Más allá de las estrellas

CAPÍTULO 4

Avril Fray.


Aquella tarde mirando el mar, los ojos de Zayn brillaron más que nunca. Ante la luz de las estrellas, las olas rompiendo contra las rocas y el sonido del viento a nuestro alrededor, fui feliz. Lo sentí. Lo viví, y se que él también me vivió a mí. Empezó a ser alguien más allá que cualquier extraño que conoces en cualquier lugar, para convertirse en alguien con quien compartí una canción, una charla y una leyenda.

—¡Avril! —La voz de Kat entrando por la ventana, luego de que el claxon de la camioneta suene varias veces inunda mi habitación de inmediato.

Me obligo a abandonar la calidez de mi cama, y luego de peinar descuidadamente los mechones de cabello que se salen de la coleta, me apresuro a salir, no sin antes tomar la pequeña bolsa que cuelga del pomo de la puerta y llevarla a mi hombro.

Cuando cruzo el pasillo y llego al salón, papá está sentado en el sillón negro situado frente a la televisión, luciendo absorto en el libro que ocupa una de sus manos. Los lentes le resbalan por el puente de la nariz cuando levanta la cabeza para mirarme y dejo un fugaz beso en su mejilla, adelantándome con pasos entorpecidos hacia la puerta.

—¡No vengas tarde! —me grita antes de perderme de vista—. ¡Y llámame en cuanto llegues!

—¡Lo haré! —me apresuro a contestar en medio de un grito mientras atravieso la portería.

Las cosas entre nosotros ya no estaban lo igual de tensas que se habían tornado luego de la conversación que tuvimos en el hospital. Los días restantes nos habíamos mantenido un poco distantes, pero al llegar a casa, las cosas cambiaron y volvieron a ser como antes. No sé si tendrá algo que ver que el hospital sea un recordatorio constante de todo aquello de lo que intentamos huír, o simplemente decidió que no valía la pena seguir fastidiado por aquella situación, pero todo su enojo se disipó con una facilidad que me dejó de piedra.

—Perdóname papá, te prometo que no lo volveré a hacer —le había dicho, abrazándolo por detrás y recostando la cabeza en su espalda. Él se había girado para mirarme, y sus hombros lucieron más decaídos que de costumbre.

—Sé que no lo harás —aseguró dejando un beso en mi frente, y luego había soltado un suspiro pesado.

Desde ese día, habíamos vuelto a ser nosotros mismos, o eso quería creer.

Cuando salgo de casa, hay una camioneta amarilla de tonos chillones aparcada del otro lado de la calle. Cuatro figuras contonean sus siluetas y las risas consiguen atravesar las ventanas cerradas del vehículo.

Doy un golpecito en el cristal oscuro y la puerta delantera se abre súbitamente. Un cuerpo erguido, con la espalda recta como una tabla y de cabello rubio, se inclina hacia adelante, agachando la cabeza para evitar golpearse con el techo del auto. Luego me dedica una mirada entusiasmada.

Se aproxima a mí en pasos agigantados, y me eleva por los aires.

—¡Avril! —Las risas que se escapan de sus labios mientras me hace girar son música para mis oídos.

Sean es el mejor amigo que una persona puede desear. Es atento, buen consejero, y divertido. Es un chico con la suficiente solvencia económica como para comprar a los amigos que le diera la gana, pero el había escogido a los reales, y yo le admiraba por eso. Con rasgos marcados y perfectos, los ojos de un azul impresionante y el cabello ondulado casi por los hombros, es de los chicos más guapos que he visto en mi vida. Y su rostro, a pesar de ser la perfección personificada, inspira un aire de inocencia que infunde en todo aquel que se acerque a él un sentimiento de tranquilidad y confianza.

—Te extrañé —susurro contra su pelo. Huele a champú caro, y a lavanda.

—Bienvenida de nuevo enana —me dice con una sonrisa una vez deposita mi cuerpo nuevamente en el suelo.

Revuelve mi cabello con un cariñoso gesto de su mano, y yo inclino la cabeza hacia detrás en medio de risas.

Es algo que suele hacer muy a menudo. Recuerdo cuando lo hizo por primera vez, le había dicho que me hacía sentir como una niña pequeña, y desde ese día lo había hecho cada vez que me veía, añadiendo la palabra ‹‹enana›› para, según él, ‹‹tener el paquete completo››.

—¡Hasta que al fin sales! —se queja una chica saliendo del coche. Mueve exageradamente el cabello marrón que le cae en ondas sobre la espalda, y con una sonrisa, me mira, con los destellos amarillos que salpican sus ojos verdes brillando más que nunca—. Pensé que tu padre se había detenido a ponerte un dispositivo de rastreo o algo así. Ya sabes, por tus nuevas tendencias criminales.

Katherine Miller no es del tipo de chica fiestera, y a pesar de ser muy segura de sí misma y extremadamente guapa, tiene dificultad para relacionarse con personas fuera de nuestro círculo de amigos. A pesar de eso, sueña con algún día convertirse en la mejor abogada de Brooklyn.

Cuando se acerca a mí, menea las caderas y la tela de su falda rosa se mueve excesivamente hacia los costados. Golpeo su hombro, pero todos ríen ante su broma.

Se había dedicado a llamar a mi pequeña escapada ‹‹incidente criminal››

—Tenemos una criminal entre nosotros gente —había estado burlándose, mientras se subía a una de las sillas del comedor y llevaba una cuchara a sus labios en forma de micrófono —. Pero no teman, yo como su salvadora y líder suprema, haré todo lo posible por mantenerlos sanos y salvos de esta delincuente en potencia.

Y luego se ovacionó a ella misma, mientras dedicaba aplausos desenfrenados a su persona por lo que me parecieron horas, pero que tan solo fueron unos pocos segundos, antes de perder el equilibrio y caer al suelo irremediablemente.

Esa vez reí yo.

—Vamos, Kat. Dale un respiro. —Esta vez, la voz de otra chica me llena los oídos.

Martha Harrys. La dulce, tranquila, y generosa Martha. Estudia la situación con ponderación y se pellizca el puente de la nariz cuando sus dedos se cuelan por debajo del puente nasal de los lentes.




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