Más alla de la oscuridad, relatos de pesadilla

Expedición al cenote secreto  

 

—¡Estamos perdidos! Al borde de la muerte y todo por tu culpa, maldita bastarda —grita María Fernanda Ibarra.

—Nos prometiste que esta excursión iba a ser tranquila, que este lugar ya lo habían catalogado como turístico. Estoy de vacaciones y solo quiero descansar, no buscar algo de siglos pasados, nunca antes visto —le reclamo, apoyando a María Fernanda.

—Pero todos vamos a ser investigadores y científicos, es parte de lo que somos, las vacaciones son para las personas normales, la ciencia nunca descansa —dice Lucía Cruz, mientras bajan por una caverna hacia un cenote en Yucatán, México. Ella siempre se ha sentido como una arqueóloga, cuando apenas vamos en segundo semestre de la universidad.

—Lo sabemos, pero muy apenas vamos acabando la investigación de la pirámide de Chichén Itzá, habíamos dicho que íbamos a tomar unas vacaciones de por lo menos quince días y solo ha pasado el fin de semana, aún no me repongo de la fiesta de ayer en el bar con el grupo de arqueólogos profesionales. Además, apenas nos han dado un par de investigaciones en conjunto con los arqueólogos Josué Rojas y Emilia Cruz. Si ellos se enteran, nos van a reportar a la universidad y nos van a expulsar por desacato. —respondo tratando de ver al frente con la linterna de mi casco, no quiero caer, por las rocas resbaladizas que forman un camino hacia el interior del cenote. 

—Él tiene razón, siempre hemos ido con arqueólogos profesionales que tienen muchos años de experiencia, nosotros apenas vamos entrando a la universidad, el verano pasado. Mientras que tú, Lucía, ni siquiera has tenido tu primera clase… ya tenía el presentimiento de que terminarías haciendo algo así, siempre lo haces, terminas arrastrándome a tus locuras y todo por ser sobrina de Javier y Emilia Cruz, que sea tu familia no se significa que tengas el mismo conocimiento que ellos —dice María Fernanda Ibarra, tropezando con una roca enfrente de ella. 

Se nota que el coraje y la ira corre por todo su cuerpo, sé cómo se suele poner Fer cuando le pasa esa clase de cosas, aprieta su puño, con la intención de meterle un puñetazo a la chica, que está frente a ella, viendo hacia el frente. 

—Desde la excursión pasada, siempre haces lo que quieres, Leonardo. Ahora, que yo encuentro esta oportunidad única de descubrir algo que puede ser el mayor hallazgo en la historia… —la interrumpo antes de que termine, quiero regresar al hotel con Fer.

—Creo que lo mejor es que ya salgamos de aquí —dice María Fernanda, que parece leer mi mente. Ella camina hacia mí y me toma de la mano, con la esperanza de que la acompañe a la salida.

—¿A dónde van? Ya estamos a más de la mitad… —dice desesperada Lucía, agarrando de la mano a Fer, para detenerla. El aire húmedo del lugar me está mareando un poco, me siento en una roca fría y húmeda, tratando de respirar profundamente, por lo general nunca me pasa esto. Agarro mi mochila y busco el inhalador, siento como mis pulmones se están contrayendo al igual que mis vías respiratorias, nunca he podido controlar el miedo de ahogarme por culpa de mi cuerpo. Veo cómo Lucía arrastra a Fernanda hacia el interior, no puedo acercarme a ellas, aún estoy batallando para respirar, trato de relajarme, pero es casi imposible, veo como ellas van desapareciendo en la oscuridad, escucho a Fernanda discutiendo con Lucía, eso me ayuda a ponerme en pie y correr hacia ellas, ahora solo puedo escuchar nuestras pisadas en la infinita oscuridad, no puedo evitar pensar en los cuentos de horror de H. P. Lovecraft y otros autores de terror, que mi hermana me leía antes de dormir, era una psicópata sin remedio. 

No puedo ver nada, estoy a punto de entrar en pánico de nuevo, no quiero que alguna creatura extraña acabe con la vida de mi futura prometida, he luchado tanto tiempo por estar con Fernanda, que no puedo dejar que esto acabe así. 

Después de caminar un par de minutos, que parecían eternos y la duda de cómo sabe Lucía cuánto tiempo falta por llegar, hace que me surjan dudas. 

Quiero hablar, pero mi garganta se cierra, lo único que puedo escuchar son los murmullos de las chicas, al menos sé que voy por buen camino.

—Chicas, espérenme —digo más bajo de lo que quería. Creo que no me han escuchado. Lo vuelvo a intentar de nuevo:—Chicas, ¿dónde están? —en esta ocasión hablo más fuerte, escucho pasos detrás de mí, mi piel se eriza por completo y salgo corriendo del lugar, nade más viene con nosotros, solo me queda pensar que alguien o algo nos está siguiendo. Nunca un lugar de exploración me había causado tanto miedo como este cenote, de verdad espero que valga la pena haber venido. 

Avanzo lo más rápido que puedo, intentando no tropezar con las piedras llenas de lama por la humedad del lugar. Caigo al suelo y mi cuerpo duele por el impacto, pero no me importa, aún sigo escuchando los pasos detrás de mí, me pongo de pie y corro de nuevo tratando de hacerlo con más cuidado, pero la luz amarilla de mi linterna me marea con el movimiento. “Definitivamente, no es mi mejor día para hacer esto. Estúpida, Lucía, yo solo quería pasar tiempo descansando, acompañado de Fer. Obvio, no iba a decir lo de Fer en presencia de Lucía, ella es una chica extraña, que quiere toda la atención para ella”.

Al fin logro ver a Fer y Lucía frente a mí. Bajo la velocidad, el silencio domina el lugar, al parecer ya me ha dejado de seguir esas pisadas, no quiero decirle a las chicas, entrarían en pánico y eso nada más terminaría empeorando todo.

—Ya estamos aquí, creo que lo mejor es que hagamos la excursión. No creo que nos tardemos tanto, en bajar; conseguir muestras del terreno, tomar fotografías y salir de aquí, para volver luego con otros arqueólogos profesionales —dice Fer, se ve que ella está más convencida de hacer esto, y yo tengo un terrible presentimiento, pero no quiero quedar mal con ella, Lucía no me importa, pero con María Fernanda es diferente. Respiro hondo.




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