Abro los ojos, pero aún parece que los tuviera cerrados, todo está completamente oscuro. Quiero gritar, pero no puedo hacerlo, algo me está tapando la boca, tiene un sabor desagradable, como a suciedad y algo que sabe metálico, con un regusto asqueroso; me dan náuseas, intentó con todas mis fuerzas aguantar la peste y esa desagradable sensación que me ahoga.
Estoy de pie y puedo caminar, mis brazos están atados por detrás de mi espalda, por más que quiero moverlos, no puedo, forcejeó para soltar mis manos, sin embargo, me es imposible hacerlo, mis muñecas arden, siento como la piel se desgarra y la cálida sangre corre por mis dedos.
Una luz amarilla se ve a lo lejos, parece que es una bombilla. Titila un par de veces más y se apaga. Un escalofrío me recorre la espalda, dentro de este lugar hay una presencia extraña, algo está peor de lo que parece.
Un olor diferente, a podredumbre, se cuela por mis fosas nasales. La necesidad de vomitar es aún más fuerte, siento el sabor ácido en mi garganta. Si no logro quitarme esta terrible sensación, moriré ahogada con mi propio vómito.
La luz parpadea de nuevo. Llega a mi mente la idea de que existe un patrón en el apagado y encendido de la bombilla. Cuento desde que se apagó. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce, trece... La bombilla se volvió a encender. Veo el apestoso lugar, aprovechando los tres segundos de luz que tengo. Hay una silla en medio del lugar, aunque no puedo notar que tan grande es, veo las paredes metálicas llenas de una sustancia viscosa y rojiza, que escurre por todo el lugar, hasta llegar al suelo. En una de las paredes veo un bulto, no logro identificarlo.
De nuevo la luz se apaga y vuelvo a contar, uno, dos, tres… la ansiedad me está dominando, las piernas me tiemblan, no quiero quedarme a ver que es el bulto, camino hacia atrás, siento algo a mis espaldas, es frío y viscoso. Mi respiración se torna rápida, me duele la cabeza, las muñecas no me dejan de arder, las lágrimas en mis ojos corren sin parar, muerdo la cosa que tengo en la boca, lo empujo con la lengua, pero no sirve de nada… Doce, trece; la luz se enciende de nuevo, veo un hombre parado al lado del bulto que identifico como un cuerpo en estado de putrefacción, las moscas con su ensordecedor zumbido rondan todo el lugar, el hombre lleva una capucha negra que le escurre más de ese líquido viscoso, deja caer un trozo de carne al suelo, con un sonido que es realmente asqueroso.
─¡Joder, estoy muerta! ─pienso desesperada, aprieto tan fuerte mis puños, que entierro mis uñas en las palmas de las manos y la maldita bombilla se apaga justo cuando la figura espectral da un paso hacia mí.
Uno, dos, tres… intento correr, pero no sé hacia donde ir, me siento desorientada, la peste me hace sentir aún más mareada y asqueada, escucho las botas de casquillo, resonar con el eco del lugar, paso a paso. Me resbalo con el mismo líquido espeso, mis pies descalzos me duelen. Caigo al suelo. Intento ponerme de nuevo en pie, pero me es imposible por el líquido que me rodea. Me arrastro hacia el lugar contrario de donde se escuchan las botas…. Once, doce y trece; la luz se enciende de nuevo. El hombre ahora tiene rostro y lo que veo hace que el escenario sea aún peor. Su mirada es penetrante, sus ojos claros inyectados en sangre, su piel grisácea, los dientes torcidos y podridos. Sigue avanzando hacia mí. Su cabello castaño claro está lleno de sangre coagulada, al igual que su cara, que ahora parece de un esqueleto.
En tan solo un par de años, paso de ser el chico guapo del que me había enamorado, para ahora ser ese maldito monstruo. Sonríe, imitando ese gesto que tanto me gustaba. Me volteo y la maldita luz amarilla se apaga.
Uno, dos, tres… corro lo más rápido que puedo, pero es demasiado difícil, el piso está resbaloso por esa asquerosa mezcla, algo se entierra en la planta de mi pie. Maldigo por lo bajo. Sé que esto no va a terminar bien… Once, doce y trece.
La bombilla se vuelve a encender.
─¡Ah! ¡Maldita bombilla! ─susurro de desesperación, me duele la garganta al hacer el esfuerzo, cierro los puños y entierro las uñas de mis dedos en las palmas de las manos abriendo las heridas de antes. No quiero morir y menos a manos de este bastardo mal nacido.
El bastardo camina lentamente hacia mí, todo avanza tan despacio. Sabe que el maldito suspenso me está matando de ansiedad.
De su suéter saca una cuchilla filosa. Las rodillas me tiemblan, todo mi cuerpo se estremece, veo hacia el techo, y luego a todos los lugares que se pueden ver cerca de mí, pero no hay nada ni nadie que me pueda ayudar a salir de este terrible sitio. De nuevo, intento desatar mis muñecas, pero no puedo. Estoy muriendo por la agonía que siento.
Uno, dos, tres… me hago hacia atrás, pero no puedo, algo me lo impide. Necesito ponerme en pie. Con mucha dificultad lo hago, mis ojos intentan acoplarse a la oscuridad. Muevo mis muñecas frenéticamente, no me importa el dolor. Necesito liberar mi boca y mis manos de estas amarras, y por más que lo intento es lo más difícil del mundo. Las malditas pisadas de las botas de casquillo se escuchan muy cerca. De pronto, ya no están.
***
Ya no soporto estar sentada ni un segundo más, escribiendo esta historia. La ansiedad me está volviendo loca, y estas pesadillas terminarán por hacer que pierda la razón, además del dolor en mis nalgas. Camino por la casa, dando vueltas a la sala, para tratar de calmarme.
No sé cómo siempre me pasan estas cosas.
Quiero gritar. Sé que todo esto es difícil, pero me encanta ser escritora. Mi familia no entiende, mi amor y pasión por el arte. Sujeto mi cabello con ambas manos e intento arrancarlo de raíz, pero me duele tanto, que me rindo.