Avril Fray.
A veces la vida hace movimientos que no entendemos, que nos parecen absurdos, o simplemente sin ningún tipo de importancia. Eso era todo lo que yo pensaba respecto a Zayn. “Solo es un idiota” “Se irá en cualquier momento y mi vida volverá a la normalidad”. En aquel momento, no podía entender cuan equivocada estaba, y no fue más que bajo aquella poca iluminación y esa música horrenda, que supe que no era una persona que simplemente se iría, no sabía de que forma, pero supe que él estaba destinado a quedarse.
—Aún no me puedo creer que me hayas convencido de venir aquí. —Me cruzo de brazos, queriendo golpear a Will cuando suelta una risa.
—¿Puedes dejar de quejarte? ¡Será divertido! —pronostica, estacionando el auto en frente de la casa de fraternidad.
Me inclino para apagar la radio, y las letras que siguen el ritmo de esa canción que tanto le gusta a Will se apagan lentamente.
—No sé que pensaba mi padre cuando te ha dejado traerme —replico, poniendo los ojos en blanco—. En serio, ¿a quién se le ocurre?
Su expresión se tuerce en una mueca un tanto... angelical, demasiado para tratarse de Will. Mi curiosidad se dispara de inmediato, así que en cuanto salimos del auto, y el frío viento de la noche nos recibe como pequeños cristales que se nos clavan en la piel, lo miro con ojos interrogantes.
—Will... —digo, intentando sonar lo más amenazante posible—. ¿Qué has hecho? ¿Qué le dijiste a mi padre?
Sonríe mostrando los dientes. Sus largas pestañas revolotean cuando parpadea varias veces, y dando saltitos de alegría, comienza a alejarse de mí.
—¡Will! —Le llamo.
Gira la cabeza, y tremendamente juguetón, me enseña la lengua.
Será infantil.
—¡Will! —grito de nuevo— ¡¿Quieres esperarme?!
—¡No es mi culpa que seas tan lenta! —replica, pero se detiene.
Cruzo la calle jadeando para poder llegar hasta él. Cuando lo hago, está sonriendo ampliamente y extiende su mano para que la tome.
—¡Ay! —me quejo, haciendo una mueca—. Está fría.
Will ríe, y yo alzo la mirada para observar el lugar. La fraternidad es... bonita, sorprendentemente bonita, con rojizas paredes de granito y tejados blancos en forma triangular. La fachada tiene un hastial escalonado y cuatro columnas, adornadas con enredaderas de luces que parpadean en tonos violetas y azulados.
Hay muchísimas personas bailando al ritmo de la música, y me recuerda un montón a aquella fiesta en la que conocí a Zayn; botellas de whiskey y vodka tiradas por el suelo, autos estacionados que sirven de refugio para chicos jóvenes que no encuentran nada mejor que hacer que enrollarse, y... ¿es esa mi profesora de Historia de la Psicóloga?
No quiero averiguarlo.
Vuelvo a mirar a Will. Ha comenzado a caminar y me arrastra con él. Luce inesperadamente guapo envuelto en esa camiseta oscura y esos pantalones caqui, pero aún no olvido que probablemente ha mentido a mi padre para arrastrarme hasta aquí.
Resoplo, y atravesando el frente de la casa de fraternidad, caminamos sobre el césped mojado buscando la puerta de entrada. A nuestro lado, una chica asiática sostiene la frente de su amiga, que inclinada hacia adelante, parece vomitar todo lo que tiene en el estómago.
—Uh... Esto va a ser una auténtica porquería —aseguro, torciendo la nariz al pasar justo al lado de las dos chicas—. ¿Por qué no volvemos mejor? Podríamos ver una peli, o jugar al Monopoly. Es tu juego favorito.
Will mueve negativamente la cabeza, mirándome con determinación en sus ojos.
—Ya prometí a mis amigos que vendríamos. Además —Sonríe con picardía—, la exposición de reptiles disecados no termina hasta dentro de tres horas —Se encoje de hombros—. Reglas del club.
Mis ojos se abren con perplejidad.
—¿Exposición de reptiles... disecados?
Crispa la cara como si estuviese sintiendo dolor, vacilando unos segundos antes de contestar.
—Eh... Sí, la exposición de mi hermano. Dónde estamos... tu y yo, en este momento. Según, ya sabes, la información que tiene tu padre.
Silencio.
Más silencio.
¿Qué acaba de decir?
Juguetea con sus dedos, soplando las yemas para luego desviar la mirada, puede que intentando no reírse. Sé que no podrá aguantarlo mucho más tiempo por la forma en que se mordisquea el interior de sus mejillas. Me dedico a observarlo con los ojos entrecerrados, y contra todo pronóstico, estallo en risas.
Mi amigo parpadea varias veces, mirándome como si estuviese loca.
—Estás demente —digo, mientras nos deslizamos a través de las puertas de la fraternidad—. Es decir, ¿te enojas conmigo por escaparme del hospital, pero no dudas un segundo en decirle a mi padre que estamos en algún tipo de exposición rara cuando en realidad me has traído a una fiesta?
Asiente sonriente.
—Parece que lo has entendido todo perfectamente.
Una vez adentro, me aferro a su mano con mucha más fuerza. No me gustaría perderme entre tanta gente que desconozco.
Los acordes de la guitarra eléctrica que son reproducidos consiguen rebotar entre las paredes y abarcan cada rincón del lugar. Hay muchísimas personas, y la mayoría de los desgastados y viejos sofás son ocupados por jóvenes que disfrutan de la fiesta charlando, pero acompañados por una botella de vodka o de un cigarrillo, así que el olor del humo y del alcohol resulta realmente abrumador.
Will nos conduce en dirección contraria. Pasamos cerca de un grupo de chicos que están divididos y situados en extremos opuestos de una mesa de billar, solo que en lugar de bolas de colores, hay vasos rojos distribuidos por toda la mesa. Un chico moreno tiene una pequeña pelota blanca en la mano, y la lanza apuntando a uno de esos vasos. Esta rebota en el borde y cae al suelo, entonces las personas del otro extremo comienzan a reír, y el chico toma el vaso entre sus manos para beber del líquido del interior.