Avril Fray
—Personalmente, me gustan más las rubias —dice el chico de cabello negro, sonriendo de una forma... incómoda—. Creo que son más juguetonas. Si saben lo que quiero decir.
Pongo los ojos en blanco.
Si Jerry, todos aquí sabemos lo que quieres decir.
Agradezco que la poca iluminación del lugar camufle mi expresión de repugnancia, aunque estoy segura de que ni teniendo cincuenta focos apuntándome únicamente a mí, los amigotes de Will notarían lo mucho que me desagradan.
Ya puedo entender por qué Nick y Leah salieron huyendo.
—Pues a mí me gustan las asiáticas —repone un chico rubio, creo que su nombre es Evan.
—¿Asiáticas? —Una chica morena frunce el ceño—. ¿Te va ese rollo?
El muchacho asiente. Me parece insultante, sobre todo teniendo en cuenta que hay una chica de cabello rojo, y sin duda alguna nada asiática, sentada en su regazo. Ella simplemente se dedica a mirarlo, y no parece haber ningún indicio de enojo en su rostro, pero aún así...
—Siempre he querido montarmelo con una asiática —continua diciendo—. Son tan pequeñas, y tan apretaditas...
Agh.
Estoy a punto de vomitar. ¿Cómo estas personas pueden ser amigos de Will? Él es educado, generoso, paciente, divertido. Y ellos... Ellos no son nada parecido a eso. De hecho, pensándolo bien, ¿ellos sabrán de la enfermedad de Will? Quiero decir, toda mi clase y mis profesores están enterados. Ni siquiera sé cómo había ocurrido eso. Un día, solo mis amigos y algunos maestros sabían, al siguiente... Al siguiente tuve que aprender a lidiar con las miradas intrusas.
Me resulta un tanto difícil imaginar que estas personas puedan sentir algún tipo de empatía por una persona enferma, o por una persona en general. Sin embargo, debe haber algún motivo por el cual Will los eligió como amigos.
—No les hagas caso —Una voz masculina me obliga a mirar para el costado—. Cuando beben pueden ser un poco...
—¿Idiotas? —le interrumpo.
El chico moreno parpadea momentáneamente, luego se lleva a los labios el vaso rojo y sonríe con las mejillas infladas.
—Yo iba a decir insoportables, pero idiotas también funciona.
Tiene una sonrisa muy contagiosa. Y bonita. Su sonrisa también es bonita. Se inclina hacia adelante, despegando su espalda del descolorido sillón, y sus dedos me rozan el antebrazo cuando me acerca su palma abierta.
—Soy Elías.
Estrecho su mano de inmediato.
—Avril.
Por el rabillo del ojo veo a Will sentado junto a Jerry en la otra esquina del sofá. Está hablando por teléfono y tiene una expresión deslumbrante en el rostro.
—Avril... —repone él—. Es un nombre muy bonito. Como la primavera, ¿verdad?
Asiento.
—Mi madre lo eligió. Amaba las flores, y la primavera. Supongo que por eso me llamó Avril.
Ladeando la cabeza, sus ojos se entrecierran al mirarme.
—Y a tí, ¿te gustan las flores?
Prefiero las estrellas.
Mis comisuras se levantan en una sonrisa, e intento ignorar la chispa de nostalgia que se enciende en mi pecho.
—No tanto como a ella —contesto finalmente.
Elías sonríe y dos arruguitas aparecen en los costados de sus ojos.
—Pues tienes suerte. Mi madre eligió mi nombre por uno de sus ex novios. Ya sabes, se tatuó su nombre estando borracha y pues... —Niega con la cabeza—. Simplemente creyó que sería mejor si su hijo se llamaba también Elías. Pensó que sería una buena forma de justificar el tatuaje.
¿Qué?
Estallo en risas al instante; él también lo hace. El grupo a nuestro alrededor se voltea para mirarnos como si nos hubiesen salido cuernos, pero creo que ninguno de los dos es capaz de detener las carcajadas.
—¿En serio tu mamá hizo eso? —pregunto riendo.
Elías asiente, sus risas apagándose lentamente.
—En su defensa, diré que tenía diecisiete años —dice, de repente ofreciéndome el vaso—. ¿Quieres?
Niego con la cabeza.
—No gracias, no bebo.
Él arruga el rostro con extrañeza. Estoy segura de que le resulta un poco extraño encontrarse con una persona de diecinueve años a la que no le guste el alcohol.
—En la cocina hay refrescos —sugiere—. Puedes ir a por uno si quieres.
Asiento. Miro a Will, pero sigue pegado al teléfono. Estoy segura de que estará hablando con Sam así que no quiero interrumpirlo. Cuando me pongo de pie, le sonrío a Elías.
—¿Te acompaño?
—No. Creo que estaré bien por mi cuenta.
—Fantástico —dice, guiñándome un ojo antes de que pueda darme la vuelta—. Me gustan las chicas que se valen por sí mismas.
Me limito a sonreírle (de nuevo) y me pongo en marcha. Atravieso el salón en un periquete a pesar de no tener ni la menor idea de donde está la cocina. No me toma mucho tiempo averiguarlo, de todas formas. No tardo en localizar un grupo de universitarios que entran y salen de una habitación con las manos llenas de vasos plásticos y botellas de whiskey, así que me dirijo hasta allá sin darle muchas vueltas.
Pensándolo bien, debí haberle permitido a Elías acompañarme, o al menos haberle dicho algo a Will. No me gusta estar sola rodeada de desconocidos, sobre todo teniendo en cuenta que Zayn anda por aquí.
No sé por qué, pero el solo pensamiento de encontrármelo hace que me lata demasiado fuerte el corazón.
Al cruzar a través de la puerta, la isla de la cocina me recibe repleta de vasos vacíos y botellas con marcas de whiskey y vodka que ni siquiera sabía que existían. Por mi lado pasan un montón de personas, pero las ignoro y me adelanto para encontrar alguna botellita de algo que pueda tomar.
Para mi mala suerte, no llego muy lejos.
Una chica pelirroja, la misma que estaba sentada en el regazo de aquel idiota que decía que le gustaban las asiáticas, pasa por mi lado tambaleándose. Se agarra de las paredes como puede, sosteniendo en su mano derecha un vaso repleto hasta el borde de cerveza. Intento escabullirme, pero todo pasa demasiado rápido. Su pie derecho se cruza en el camino del izquierdo, sus dedos se envuelven fuertemente en mi antebrazo y termina por derramar todo la bebida encima de mí.