Me levanté de golpe, agitado. Había tenido una pesadilla, pero ya no recordaba los detalles. Solo la sensación: algo me había estado siguiendo.
Adormilado, me dejé caer de nuevo en la cama y miré el reloj de péndulo en la pared. Se había detenido. Marcaba las 2:30.
Me quedé acostado, quieto, con la cabeza medio nublada.
Cuando de repente lo vi.
estaba parado al pie de mi cama, en silencio, observándome.
habló.
—¿Te divertiste con el?
Su voz no era del todo humana. Tenía un eco raro, como si viniera de muy lejos. Pero seguía siendo él. Su tono. Su forma de mirar.
Mi garganta se cerró.
—alejate de el—dijo de repente, con la voz grave
Lo miré, confundido.
—¿De Lucas—dije con el poco valor que tenía.
...
—No voy a dejar de hablar con Lucas —le dije, tratando de mantener la calma —es mi amigo continúe.
Él frunció el ceño y su mirada se volvió más dura, más intensa.
Antes de que pudiera responder, los focos de la habitación estallaron al mismo tiempo. Un ¡crack! seco y violento llenó el cuarto. La lámpara, el techo, incluso la luz del pasillo detrás de la puerta: todo explotó en una lluvia de chispas que se apagó al tocar el suelo.
Me cubrí instintivamente la cara, y cuando volví a mirar… Elías ya no estaba.
Ni rastro.Ni huellas.
Solo oscuridad.