Más allá de la Pecera

Más allá de la PECERA

En el mundo, sin contar a nuestra imaginación, hay diversos tipos de peces, de distintos tamaños, colores y especies. Algunos salen de día y otros salen de noche, unos comen abajo y otros lo hacen arriba, pero jamás lo habría sabido si nunca hubiese escuchado a mi madre decir por teléfono: “Prefiero ser un pez grande en una pecera chica que un pez chico en una pecera grande”. Fue así que en ese mismo instante tras una frase tan elaborada como esa, tomé por primera vez la enciclopedia acuática de casa y los conocí. Efectivamente existían de muchos tipos. Fue aquí donde me pregunté: ¿Cómo podría saber qué tipo de pez era ella? Y más aún, ¿Cómo podría saber qué tipo de pez soy yo?, a medida que leía llegué a poseer más preguntas en un día que monedas en mis bolsillos, sin embargo sabía que las mismas solo podrían resolverse tras invertir horas y horas de mi tiempo en una búsqueda insaciable en diversos medios de información.

 

Fue así como descubrí a los tres grupos que comprenden su especie, y catalogué a mi familia dentro ellos:

Mamá pertenecía a la especie de los “Condrictios”, puesto que además de poseer una inmunidad elevada, una vista limitada y un gran sentido del olfato, suele alimentarse con la gracia de un Tiburón, desgarrando la carne y dejando caer los trocitos de arroz encima del mantel.

Por otro lado, Papá pertenecía a la especie de los “Osteichthyes” en el subgrupo “Actinopterygii” por sus estrategias adaptativas a toda clase de ambiente, tanto agua dulce como salada y un amor hacia la familia como lo es el pez Astronotus, además de poseer características físicas similares como los labios grandes y una boca con un palar indiscriminado.

Proseguí con mis Abuelos a quienes por su edad avanzada y su carencia de dientes los situé en el grupo de los “Ostracodermi” en el subgrupo de los “Anáspidos”, una antigua especie extinta de peces sin mandíbula, con una pesada coraza o escudo óseo similar a la piel que percibo al tomarles de la mano.  

Y por último, mi persona, a la cual tuve dificultades para posicionar en los grupos ya descritos por mi extensa autopercepción haciéndolo casi imposible, porque considerando mi tamaño y gustos por los lirios acuáticos podría pertenecer a la especie de los “Rhadinocentrus Ornatus”; un grupo de pequeños peces no más de seis centímetros que prefiere la cercanía a las raíces de los lirios; o si bien considerara mi conducta en general podría ser el “Pez Arco Iris”; un pez que tiene un comportamiento pacífico, vive en grupos, posee un apetito voraz y cambia de color según sus estados de humor; y dentro de toda esa infinidad de opciones me pregunté: ¿Por qué se me es tan sencillo catalogar a mi familia y se me es tan difícil hacerlo conmigo mismo?, ¿Sería sencillo para otros catalogarme en un grupo particular como yo lo hice con mi familia?, y en ese caso, ¿Estaría a gusto con el grupo que se me otorgue?, ¿Cómo podría saber a qué pecera pertenezco si se me es indistinto el agua dulce o salada, la profundidad o la superficie, e incluso el día o la noche? Y más aún ¿Qué relación tiene eso con la frase de mamá?...

Suponiendo que si fuese un pez grande rodeado de peces chicos, me vería rodeado de más espacio para moverme, ellos me verían como un protector y así mismo serían mi apoyo, no tendría que pelear por la comida ya que al ser ellos más pequeños se les es satisfactoria una limitada cantidad, teniendo así una existencia más cómoda; La verdad es que me sentiría muy a gusto con ellos. ¿Pero qué pasaría si fuese al revés?, ser un pez chico entre peces grandes, de seguro no comería mucho, hummm incluso llego a pensar si es que llegaría a comer algo, quizá sobras o… quizá simplemente nada, estaríamos todos apretaditos y todos los días temería porque alguno de mis compañeros me devore, estaría toda la vida tan centrado en sobrevivir que en buscar mi propio bienestar, siendo así que al final terminaría muriendo o caso contrario viviría pasando hambre; No quisiera ser ese pez.

Imaginé lo gustoso que estaría el pez grande dentro los chicos y lo triste que estaría el pez chico entre los grandes, siendo así que suspiré, ya que después de ello surgieron muchas más preguntas: ¿Qué pasaría si eres un pez grande que se ve como uno chico?, ¿O si eres un pez chico que se ve como uno grande?, ¿Quién sería capaz de catalogarnos en un sistema tan grande como lo es el océano, o en este caso la pecera?, ¿Cómo podría estar seguro de pertenecer a una pecera cuando otros peces me exclaman que no pertenezco a suya?, ¿Cómo podría ser capaz de encontrar la pecera chica con peces chicos para sentirme grande, si ni siquiera puedo verme bien a mí mismo o cuando mi vista es nublado por la vista de otros peces?, y por último ¿Cómo hace el pez para saber a qué lugar pertenece si no hay espejos en el océano para verse o una regla para medirse?...  

Mamá un día me dijo: “Las personas no se definen por el tamaño del cuerpo o por cómo se ven, se las define por su forma de ser y por lo que entregan a otros”.

Entonces ahogado por un sinfín de preguntas sin resolver pude tener algo en claro: Concluí que en esta pecera llamada vida, yo podría ser el pez que quisiera.

 

Fin.

 

Dedicado a todos los peces que nadan en un ecosistema llamado vida.




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