El sol comenzaba a esconderse tras los edificios de la ciudad, tiñendo el cielo con pinceladas de naranjas y rosas. El viento soplaba suavemente, enredando los cabellos de Ally mientras ella y Jung caminaban juntos por el parque. No había un destino en específico, solo el deseo de prolongar el momento, de disfrutar la compañía del otro sin prisas ni promesas vacías.
Jung, con sus manos en los bolsillos y una expresión serena, la observó de reojo. Había algo en ella que le fascinaba, una mezcla de dulzura y fortaleza que le resultaba imposible ignorar. Ally, por su parte, intentaba no sonreír demasiado, consciente de que cada pequeño gesto de Jung la hacía sentir como si flotara en una burbuja de felicidad.
—¿En qué piensas? —preguntó Jung, deteniéndose justo en el sendero donde los faroles comenzaban a encenderse.
Ally suspiró, abrazándose a sí misma por el leve frío de la tarde.
—En cómo hemos llegado hasta aquí. Se siente… irreal.
Jung asintió, como si entendiera perfectamente lo que quería decir.
—Sí. A veces, cuando te miro, siento que he estado esperándote toda mi vida, pero al mismo tiempo… siento que apenas estamos empezando.
Sus palabras resonaron en el aire, pesadas de significado. Ally bajó la mirada, sus mejillas ardiendo ante la intensidad de su voz.
—Entonces, ¿qué sigue? —preguntó ella, casi en un susurro.
Jung sonrió de lado y extendió su mano.
—Sigamos caminando.
Ella entrelazó sus dedos con los de él y ambos retomaron el camino, esta vez más cerca, sus pasos sincronizados como si fueran uno solo.
El primer beso real
El aire estaba impregnado con el aroma del césped húmedo y de las flores nocturnas que comenzaban a abrirse con la llegada de la noche. El murmullo lejano de la ciudad se volvía irrelevante cuando sus miradas se encontraron de nuevo bajo la luz tenue de un farol.
Jung se detuvo.
—Ally…
Su voz era grave, suave, como si cada palabra fuera un secreto compartido solo entre ellos. Ally lo miró con el corazón latiéndole con fuerza. No era la primera vez que se quedaban así, mirándose sin decir nada, como si las palabras fueran innecesarias, como si supieran que el otro ya entendía lo que sentían.
Pero esta vez, había algo diferente.
Él levantó una mano y acarició con la yema de sus dedos la mejilla de Ally, su tacto era cálido y firme. Ally sintió su piel arder bajo su roce, su respiración entrecortada. Su mente le decía que diera un paso atrás, que no se precipitara… pero su corazón le pedía que se quedara.
Y entonces, Jung la atrajo hacia él con una suavidad casi dolorosa, como si temiera que ella desapareciera si se apresuraba demasiado.
Sus labios se encontraron en un beso que no tenía nada de idealizado, nada de ensayado o perfecto. No fue un roce tímido ni un beso robado. Fue un beso profundo, real, lleno de emoción contenida y de la certeza de que no había nadie más en el mundo que pudiera encajar con ellos de la misma manera.
Ally se aferró a su chaqueta, como si con ese contacto pudiera asegurarse de que Jung era real, de que no era solo un sueño de esos que solían atormentarla. Él la rodeó con sus brazos, sosteniéndola con firmeza, sin dejar espacio para dudas o arrepentimientos.
Había urgencia en el beso, sí, pero también algo más fuerte: la necesidad de saber que estaban en el mismo lugar, en el mismo sentimiento.
Cuando finalmente se separaron, sus frentes quedaron pegadas, sus respiraciones entremezcladas. Jung deslizó sus dedos por el cabello de Ally, acomodándolo detrás de su oreja con una ternura que contrastaba con la intensidad del momento anterior.
—Definitivamente… eras tú —susurró él con una sonrisa.
Ally lo miró, todavía sintiendo el vértigo del beso en su cuerpo.
—Siempre fui yo —susurró ella de vuelta, con la seguridad de alguien que finalmente ha encontrado su lugar.
Y en ese instante, bajo la luz del atardecer que se desvanecía en la noche, supieron que el destino no había cometido ningún error. Ellos estaban hechos el uno para el otro.
Con cada día que pasaba, la relación entre Ally y Jung tomaba más forma, no solo en los momentos románticos sino en los pequeños detalles.
Había mañanas donde Jung se aparecía en la cafetería donde ella solía comprar su café, fingiendo que era coincidencia, aunque ambos sabían que no lo era.
—¿Otra vez tú? —se burló Ally una vez, recibiendo su taza con una sonrisa.
—Debe ser el destino. O tal vez, mi adicción al café —respondió él, guiñándole un ojo.
También estaban las noches en las que Jung llamaba a Ally solo para escuchar su voz antes de dormir.
—Dime algo antes de colgar —pidió una vez él, con la voz adormilada.
—Mañana nos veremos —respondió ella con ternura.
—Eso ya lo sé —rió Jung—. Dime algo que no sepa.
Ally pensó por un momento y, con el corazón latiendo fuerte, susurró:
—Creo que me estoy enamorando de ti.
Hubo un silencio al otro lado de la línea, pero Ally podía escuchar la respiración de Jung, acelerada, como si su confesión hubiera logrado robarle el aliento.
—Entonces, debo esforzarme para que te enamores completamente —murmuró él, su voz más suave que nunca.