Mi hermana mayor, Dayana, hace mucho tiempo me contó una leyenda que me hizo ver el mundo como es en realidad; lúgubre y tétrico, descubrí un mundo retorcido y lleno de cosas aterradoras que no pensé que existían. Son tan tenebrosas las bestias o criaturas que pertenecen a la historia de nuestros ancestros prehispánicos. No puedo evitar sentir un horrible escalofrío por todo mi cuerpo, al pensar en esas criaturas que vi aquella noche. Aún recuerdo con horror lo que mis ojos vieron, bajo la luna llena roja.
Mis padres nos solían llevar de campamento a un claro en el bosque, que quedaba a un par de kilómetros de la ciudad, no estaba muy lejos de donde vivía, pero de niña me parecía estar demasiado lejos. Recuerdo que nos levantábamos muy temprano en la mañana, mi mamá preparó unos panqueques, huevos estrellados, tocino y jugo de naranja para ir muy bien desayunados. Aún recuerdo el olor de ese delicioso desayuno que me hacía babear, mis padres tomaban un café en lugar del jugo, solía decir que eso les ayudaba a despertar y tener energía para el viaje, después de años, entiendo muy bien eso que querían decir.
Salimos de la casa, llevando conmigo a mi pequeña gatita Moly, sus pequeños bigotes blancos desaparecen en contraste con su pelaje del mismo color. Creo que no debí haberla llevado ese día, aún me duele todo lo que paso.
En el camino, nos la pasamos bromeando y cantando, de verdad que éramos muy felices y no lo sabíamos. Al llegar al claro, después de largas horas de camino, mis padres instalaron el campamento en el claro, había una extraña niebla que nunca había visto en ese lugar, se sentía fría y tenía un olor a podrido o basura añeja. Mis padres se veían algo extrañados por el suceso, creo que discutieron sobre irnos y volver luego, sin embargo, al final decidieron que nos quedaríamos esa noche y a la mañana siguiente nos regresamos a casa. Mi madre nos llevó a ver el río y buscar leña para hacer una fogata para preparar la merienda y luego la cena. Me quería meter a bañar en el río, pero mi madre me dijo que el agua era demasiado fría y estaba muy profundo para mí. Moly siempre caminó muy cerca de mí, le gusta el agua, pero no lo suficiente para entrar en ella. Dayana se sentó con Moly en su regazo y yo me senté a su lado.
―No debimos haber venido aquí ―me dijo mi hermana muy seria, mientras mi madre hablaba con mi padre a unos metros de nosotras.
―¿Por qué? Yo no le veo nada de malo ―le respondí, ella tiene unos tres años más que yo, en aquel entonces estaba por cumplir 10 años en otoño.
―Según cuenta la leyenda, la Tlahuepuchi que es una bruja que al descubrir sus poderes es desterrada a los bosques cercanos de su pueblo, ahí es donde ellas se hacen más poderosas bebiendo la sangre de bebés y niños inocentes, dicen que lo primero que se ve es una niebla helada y apestosa, luego hay pájaros muertos y otros animales cerca de donde está la bruja, algunas veces se puede ver como una pantera, serpiente u ocelote, con ojos rojos como la sangre que brillan con la luz de la luna, su cabello es negro como la noche y largo hasta abajo de su cintura, la boca se abre como la de una serpiente llena de colmillos largos y afilados, su piel es gris oscuro con heridas abiertas. Dicen que si ella quiere te puede robar la parte de tu cuerpo que ella quiera con tan solo mover la mano usando su magia, no hay forma de acabar con ella, son las brujas más poderosas en toda la tierra ―dijo Dayana, con cada palabra que ella decía el miedo iba creciendo en mí.
―Ya, Dayana. No digas esas cosas tontas. Las brujas no existen y menos las que toman sangre ―respondí, ingenua.
―Diego, el vecino vino hace un par de meses y me contó sobre este lugar, dice que ya no puede dormir en las noches, que muy apenas pudo sobrevivir. Y que un horrible oso se comió a su gato ―Dayana hace la simulación de que se va a comer a Moly, y después me hace muchas cosquillas.
―Vengan a comer unos bombones asados con galletitas ―dijo mamá haciendo que me sobresalte por el susto.
―Sí, mamá, ya vamos ―responde Dayana, me da a Moly y ella se levanta, mientras yo también hago lo mismo, ambas llegamos con nuestros padres que se veían algo preocupados, pero felices. La niebla es un poco más espesa y cerca del río no había ni un poco, ahora que lo pienso, eso es muy extraño en los ríos debería haber más niebla.
―¿Qué tal les fue en el río? Pronto estará la cena ―dijo mi padre, mientras escondía algo detrás de un árbol, él piensa que no lo alcance a ver, pero era un pequeño conejo negro que estaba muerto.
En mi mente no podía dejar de pensar en las palabras de mi hermana. Mi mamá notó que tenía algo, pero no me pregunto que me pasaba, en cambio, me hizo cosquillas, aunque sabía que no me gustaban. Mi papá sacó su guitarra y cantamos una canción que él había escrito cuando estaba joven, él era un artista en sus tiempos libres y un abogado en su trabajo. Mientras que mi mamá se encargaba de preparar comida en un restaurante que ella que tiene con mi tía Ángela.
Mi mamá nos sirve un poco de sopa de pollo en un tazón blanco con una cuchara dorada. Se veía tan deliciosa que quería comerla, en el momento que probé la sopa, un sabor asqueroso me invadió la boca, me dieron ganas de vomitar y así lo hice. A mi hermana le paso lo mismo.
―¿Qué pasó, Sarita? ―me preguntó mamá.
―Sabe horrible ―respondió mi hermana, adelantando mi respuesta.
―Está podrida ―le dije.
―Pero, la acabo de preparar anoche, quizás no debí de haberla guardado en el refrigerador, sin que se enfriará ―dijo mi mamá, muy extrañada.
―Haber déjame y pruebo ―mi padre se acercó el tazón a la boca, pero no bebió, con tan solo olerlo se dio cuenta de eso. ―Apesta, perdón amor. Pero es cierto, huele muy mal. No importa, aún podemos comer los lonches que están en la hielera.
Mi mamá caminó hacia la hielera azul con una tapa blanca. La abrió y sacó los lonches y botellas con agua, lo repartió a cada uno de nosotros. Cuando lo abrimos, el agua apestaba, al igual que la comida, estaba llena de gusanos moviéndose.