—No... No puedo seguir con esto —gritó Alicia con el rostro empapado por la lluvia. No obstante, las gotas que recorrían sus mejillas no solo provenían de aquella tormenta, sino que se entremezclaban con las lágrimas desesperadas que emanaban de sus ojos—. Lo he intentando todo, pero nada es suficiente —gimoteó dejándose llevar por la desesperanza. Las luces de neón difuminadas por la lluvia destacaban aún más la vivacidad de la ciudad, ajena a lo que estaba ocurriendo en la azotea de aquel viejo rascacielos—. Mi final, ha llegado —suspiró adelantando uno de sus pies hacia el borde de la cornisa. El otro, luchaba por no resbalar sobre la losa mojada... El instinto innato de supervivencia contra la desesperación de la razón.
—Llegas tarde —una voz suave y firme le reprochó la demora. La lluvia, que en lugar de amainar estaba arreciando, impidió que la joven pudiese descifrar quién era el sujeto que permanecía inmóvil en la esquina opuesta de la cornisa. Igual de empapado, igual de perdido, ¿tal vez?
—¿Quién...quién eres tú? —preguntó Alicia, al tiempo que retrocedía un pie y se alejaba del precipicio.
—¿Acaso importa? —sopesó la desconocida. En efecto, un matiz en su tono de voz le hizo confirmar que estaba errada y que se trataba de una mujer, pero ¿quién?
—Sí que importa... Me estás reprochando mi tardanza —insistió Alicia algo crispada. El estado de confusión que le había generado estaba desarmando sus planes. Y esa sensación se convirtió en irritación—. Da igual... Ni siquiera me conoces.
—¿Eso crees? —la encaró elevando la voz mientras se sentaba en el filo de la cornisa—. Mira eso —señaló la solitaria ciudad que debería estar abarrotada de gente si no fuese por la inclemencia del temporal que azotaba la noche—, ¿ves a alguien esperándote? Todos se han ido.
—¿Y por qué deberían esperarme? Llevo meses sola... No creo que alguien quiera acompañarme el día de mi muerte —se jactó Alicia, sincerándose con aquella desconocida.
—Por eso llegas tarde, deberías haberlo hecho hace mucho... Total, ¿para qué quieres seguir en este mundo? —elevó las manos como si la pregunta fuese dirigida a los espectadores fantasmas que contemplaban la escena, como si pudiesen apreciarlas en lo alto del rascacielos.
—¿Y tú? ¿para qué quieres seguir en este mundo? —repitió Alicia sus palabras. La intriga en aquella figura que apenas podía dilucidar a través de la cortina de agua, etérea y volátil, había logrado su objetivo: disuadirla de tirarse al vacío, por ahora... No, no, no... la estaba entreteniendo y aumentando esa agonía, como si se regocijase de sus actos—. ¿Por qué no saltas? Se supone que he llegado tarde, ¿no? Salta tú primero.
—Saltaré cuando tú lo hagas... Por eso mismo, porque no quiero seguir viviendo ni un segundo más. Así que, ¿a qué esperas? —bramó furiosa como si el destino de ella dependiese del desenlace de Alicia—. Da un paso al frente, ¿no venías a eso? ¡Morir es la mejor de las soluciones!
—Sí —titubeó, aclarándose la garganta como si con eso la chica fuese capaz de deshacer el nudo que le oprimía el pecho.
—Entonces no dudes... ¡Hazlo! ¡Salta, Alicia! ¡Vamos! —la animó sentada a la par que movía las piernas con un gesto infantil. Mientras tanto, la lluvia seguía su curso, mas un rayo estrepitoso la hizo alzar la vista al cielo. Como si su luminosidad pudiese vaticinar el futuro, la chica miró a aquella desconocida que la acababa de llamar por su nombre—. ¿De qué me conoces?
—La pregunta ofende. No siempre has estado sola, ¿sabes? —la mujer se levantó e incluso se atrevió a girar sobre su propio eje, danzando bajo el agua. ¿Acaso se estaba riendo de ella?
—¡Basta ya! ¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí? —la confrontó Alicia, casi al borde de la locura.
—Simple: quiero que mueras —afirmó con contundencia sin parar de dar vueltas.
—¿Por qué? —prosiguió buscándole la lógica a aquel sinsentido.
—Ya te lo he dicho, mereces dejar de sufrir. Llevas días pensándolo, incluso meses diría yo. Evaluando el costo y el beneficio de morir... ¿Recuerdas las tijeras de tu lapicero? ¿cómo luchabas contra ti misma para no agarrarlas y terminarlo todo de una vez? —murmuró la desconocida, ajena al caos interno que sus palabras estaban desatando en Alicia—. ¿Pensabas vivir por siempre en el país de las maravillas?
—¿Cómo... Cómo sabes eso? —cuestionó la joven, tapándose los oídos con las manos para acallar el descontrolado trueno. Tal acción no bastó para cesar la agitación emocional que sentía. La confusión estaba siendo opacada por el miedo. El temor a lo que aquella figura sobrehumana conocía.
—¿Aún sigues sin saber quién soy, Alicia? —soltó entre risas, las cuales le precedieron a otro trueno aún más sonoro que el anterior—. Ven, acércate, quizá si me ves resuelvas de una vez esa duda.
—No... No te muevas —le suplicó ella avanzando con lentitud hacia la desconocida. Su corazón latía taquicárdico y su agitaba respiración se acompasaba con los movimientos oscilantes de su pecho. ¿Quién era?... o mejor dicho, ¿qué era aquella silueta femenina que parecía ser conocedora de los pensamientos más profundos de la chica? ¿incluso de cómo su madre solía hacer referencia a su obra literaria favorita, compartiendo más que el nombre de su protagonista?
—¿Ya sabes quién soy? —clamó con sorna ante el asombro de la joven, que no parecía creer lo que veían sus ojos.
—Tú... Tú... —Alicia no encontró la palabra exacta para definir la identidad de la desconocida, o tal vez se negaba a decirlo en voz alta.
—Soy “tú”, Alicia, somos la misma persona —confirmó con una sonrisa estrambótica—. ¿Comprendes ya la situación? Estoy esperando a que saltes para seguir tus pasos... Mamá se fue, puede que esté al otro lado, pero lo que es seguro es que ya no volverá a estar en este mundo nunca más. “Alicia en el país de las maravillas”, así solía llamarte cuando te veía enfrascada jugando... ¿Sabes? Yo también la extraño —la joven se quedó absorta escuchando sus palabras, aquello rozaba lo fantástico. ¿Qué hacía hablando con su “yo”?
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Editado: 28.06.2025