Avril Fray.

”Y cuando muerto le vio, Hero, cual Leandro fiel, se arrojó al agua y murió, como él, por él y con él.
Que ellas, fuertes en amar y flacas en resistir, si duermen para esperar, despiertan para morir”
—¿Zayn?
Es la primera vez que digo su nombre en voz alta. Él no parece particularmente sorprendido por eso ya que no muestra ninguna otra emoción más allá de lo agitado que luce, y aún así, permanece casi inmóvil. Me recuerda a una de esas esculturas de Miguel Ángel, dónde el mármol parecería seda derramada sobre sus facciones, y se imprimiría tan impecablemente en cada curva que sería capaz de capturar la profundidad de su mirada.
Es solo cuando habla, que se muestra ligeramente asombrado.
—¿Tú...?
Bajo las luces de las farolas a nuestro alrededor, su mirada brilla un poco más que el día en que lo conocí. Su cabello, por otra parte, se alborota alrededor de su rostro y cae en forma de cascada rebelde hacia adelante.
—¿Qué haces aquí? —pregunto. Me resulta imposible contenerme.
Él sonríe. Una sonrisa que de tan angelical resulta maléfica.
—Al parecer, salvarte una vez más. —Sus labios se curvan ligeramente, y lo dice tan bajito que es como si nunca lo hubiese hecho.
Un sonrojo me cubre las mejillas.
—¿Dis... Disculpa?
Lo observo fijamente, y la situación me parece tan surrealista que temo que mi mente se lo haya inventado todo. Hay estrellas en el cielo que dibujan la silueta de su cuerpo, casi como si fuese una constelación. Sus labios se abren, respirando con dificultad. Su pecho sube y baja sin control alguno.
Intento hablar nuevamente, pero los pensamientos que me calan el cerebro no son capaces de manifestarse en palabras. Estoy completamente inmóvil, y es curioso que siempre que estoy alrededor de este chico, por una razón o por otra, parezca nunca poder moverme.
—Ven, déjame ayudarte.
Esboza una sonrisa completamente encantadora mientras me contempla. Sus labios tiemblan sutilmente cuando los convierte en una fina línea, y por los hoyuelos que han aparecido en ambas de sus mejillas, pareciera que está a punto de estallar en risas.
Sip, este chico tiene que estar pasándoselo de maravilla a mi costa.
Dios. Debo verme totalmente ridícula tumbada en la arena y con un lobito de al menos unos 20 kg sobre mí. Encima el cabello se me ha llenado de arena y estoy segura de que sus pezuñas me han dejado marcas en el abdomen. ¿Qué espera Zayn para quitármelo de encima? Está claro que mi cuerpo no resistirá un minuto más y... Escucho un ladrido.
Miro al perro, que atiende al nombre de Hero. No ha sido él.
—No te muevas.
La voz de Zayn, suave y cautelosa, me obliga a mirarle.
—¿Qué sucede?
—Shh.
Un gruñido.
Vuelvo la cabeza tan rápido que creo que me ha dado un tirón en el cuello. A unos pocos metros, hay otro perro, precisamente, un Rottweiler. Genial. Sus ojos están puestos únicamente en Hero, a quien muestra los colmillos filosos y observa como si en cualquier momento le fuese a saltar encima.
Mierda, mierda, no.
Vuelvo a mirar a Hero. Su mirada también está pendiente al Rottweiler y lo observa con una intensidad que me deja de piedra. Creo que por primera vez ha cerrado la boca, y sus orejas están hacia arriba en señal de alerta. El cuerpo también se le ha tensado. Puedo sentirlo por la forma en que sus patas comienzan a moverse encima de la fina tela de mi camiseta.
—Por favor, no te muevas —repite Zayn. Se escucha nervioso.
—No podría moverme aunque quisiera —mascullo.
—Tampoco hables.
Tanto sus palabras como su tono son tajantes. Me pregunto si estará tan asustado como yo, aunque lo dudo. Lo más probable es que no quiera pagar la indemnización por la demanda que le meterá mi padre como muera a manos de un perro que claramente quiere meterle los dientes al suyo, pero que ¡Oh sorpresa!, viene con premio. Una humana de metro sesenta y cinco de la que no quedará ni un pelo como ese Rottweiler me ponga si quiera una pezuña encima.
Miro a Zayn. Estoy segura de que luzco patética y que mi rostro es la viva imagen de la súplica, pero no me importa. Suplicaré si tengo que hacerlo, lo único que necesito es salir ilesa de esta situación, o al menos en una sola pieza.
Estoy a punto de gritar. Juro que lo estoy. El perro de pelaje negro vuelve a ladrar y Hero le enseña los dientes. ¿Es posible que el Rottweiler solo quiera jugar y esa sea su forma de demostrarlo? Por la forma en la que se inclina hacia adelante y, repito, muestra sus dientes en medio de gruñidos, no lo creo.
—Escúchame, necesito que estés tranquila ¿vale? —demanda mientras da un paso sumamente cauteloso—. No puedes moverte. No puedes hablar. Te necesito completamente quieta.
Madre mía. Luce tan...seguro de sí mismo.
—Me acercaré a Hero e intentaré calmarlo, ¿está bien? Te lo quitaré de encima. Lo único que tienes que hacer es...
—.... no moverme —resoplo—. Lo entendí la primera vez que lo dijiste, ¿sabes?
—También recuerdo haberte dicho que no hablaras —gruñe.
Un bufido casi se escapa de mis labios, pero lo reprimo. Lo último que quiero es que este chico piense que soy estúpida. Además, él no es importante aquí. Lo importante es salir de esta situación. Sí. Eso es...
Me muerdo el interior de la mejilla y desvío la mirada para otro lado. De refilón, puedo ver la arena detrás de mí. Limpia, suave, y... Y sin rastro del dichoso perro.
Mierda.
—Zayn...
Lo llamo. Mi voz se escucha temblorosa y quebrada.
Pone los ojos en blanco. Sus manos están cerca del lomo de Hero, pero su mirada se detiene en mí. Puedo sentir su enojo incluso cuando aún no ha dicho nada. Su mandíbula está tensa, y la mano que se aproxima al canino tiene los nudillos blancos de tanto apretar los dedos.
Le escucho suspirar ásperamente.