Más allá de tus ojos

Capítulo 5: Oportunidad

Hace unos instantes, Ian me envió un mensaje diciendo que estaba saliendo de su casa, y desde entonces, estoy nervioso. En realidad, estoy mucho más que nervioso. Es como una mezcla de ansiedad y pánico que no deja de revolverme el estómago, de evocarme cientos de pensamientos catastróficos referentes a lo que sucederá a continuación.

Ayer pasamos un día agradable en la playa: hablamos y reímos como si nos conociéramos de toda la vida e, incluso, hubo momentos en los que pensé que pasaría algo más, que nos besaríamos; sin embargo, él reaccionaba y desviaba su mirada hacia el lado contrario, como si estuviera perdido...

A medida que transcurre el tiempo, esa idea de que hay algo en él que no es normal se hace más vehemente para mí, y quiero averiguar, desesperadamente, de qué se trata. Mis intenciones no son presionarlo para que ceda, es evidente que le cuesta trabajo estar cerca de mí y que, de igual forma, lo hace. No lo entiendo, pero me alegra que sea así y no estoy dispuesto a arruinarlo.

De todos modos, siento que puedo ayudarlo a ser esa persona tierna y amable que esconde bajo esa fachada ruda de hombre imperturbable. Siento que puedo lograr que confíe en sí mismo, sanar su corazón para que se abra y se permita recibir amor, todo el que sé que necesita y se merece.

Y no es problema para mí sentirme atraído hacia él: es interesante, inteligente, divertido, agradable... En conclusión, mucho más tratable de lo que parece. Su interior se me antoja hermoso, sus palabras dulces, inseguras, sus ojos me emiten tantas sensaciones, y su tacto es tibio, reconfortante y excitante.

Él, simplemente, me encanta de formas que no puedo explicar.

De formas que no son lógicas.

De formas que me aterran.

Sé cómo es tratar con personas así, gran parte de mi vida lo he hecho e, intentar reparar lo que antes estaba bien, lo que posiblemente no volverá a ser como entonces, puede llegar a ser decepcionante; sin embargo, también puede hacerte sentir mejor, con más vida. Disfruto de la felicidad ajena porque siempre es bueno estar rodeado de positivismo y cariño. Siempre es lindo saber que hiciste algo para dibujarles una sonrisa en el rostro a los demás...

De pronto, el timbre suena y mis latidos se aceleran tanto, que puedo sentir las pulsaciones detrás de mis orejas.

Respiro profundo, me levanto de la cama, acomodo mi cabello en el espejo, y en breve, salgo de mi habitación en dirección a las escaleras. Al estar en la primera planta, recorro el pasillo que separa la puerta de la sala y abro la puerta, encontrándome con un par de ojos que ahora lucen más verdes que mieles tras ella.

Su dulce voz se hace presente, mi canal auditivo la capta, pero mi cerebro no la procesa: se encuentra muy ocupado admirándolo. Tiene una chaqueta de jean cubriéndole el torso y, bajo ésta, una camisa blanca con pequeños diseños rojos esparcidos por toda la tela; sus pantalones son ceñidos, de un azul oscuro que hace resaltar el tono de su piel, pero no es un tono marino, sino rey. Mientras, su rostro se muestra pacífico, amigable, con una leve sonrisa en los labios.

—H-Hola... —apenas consigo pronunciar, sin aliento.

Me muevo, torpemente, y lo invito a pasar.

—Hola. —Tengo deseos de darle un beso en la mejilla, un abrazo, un apretón de manos... Lo que sea para sentirlo más cerca; pero las reprimo, convenciéndome de que debo dejar que él dé ese paso—. Es una linda casa.

Le sonrío y asiento, haciendo ademán de que me siga hacia la sala.

—Me alegra que hayas venido, lindo.

Me toma de la mano, entrelazando nuestros dedos, y me observa en silencio, analizando mi rostro. Parece que quiere decirme algo, conozco esa expresión, es idéntica a la mía cuando me pica la lengua por comentar lo que se supone que debo guardarme...

De pronto, en mi estómago comienza a crecer el caos, los nervios, la ansiedad, mientras que en mi mente un montón de deseos, preguntas y situaciones se arremolinan, causándome un ligero dolor en la entrepierna. Sus comisuras se alzan más conforme va aproximándose, queda a escasos centímetros de mi rostro. Siento su aliento fresco chocar contra mi boca, y suspira cuando creo que va a dar el paso que necesito; entonces, su cabeza se ladea y me da un beso en la mejilla, dejándome aturdido.

—Deja de decirme así —murmura contra mi oído, provocándome escalofríos—. No soy tan lindo como tú.

Siento cómo mi organismo se calienta, cómo mis rodillas tiemblan, cómo mi respiración falla y hasta me atrevo a decir que puedo sentir cómo mi sangre se paraliza.

Hago un esfuerzo por concentrarme cuando se aleja; sin embargo, no hay pensamiento coherente cruzando por mi mente, sólo imágenes y sonidos que no logro reconocer por más que lo intente.

Nuestras extremidades siguen unidas, aferradas, como si el tacto no fuera suficiente —que en realidad, no lo es—. Mis ojos se aventuran y se posan en los suyos; detecto un brillo que no había visto en ellos, no de burla o diversión, sino de algo totalmente distinto, algo extraño, algo muy... bello.




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