salió por la puerta riéndose, y yo me quedé ahí, mirando cómo se alejaba.

—Voy a cambiarme —dije, girándome hacia mi tía.

—Dale, pero no tardes —respondió ella—. Baja en cuanto estés seco, que la sopa ya casi está.

Asentí y subí las escaleras dejando un rastro de gotas detrás de mí. Me cambié rápido, con ropa limpia y calentita, y cuando bajé, el olor a sopa de fideos con pollo me hizo recordar que no había comido nada en horas.

Terminamos de cenar sin mucha prisa. La sopa me había dejado el estómago lleno y el cuerpo más relajado. Mi tía recogió los platos y los llevó al fregadero, mientras yo me quedé un momento más en la mesa, mirando por la ventana.

—Anda, ve a dormir —dijo desde la cocina, sin volverse

Asentí, aunque ella no me viera.

—Gracias por la cena.

—De nada, mi amor —respondió, abriendo el grifo—. Buenas noches.

Buenas noches tía — respondí con una sonrisa.

Subí las escaleras en silencio, esta vez sin dejar rastro de agua. Ya en mi habitación, me tiré en la cama con ropa limpia y el pelo todavía un poco húmedo. El techo era lo único que veía, pero mi mente seguía en el lago.

Cerré los ojos, tratando de pensar en otra cosa.

No funcionó.




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