El vagón del metro estaba abarrotado. Ally, perdida en sus pensamientos, apenas notaba el bullicio a su alrededor. Las voces, el ruido del metal sobre los rieles y los anuncios automáticos eran solo un telón de fondo mientras su mente revivía cada detalle del noticiero. “Jung, prometida, colombiana…” Las palabras seguían resonando como un eco interminable en su cabeza.
El metro se detuvo de golpe, sacándola de su ensimismamiento. Era su parada. Salió apurada, sintiendo que cada paso la acercaba más a algo que ni siquiera entendía del todo. Había pasado toda la noche investigando y había descubierto que Jung asistiría a un evento benéfico esa misma tarde en un lujoso hotel de la ciudad. Era su única oportunidad.
Cuando llegó al hotel, su corazón estaba a punto de estallar. Las enormes puertas giratorias, los guardias de seguridad y el aire de exclusividad del lugar la hicieron dudar por un instante. “¿Qué estoy haciendo aquí?”, pensó, pero una chispa de determinación la empujó hacia adelante.
—Buenas tardes, señorita. ¿Tiene invitación para el evento? —preguntó uno de los guardias con tono educado pero firme.
Ally sintió que el suelo se abría bajo sus pies. “¡Por supuesto que hay invitación, pero no para mí!” Inspiró profundamente, buscando una excusa rápida.
—Eh… sí, estoy con la fundación. Soy voluntaria. Olvidé mi invitación, pero puedo llamar a alguien para confirmar… —dijo, improvisando con una sonrisa nerviosa.
El guardia pareció dudar, pero tras unos segundos la dejó pasar. Ally se escabullió con rapidez, sin atreverse a mirar atrás. “¡Es ahora o nunca!”
Dentro del hotel, todo era lujo y elegancia. Las arañas de cristal colgaban del techo, y las mesas decoradas con flores blancas irradiaban sofisticación. Ally caminaba entre los asistentes, sintiéndose pequeña e insignificante en medio de tanta opulencia. “Tal vez esto fue un error…”, pensó por un instante, hasta que lo vio.
Jung estaba de pie junto a un grupo de personas, con un traje negro impecable y una sonrisa tranquila que parecía iluminar todo el salón. Era exactamente como lo recordaba, pero también distinto. Había algo en su porte, en su presencia, que lo hacía parecer aún más irreal.
Ally sintió que el tiempo se detenía. El corazón le latía con tanta fuerza que pensó que todos podían escucharlo. “Él es real…”. Cada duda que había tenido, cada sesión con su psicóloga donde le decían que todo había sido producto de su imaginación, se desmoronó en ese momento. Jung existía.
—Disculpa, ¿necesitas ayuda? —La voz de una camarera la sacó de su trance.
—No, estoy bien, gracias… —respondía Ally con voz temblorosa.
Pero en ese instante, Jung giró la cabeza y sus ojos se encontraron con los de ella. Fueron solo unos segundos, pero para Ally fue como si el mundo entero se hubiera detenido. Sus miradas se cruzaron, y una mezcla de sorpresa y confusión apareció en el rostro de Jung.
Ally quiso correr, pero sus pies parecían pegados al suelo. Jung, sin apartar la mirada, comenzó a caminar hacia ella. Cada paso que daba parecía resonar en su pecho como un tambor.
—¿Nos conocemos? —preguntó Jung, con una voz tan suave y familiar que Ally sintió un nudo en la garganta.
No sabía qué decir. Su mente era un torbellino de emociones: miedo, felicidad, incertidumbre. Finalmente, logró murmurar:
—Yo… no sé cómo explicarlo, pero creo que… sí.
Jung frunció el ceño, claramente confundido, pero antes de que pudiera responder, una mujer se acercó y se colgó de su brazo. Era hermosa, con una sonrisa radiante y una presencia que irradiaba confianza.
—Cariño, ¿qué sucede? —preguntó la mujer, mirando a Ally con curiosidad.
El corazón de Ally se rompió en mil pedazos. “Prometida.” Esa palabra volvió a resonar en su mente como un cruel recordatorio de la realidad. “Por supuesto que tiene a alguien… ¿Qué esperaba? ¿Un milagro?”
—Nada, solo que creí reconocer a alguien… —dijo Jung, apartando la mirada de Ally y sonriendo a la mujer.
Ally sintió que su corazón se hundía. Sin decir una palabra más, se dio la vuelta y salió del salón, ignorando las miradas curiosas de los invitados. Las lágrimas comenzaron a brotar antes de que alcanzara la salida, y para cuando estuvo fuera del hotel, ya no pudo contener el llanto.
—¡Estúpida! ¡¿Por qué viniste?! ¡¿Qué esperabas?! —se dijo a sí misma entre sollozos.
Pero mientras estaba ahí, llorando bajo el cielo gris, una mano tocó su hombro. Ally se giró y vio a Jung, de pie frente a ella, con una expresión que era una mezcla de preocupación y algo más que no lograba descifrar.
—Espera… ¿qué está pasando? ¿Por qué siento que debería conocerte? —preguntó Jung, con una intensidad en su voz que hizo que Ally sintiera que el mundo se detenía de nuevo.
Y en ese instante, Ally supo que no había sido un error venir. Aunque el destino parecía haberles jugado una mala pasada, algo en la forma en que Jung la miraba le decía que esta historia no había terminado.