La noche en la ciudad estaba silenciosa, rota solo por el suave murmullo del viento que se deslizaba entre los edificios. Ally caminaba junto a Jung-Su hacia su apartamento, sus pasos resonaban en las calles desiertas, como si el mundo hubiera decidido guardar silencio para ellos. El ambiente, cargado de electricidad, era casi sofocante. La tormenta que había azotado la ciudad más temprano había dejado todo limpio, el aire fresco y húmedo hacía que cada respiración pareciera un susurro compartido entre los dos.
Entraron en el edificio, y el ascensor los llevó hacia el ático. En el silencio incómodo del viaje, Ally podía sentir la mirada de Jung-Su sobre ella, un fuego que la quemaba lentamente desde adentro. Sabía que esa noche iba a cambiar todo, lo sentía en los latidos erráticos de su corazón, en la forma en que sus manos temblaban ligeramente. Pero no era miedo lo que sentía, era una mezcla de anticipación, deseo y una creciente necesidad que no podía contener.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron, Jung-Su la guió hasta la azotea. El viento allí arriba era más fuerte, despeinando el cabello de Ally, pero no le importaba. La vista desde la azotea era impresionante, pero en ese momento no podía ver más allá de Jung-Su. La luz de la luna iluminaba su rostro, dándole un brillo casi irreal, y en sus ojos había algo oscuro, una tristeza que ella no había visto antes.
“Hay algo que necesito decirte,” comenzó Jung-Su, su voz apenas un susurro en la brisa. Ally se detuvo, sintiendo cómo el peso de sus palabras la aplastaba.
“¿Qué pasa?” Su voz sonaba más tranquila de lo que realmente se sentía.
Jung-Su se acercó al borde de la azotea, su espalda recta pero sus hombros tensos, como si estuviera cargando con un peso invisible. Durante unos segundos, no dijo nada, solo miraba hacia abajo, hacia las luces de la ciudad que parpadeaban como estrellas en la tierra.
“Aquí es donde vengo cuando ya no puedo más,” dijo, finalmente. “Siempre he sido la persona que todos esperan que sea. Controlado. Fuerte. Pero hay noches…” hizo una pausa, respirando profundamente, “hay noches en las que todo ese control se rompe. Y cuando eso pasa, termino aquí, solo, con la idea de que tal vez… tal vez ya no debería seguir más.”
Ally sintió cómo el frío de la noche se filtraba en sus huesos. La confesión de Jung-Su era como un golpe que no esperaba, que la dejó sin aliento. No podía imaginar el dolor que él debía estar sintiendo para llegar a ese punto. No podía imaginar la soledad.
“¿Por qué me dices esto ahora?” preguntó, su voz apenas un susurro. Sentía un nudo en la garganta, una sensación de impotencia creciendo dentro de ella.
Jung-Su se giró lentamente, enfrentándola con una expresión que Ally nunca había visto antes. Vulnerable. Perdido.
“Porque… la noche antes de que aparecieras en mi vida, estaba aquí, decidido a saltar. Estaba listo. Me había convencido de que no importaba, de que nadie me echaría de menos.” Hizo una pausa, sus ojos oscuros fijos en los de ella. “Pero entonces algo sucedió. Hubo una luz… una luz tan brillante que me cegó por completo. Y en ese momento, supe que no estaba solo. Supe que había algo, alguien, esperándome. Y al día siguiente, tú estabas allí.”
El corazón de Ally latía con tanta fuerza que pensó que podría escucharse en toda la ciudad. Las palabras de Jung-Su resonaban en su cabeza, y de repente todo encajó. Ella había sido su respuesta, el motivo por el cual no había dado ese paso. Era su ancla, la razón por la cual él estaba aquí, de pie frente a ella.
Pero esa revelación también traía consigo un peso abrumador. Si ella había sido su respuesta, si ella era la razón por la cual él seguía aquí, ¿qué significaba eso para ella? ¿Era responsable de él ahora? ¿Podía dejarlo solo sabiendo lo que había estado a punto de hacer?
Las emociones se enredaban dentro de ella, una maraña de deseo, responsabilidad y algo más profundo que no quería admitir. Porque la verdad era que ya no se trataba solo de ayudarlo. No, sus sentimientos por Jung-Su habían ido más allá de la compasión. Se estaba enamorando de él. Cada mirada, cada palabra entre ellos había construido algo que ya no podía ignorar.
“No puedo dejarte solo,” murmuró Ally, más para sí misma que para él.
Jung-Su dio un paso hacia ella, su mirada intensa, fija en sus ojos, como si buscara una respuesta a una pregunta no formulada.
“No quiero que lo hagas,” dijo en voz baja, casi ronca, como si esas palabras hubieran estado atrapadas dentro de él durante demasiado tiempo.
Ally sintió que algo se rompía dentro de ella, una barrera que había estado tratando de mantener erguida. Su deseo de estar cerca de él, de cuidarlo, de amarlo, se hizo imposible de ignorar. Ya no quería solo tomarle la mano. Quería más. Quería todo. Quería sentir sus labios contra los suyos, quería ser la persona que lo sostuviera en sus momentos más oscuros, su confidente, su amante, su todo.
Pero ¿cómo podía desear tanto a alguien que hasta hace poco era un extraño? Y, lo más importante, ¿qué sentía él por ella?
“Jung-Su…” su voz temblaba, pero esta vez no era por el miedo, sino por la intensidad de lo que sentía. “Yo…” comenzó, pero las palabras murieron en su garganta cuando él se acercó aún más, hasta que estuvieron tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo, podía oler su colonia, una mezcla embriagadora de sándalo y algo más que no podía identificar, pero que la hacía sentir mareada de deseo.