Más allá de las sombras.

Capítulo 7 – Las Aguas del Deseo

Elkin creyó que había muerto de nuevo. Su alma flotaba entre la bruma de la inconsciencia cuando un estremecimiento helado en los pies lo arrancó del abismo. Despertó tendido sobre la arena húmeda de una playa desconocida. El sol apenas se asomaba y el vaivén de las olas le besaba los talones como si la misma vida le pidiera volver.

Se incorporó aturdido, el salitre en la nariz, el corazón palpitando en confusión. Miró a los lados. No había rastro del elefante. No había rastro de nada que conociera. Solo él y una costa que parecía recién nacida del sueño de un dios antiguo.

Entonces, un chorro de agua le salpicó el rostro. Elkin dio un brinco. Un delfín había saltado cerca y lo miraba con una sonrisa que parecía humana.

—¿Y tú quién eres? —preguntó Elkin.

—Tu nuevo amigo —dijo el delfín con voz cristalina—. Estás aquí porque debes encontrar el Templo del Agua.

—¿Otro templo…? —murmuró Elkin, sintiendo el peso del destino apretarle el pecho.

—Es la única forma de liberarte, de regresar a ese lugar que llamas “hogar”.

Elkin pensó en su hogar. ¿Valía la pena volver a un sitio donde ya no sentía pertenencia? ¿Era su hogar o solo el eco de un pasado?

—¿Y por dónde es la ruta esta vez?

—Sigue el río —indicó el delfín, señalando con la cabeza una corriente que nacía en las entrañas de la isla y desembocaba justo a sus pies—. Más adelante encontrarás un lago. Pasa la noche allí. Y enfréntate a tus pecados .

Elkin frunció el ceño, sin comprender del todo, pero asintió. Empezaron la marcha. El delfín nadaba paralelo por el río, mientras Elkin caminaba por la orilla, entre raíces y piedras resbalosas. Horas después, llegaron al lago.

Elkin se sumergió sin pensarlo. El agua le mordió la piel. Era como zambullirse en hielo líquido. Salió temblando, jadeando.

—¿¡Estás loco!? ¡Esto puede matarme!

El delfín no respondió con consuelo, sino con sabiduría.

—Morir también es rendirse antes de tiempo. Puedes quedarte aquí y congelarte en tus deseos, o atravesarlos y continuar.

No había elección. Elkin volvió al agua. Cerró los ojos. La corriente helada lo abrazó como una madre estricta. Entonces, vinieron las visiones.

Una mujer de mirada seductora emergió de la bruma. Su voz, una caricia. Sus formas, tentación pura. Elkin sintió el fuego interno despertarse, esa llama que tantas veces había dirigido su camino… y también su ruina.

Pero la voz del delfín susurró en su mente:

“La lujuria no es amor. Es el eco vacío del deseo que consume sin dar. Si deseas avanzar, suéltala. No eres su esclavo.”

Elkin gritó bajo el agua. No de dolor, sino de guerra. Su espíritu luchaba contra sí mismo. Otra visión lo tomó por sorpresa: esta vez, era él mismo enredado en cuerpos sin rostro, cadenas de placer que lo jalaban hacia el abismo.

Con los labios morados y el alma abierta en llanto, resistió. Lágrimas tibias se mezclaron con el hielo. Y poco a poco, el agua comenzó a sentirse cálida. No porque cambiara la temperatura, sino porque Elkin cambiaba por dentro.

Superó una prueba, luego otra. Y al amanecer, pálido como la luna, con la piel arrugada y el alma exhausta, emergió.

El delfín lo miró desde el borde, solemne como un maestro.

—Has vencido a la lujuria. No negándola, sino reconociendo su sombra y decidiendo no ser devorado por ella.

—¿Y ahora…?

—Ahora puedes continuar. Aún quedan pruebas. Pero hoy, has dado un paso hacia la verdadera libertad.

Elkin no respondió. Solo respiró profundo. Sintió que, por primera vez, algo dentro de él se había roto… para sanar.




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