Él está sentado frente a la pantalla de su enorme televisor, tiene el control de la consola de videojuegos en las manos y no deja de mover los dedos presionando los botones, lleva más de veinte horas jugando, parece que nunca se despegará, del sillón que está hecho un desastre. Al igual que su habitación, por todo el suelo y la cama hay ropa sucia y limpia tiradas en el suelo, comida de ya hace algunos días debajo de la cama y un par de rebanadas de pizza en la mesita del frente que su amorosa madre le había llevado hace unas horas. El olor dentro de ahí es insoportable, pero él ya se ha acostumbrado, así que no le afecta.
Su mamá vuelve a entrar a la habitación intentando darle algo de comer o tratando de convencerlo de que es hora de descansar, ya que sus ojos se ven rojos y cansados, su cabello negro está tan sucio que apesta, al igual que el resto de su cuerpo. Pero él la ignora de nuevo, como siempre lo ha hecho, y la mando a freír espárragos. Su mamá triste y decepcionada sale del cuarto, camina por el pasillo y se derrumba en el suelo, llorando como nunca lo había hecho. Jonathan Carranza no escucha nada, solo los disparos y música de ambientación, atreves de los enormes audífonos que lleva puestos.
Las horas pasan y los ojos de Jonathan se ven hinchados, al igual que su ego. Se ha olvidado por completo de que la vida afuera de su habitación aún existe. Lleva el mayor puntaje de todo su país con más de 42 horas seguidas jugando, solo para esporádicamente para ir al baño o comer un poco de pizza.
De pronto, todo cambia. Una ventana sin diálogo, solo el botón de aceptar aparece en la pantalla del televisor. Se ve distinta a las ventanas que suelen aparecer dentro del videojuego. La curiosidad lo domino y el deseo por dar aceptar se hace más grande cada vez, olvidando por completo su récord anterior en el juego, algo en ese anuncio lo atrae hipnóticamente y en el último segundo, antes de presionar el botón, aparece un mensaje que dice:
“Solo los valientes y de corazón puro pueden jugar «La maldición de Kalizar»”.
Sin leer los términos y condiciones del juego, le dio clic a aceptar.
La pantalla se pone negra. Es como si se hubiera ido la luz, todo a su alrededor está completamente oscuro, no puede ver ni siquiera su mano, solo un punto rojo en la consola parpadea.
―Mamá, ¿qué diablos paso?, ¿nos cortaron la luz? ―grita con vos ronca, siente polvo en su garganta por no haber hablado en mucho tiempo. Necesita tomar agua. La tos lo sofoca. No puede respirar. Corre hacia el baño que está dentro de su habitación, tropieza con todo lo que está a su paso. La ira crece en el fondo de su pecho. Está a punto de llegar, pero la puerta está cerrada y se estrella contra ella dándose un fuerte golpe en la cara, el sabor de la sangre de su labio partido le inunda la boca.
Busca desesperadamente la perilla de la puerta y al encontrarla está fría como un témpano de hielo, la abre y resbala con un líquido espeso que está tirado en el suelo. No logra verlo, pero sabe que el baño está repleto de esa cosa. Apesta a hierro, ese olor se le hace familiar, es un olor que desde que tienen memoria le hace temblar hasta los huesos.
De pronto, la respuesta llega a su mente y no es una que él quisiera escuchar. Sangre. Su cuerpo tiembla sin poder pararlo, la tos se vuelve más intensa. Sus ojos lloran y sigue sin poder respirar, sabe que en este momento está pálido y puede desmayarse en cualquier momento. Las fuerzas se van de él. Pero no quiere perder, en el juego de la vida real. Se pone en pie, apoyándose del retrete y el lavabo. Busca la llave y la gira, se escucha un par de crujidos y el rechinar del grifo. Sin embargo, el agua no se escucha.
Jonathan comete un gran error. Pone la mano bajo el grifo y se encuentra con una enorme serpiente que se divide en cinco más. Recorren su largo cuerpo. Él grita del susto, pero una de las serpientes se enrosca en su cuello y lo estrangula, ahogando el grito naciente. Las otras serpientes recorren su cuerpo buscando un punto débil para atacarlo.
Una luz roja sale del televisor y una canción con notas lúgubres y macabras resuenan en la habitación de Jonathan. Una mujer vestida con una capa blanca manchada de sangre en la parte inferior y en las mangas, camina despacio hacia él, su piel es blanca y tiene marcas negras por todo su rostro, parecen letras del alfabeto griego.
La mujer recita una canción en una lengua muerta, inentendible a los oídos de Jonathan, sin embargo, él sabe que esto no va a terminar bien.
La serpiente que está en su cuello, desaparece dejando marcas negras en todo su cuello, poco a poco todo su cuerpo queda manchado como la piel de las serpientes, su lengua se hace viperina y su cabello se cae en grandes mechones. Los ojos de Jonathan de ser café oscuro se tornan amarillos con la pupila vertical y alargada. La piel se llena de escamas color marfil y negro.
―Tú no tienes el corazón puro y mucho menos eres valiente ―grita la mujer con vos profunda y resuena en su mente. La vos no estaba en el mundo real, sino en su cabeza.
―¿Qué rayos está pasando?
―No hables, mortal ―en la voz se escucha una ira que no pertenece a este mundo, era como la de un demonio.
La boca de Jonathan queda sellada. Cocida por un hilo negro que perfora sus labios dolorosamente con una fuerza invisible. Él no entiende y mucho menos sabe lo que está pasando. Grita en su mente, el dolor se hace cada vez más intenso.