Más allá de la puerta

La mato su propia obsesión

El amor es ciego y obsesivo.

Rogar y seguir a quien ya no quiere nada contigo puede convertirse en tu peor condena.

Era 1932 cuando nació Ethmary Gutival, una hermosa niña de ojos grandes y almendrados, labios rosados como alas de mariposa y piel pálida como la nieve.

Su madre murió al darle a luz, y desde ese día Ethmary quedó marcada por la soledad. Su padre nunca quiso verla; algo en su presencia le despertaba un rechazo inexplicable.

Al cumplir cinco años, llegó el “gran regalo”: su padre se casaría de nuevo.
Pero lo que parecía una solución solo fue el comienzo de un nuevo infierno.
Dos meses después de la boda, su madrastra empezó a hacerle la vida imposible.

A los seis años entró a primaria, donde sus compañeros la llamaban “la rara” y la excluían. Los profesores la comparaban constantemente con otros niños.
Su infancia fue una mezcla de exilio, abandono y maltrato. Su padre casi nunca estaba en casa; ella simplemente era un olvido más.

El tiempo pasó, y Ethmary siguió creciendo sola. Empezó a notar los cambios de la adolescencia, tanto en su cuerpo como en su interior.

Un día, que parecía común, llegó un chico nuevo a su salón.

Él tenía dos años más que ella: Ethmary contaba con 13 años, él con 15.

Se llamaba Emiliano: cabello negro, piel blanca, ojos oscuros y bastante alto.
Se sentó a su lado y empezó a hacerle preguntas casuales. Le pedía ayuda con las tareas. Cuando formaron grupos para un trabajo, terminaron juntos. Poco a poco, ella empezó a sentir algo por él.

Con el tiempo, el sentimiento se volvió mutuo. Emiliano se le declaró y ella aceptó.
Pero Ethmary no se dio cuenta de que este amor sería su perdición.

Nunca antes había sido tratada con cariño, nunca había recibido atención, y su corazón confundió amor con necesidad.
Pronto comenzó a obsesionarse: lo seguía, lo vigilaba, le preguntaba todo.

Hasta que un día, cansado de su insistencia, él terminó la relación de manera cruel.
Con el corazón roto, ella empezó a perseguirlo. No lo dejaba en paz.

En el colegio lo acosaba sin descanso.
Un día Emiliano, ya cansado, habló con una profesora, y la profesora con ella. Pero Ethmary no entendió, y su acoso aumentó.

Citaron a su padre, pero él no mostró preocupación alguna. Su madrastra aprovechó la situación para castigarla.
Cuando regresaron a casa, la encerró en un cuarto oscuro sin comida, solo con una manta.

Ethmary lloraba recordando a su amor.
Su obsesión se envenenó aún más en esa soledad.

Cuando la dejaron salir, ya estaba prácticamente rota por dentro.




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