Avril Fray
La vida es demasiado impredecible y compleja como para intentar entenderla. Las cosas pasan siempre cuando menos te lo esperas, y por las razones que menos te imaginas. No importa lo que suceda, ella siempre va a un paso por delante.
Quizá fue por alguna razón destinada, o por una mala broma del destino, que a pesar de que corro lo más rápido que mis piernas y pulmones lo permiten, y rezo a todos los Dioses cuyos nombres soy capaz de recordar, al entrar en la habitación del hospital, la figura estática de mi padre parado junto a la ventana es todo cuanto me importa, incluso más que la entrada de aire que mi cuerpo exige.
No hay necesidad de hablar. Probablemente, si abro la boca todo vaya a peor.
Me repito a mí misma que en muchas ocasiones, el silencio es la mejor opción. Sin embargo, al pasar una cantidad imposible de tiempo sin que ambos pronunciemos ni una sola palabra, ya comienzo a impacientarme. Sé que está tratando de calmarse, de encontrar las palabras adecuadas para decirme, pero yo solo puedo pensar que me encuentro en el ojo del huracán, la calma antes de la tormenta. Una tormenta que no estoy segura de que pueda soportar, pero que sin duda, es mucho mejor que esto.
—Papá. —La voz surge en tonos irreconocibles cuando hablo por primera vez. Él continua incapaz de mirarme.
—Ahora no Avril, necesito pensar.
Me dejo caer en la cama mientras él mantiene la mirada fija en el paisaje que se divisa por la ventana y a través de las cortinas descorridas. Luce como si intentara buscar las respuestas para resolver esta situación mirando cualquier cosa que se encontrase fuera de esta habitación.
Con la mirada clavada en él, veo lo cansado de su postura y las canas que a tan temprana edad han aparecido en sus cabellos rubios. Las arrugas tan familiares, le aportan un aspecto mucho mayor de lo que en realidad es. Sin embargo, bajo ese disfraz agotado y envejecido, se percibe la sombra de un rostro que en su día fue muy apuesto.
Por lo poco que puedo recordar, mamá también lo era. Tenía cabellos castaños del mismo color que los míos, unos profundos ojos azules que yo no había heredado, y la voz más dulce que había escuchado en mi corta vida.
Todavía hay noches en las que sueño con ella. Me canta "Somewhere over the rainbow" y me repite constantemente que todo estará bien.
Su rostro en mi mente tiene un aspecto difuminado y borroso, como si fuese cubierto por una cortina de humo que me impide verla con claridad. Esto no es muy extraño, debido a que era muy pequeña cuando ella murió.
La única evidencia que sustenta que mi madre es exactamente como la recuerdo, es una foto que encontré en uno de los cajones de papá cuando a penas tenía seis años. Aparecíamos los tres juntos en un parque. El brazo de mi padre estaba sobre los hombros de mi madre, y ella estaba usando un precioso vestido blanco. Yo era apenas una bebé, por lo tanto mi participación en el pequeño retrato familiar se limitaba a un cuerpo diminuto envuelto en una manta de color rosa.
—¿Por qué lo hiciste? —Habla por fin, con la voz enviando oleadas de aire gélido y frío.
Nunca usa ese tono conmigo, no importa la magnitud de lo que hubiera hecho en el pasado. Trago con dificultad, sintiendo la garganta seca y rasposa por los nervios. Las manos me sudan, y también me tiemblan, mi cuerpo, segregando sudor frío.
—Papá escucha, yo no...
—¡¿Por qué?! —grita, y yo me estremezco—. ¿Sabes la gravedad de lo que hiciste? ¿Tienes alguna idea de lo peligroso que fue?
Está enojado. Demasiado enojado. Las mejillas comienzan a adquirir un color rojizo y las venas del cuello se alteran. La furia toma el control de su cuerpo, y la rabia que siente se expone claramente en la forma en la que me mira.
Yo me quedo paralizada, sin saber que hacer o que decir. Nunca he visto a papá de esa forma, pero soy consciente de que ese sentimiento viene de lo mucho que me quiere y se preocupa por mi, y por supuesto, de la gravedad de mi acción. Aún así, pensar en todo eso no consigue que esta situación sea un poco más sencilla.
Dios, soy una tonta.
—Cálmate papá, por favor —suplico.
A estas alturas, las lágrimas se deslizan escurridizas por mis mejillas.
—¿Que me calme? —Se acerca a mí de un solo paso, y solo siento la amarga sensación de que lo he empeorado todo —. ¡No estás en posición de exigirme nada! ¿Cómo pudiste escaparte? ¿Cómo hiciste eso? —Al ver que no contesto, grita de nuevo —¡Responde Avril!
Mi corazón salta herido y doy un paso hacia atrás. Cuando hago el amago de hablar, las palabras se me quedan atoradas en la lengua y la voz no me sale. Me siento asfixiada por la impotencia, pero tomo una respiración profunda e intento calmarme, esperando que mi padre también lo haga al verme un poco más tranquila, y no en el manojo de temblores y lágrimas que soy ahora.
Tomo una bocanada de aire y finalmente me animo a hablar. Si tuve el valor para escaparme, debería tener el valor de afrontar la situación, ¿verdad?
—Estuve en una fiesta. Con Kat. —Las lágrimas, aunque aún empapándome el rostro, se detienen. Mi voz por otra parte, es un auténtico caos repleta de altos y bajos cuando hablo—. Ya sabes...sabes que he pasado estas últimas semanas ingresada y quería...de verdad quería...
—¿Una fiesta? —Una expresión de sorpresa absoluta le abruma el rostro cuando me interrumpe. Su voz es pausada y ligera—. ¿Te has escapado para...para ir a una fiesta?
Mi padre se muestra incapaz de creerlo. Balbucea palabras que no soy capaz de entender y se lleva las manos a los cabellos plateados, despeinándolos por completo.
La naciente expresión de incredulidad le desfigura las facciones que siempre había visto tan amables y delicadas, y puedo entender perfectamente que reaccione con tanto desconcierto. Este tipo de situaciones es algo a lo que no está acostumbrado, puesto a que nunca antes le causé ningún tipo de problemas.