Avril Fray.
—..., la psicología inversa funciona sobre todo con personas que se caracterizan por una alta reactancia cognitiva, es decir, personas mayoritariamente rebeldes, impulsivas y poco calculadoras, así como...
La voz del señor Davis había conseguido dormirme incluso antes de comenzar a hablar, si eso era posible. Los pares de ojos que a mi alrededor lo tienen como único centro de atención, se cierran al menos cinco veces por minuto, y resulta divertido ver a tantos estudiantes universitarios luchar contra el sueño que provoca un hombre de sesenta años, de escasa cabellera, y envuelto en el mismo saco que le habíamos visto usar el primer año completo.
Dejo caer el rostro en el dorso de la mano y llevo la mirada hacia la puerta. El cabello castaño se desparrama en la mesa, y pienso si sería un horario prudente para visitar la oficina del rector. Probablemente no lo sea, pero estoy segura de que un minuto más escuchando al profesor Davis conseguirá dormirme de por vida.
Normalmente mi padre me acompañaría, pero tiene esta reunión importante en la cual yo no tengo el más mínimo interés, y ver los detalles de mi técnicamente segundo año universitario conviviendo con el EPOC, es algo que tengo que hacer por mi cuenta.
—..., en mi opinión personal, no lo recomiendo como técnica de comunicación ni de negociación...
El rector debe darme un horario especial, disminuir mis horas de clase, y establecer contacto con la enfermera de la Universidad para que, si en algún punto llego a necesitarlo, ella pueda asistirme. También, escuché a Leyla hablar sobre ajustar los horarios de mis medicamentos, para que no tenga que tomarlos al mismo tiempo en que estoy en la escuela.
—..., indispensable para ustedes el estudiarla y comprenderla al tiempo que..., ¿señorita Fray, le sucede algo?
—¿Eh?
Levanto la cabeza de inmediato. Me siento tan observada cuando todos los pares de ojos parecen reposar en mí, que me limito a fijar la mirada en la madera oscura de la mesa y a mordisquearme el labio con nerviosismo.
—¿Se encuentra bien? —indaga. Se inclina hacia adelante mientras se ajusta los lentes en el puente de la nariz.
Siento un rubor traicionero cubrirme las mejillas, pero tomo una respiración profunda e ignoro lo inquieta que me siento en este momento.
—Sí, señor Davis, me encuentro fenomenal y.... Esto, ¿me podría permitir la salida un momento? —El profesor parece estudiar cada una de mis palabras, y el sonido de mi voz rebotando por las paredes es lo único que rompe el silencio—. Me urge hablar con el señor rector. Ya sabe, por...
—Sí —me corta—, lo entiendo perfectamente. Adelante —insita señalando la puerta.
En circunstancias ajenas a mi situación, entendería perfectamente que el señor Davis se abstuviera de permitirme la salida, pero teniendo en cuenta que todos están enterados de mi condición, realmente la mayoría de ellos resultan tremendamente complacientes respecto a mis peticiones. Luce como si todos intentasen ayudar a la chica enferma, y aún no logro descifrar el porqué eso me molesta tanto.
Me inclino hacia adelante con una vena de ansiedad bombeando con fuerza, sin embargo me obligo a calmarme y me pongo de pie. Ignoro lo temblorosas que me siento las piernas cuando sostienen mi peso y me encamino hacia la puerta.
Una vez fuera, no hay ni siquiera una ligera brisa que consiga colarse por los agujeros de las ventanas cerradas. Me dirijo al extremo opuesto del deshabitado pasillo, localizando con la mirada las escaleras que me llevan a la planta baja. Mientras lo hago, la gruesa voz del señor Davis se siente cada vez más y más lejana.
Me siento un tanto más ligera al no tener que ser fuente de miradas curiosas, y en lo que mis pasos se dirigen al despacho del rector, ubicado en el edificio de enfrente, escucho un par de voces que se entremezclan.
Una es ruda y filosa, e intenta ser opacada por la otra voz que, dolorosamente familiar, no le deja oportunidad de decir más de dos frases completas.
—Estás siendo completamente irracional, Zayn. —La voz del rector Hardy se escucha implacable.
—¿Irracional? —replica Zayn, su voz rebosante de incredulidad—. No puedo creer que pienses que estoy siendo jodidamente irracional.
—Ese lenguaje —advierte el mayor, con voz de reprimenda.
—Ah..., mírate —dice, falsamente conmovido—, actuando como un verdadero padre.
—Para.
—Dime, ¿también pensabas como padre cuando me enviaste a Italia?
El resentimiento que sale a relucir tras sus palabras me pone los pelos de punta. Zayn se escucha incluso más mordaz que cuando habló con su hermano, y puesto a que eso despierta mi curiosidad, dirijo mis pasos un poco más cerca de donde el ruido de sus voces colisionan.
Están ambos frente a las escaleras, el rector ubicado en uno de los escalones, y tengo que ocultarme detrás de una de las columnas para conseguir que no me vean.
—Basta, Zayn. Soy tu padre, y exijo que me trates como tal.
La carcajada que aflora de sus labios rebota entre las paredes color crema del pasillo y resuena con mayor profundidad.
—¿Exiges? No estás en posición de exigir nada. Desde el momento en que decidiste enviarme a Italia, perdiste todo derecho sobre mí.
El corazón me martillea con fuerza en el pecho, y a pesar de no entender ni la mitad de las cosas que están hablando, sigo escuchando.
¿Por qué lo hago?
No tengo la menor idea.
Quizá tenga que ver con la imagen que Zayn proyecta de sí mismo: seguro, inquebrantable y fuerte. Como un león, o alguien demasiado seguro de sí mismo, y tal vez sea ese el motivo por el cual me resulta tan increíble esta conversación, aunque no en un sentido que disfrute.
—Tienes razón. —Mis ojos se abren con sorpresa, pero la voz del rector Hardy no muestra ni una pizca de emoción—. No debí haberte enviado a Italia, debí haberte enviado con tu madre.