El aleteo en las paredes de mi estómago no ha dejado de picar, mis manos tampoco de temblar, y mucho menos ha mermado el palpitar desenfrenado de mi corazón. Cada vez que pienso en su hermosa sonrisa, en sus ojos grisáceos, en sus labios suaves... Simplemente, con cada suceso y palabra musitada por él, no puedo evitar sentir que algo va creciendo en mi interior.
Han transcurrido cinco horas desde que Leo me dejó en la puerta de mi casa y mentiría si dijera que he dormido o siquiera parado de sonreír; las cosquillas de mi interior me torturarían si tan sólo me atreviera a pensarlo. Y es que ese sentimiento intenso y lacerante se ha adueñado tanto de mí, que mi cuerpo no obedece lo que le intenta manifestar mi cerebro.
A priori, no había experimentado un momento como ese: siempre fui el secreto, el chico que, a pesar de haber salido del closet, seguía atado a él por su pareja. No es que en ese entonces me haya quejado con demasía, no es que en ese entonces no haya aceptado lo poco que se me ofrecía, lo tenía a él y podía ser feliz durante los breves ratos que compartíamos, durante cada mirada y detalle que nos dedicábamos. Sin embargo, no se sentía como ahora, tan diferente, tan correcto... tan aceptado.
Ciertamente no quiero volver a pensar en él y todo lo que me hizo sentir, pero es difícil no hacerlo cuando tengo tantos conflictos emocionales y sentimientos encontrados, cuando he estado procurando rechazarlos para mantener mi corazón a salvo...
Son tonalidades grises contra azules. Piel morena contra blanca. Facilidad contra complicaciones. Realidad contra recuerdos...
Dentro, llevo una encrucijada que no me deja calma, que no descansa, que maquina más rápido que cualquier dispositivo inteligente. Dentro, llevo tantos pensamientos incoherentes, unos vagos y otros claros, unos que resplandecen más que otros y me torturan, acechándome, haciéndome sentir un idiota por no poder dejar a un lado mi pasado.
«Estás acabado...»
Se me es imposible pensar que hace no mucho —poco más de un día— quería alejarme del culpable de mi ablandamiento cuando ahora lo único que quiero es abrazarlo para olvidarme un segundo de él y lo que diría porque, precisamente, eso lo que ocurre con su proximidad: nadie más existe.
Me niego a creer que es algo estúpido porque sé que ganará esa parte de mí que es fiel a mi antiguo noviazgo. Me rehúso a aferrarme a la idea de estar traicionándolo cuando fue él quien me dejó. Tuve suficiente, ya no puedo soportar sentirme tan solo y deprimido. Merezco amor y reciprocidad, a alguien que este dispuesto a hacer lo mismo que yo o incluso más.
Una punzada se instala en mis entrañas y, de repente, siento ganas de vomitar. Me levanto de la comodidad de mi cama y me dirijo hacia el amplio balcón que da vista al patio trasero, donde a lo lejos se puede apreciar el cobertizo que funciona como oficina para Tristán, mi hermano mayor.
Tomando una bocanada de aire, reprimo las lágrimas que me ruegan salir al imaginarme cómo sería mi vida sí no me hubiera inscrito en la clase de francés.
Tal vez mi situación sería lo opuesto.
Tal vez estaría mejor.
No me encontraría pensando en que debería llamar a Leo con intenciones de saber la hora a la que nos reuniremos. Y, en definitiva, no estaría inventando excusas para escuchar el matiz tan calmante de su voz.
Suspiro, apoyando mis codos en el barandal de piedra, y pongo mi cabeza entre mis manos, sintiéndome como un niño enamorado. Es posible que ese no sea el caso aún, pero ante tanta vehemencia y confort que me ofrece con una simple mirada, experimento incontables sensaciones en el pecho que se me antojan bastantes.
Me paso las yemas por los lagrimales en un intento por quitar los rastros de esa percepción que se asienta en mí cada vez que un ataque de ansiedad está a punto de llegar. Acto seguido, mis pulmones aspiran el aire que pueden y luego lo expulso, lento, anhelando que sea suficiente para aminorar la apretura en mi caja torácica.
Desvío mí vista hacia horizonte. La oscuridad ha reclamado su territorio y la luna se ha alzado en el cielo, completa, brillante y hermosa pidiendo a gritos que le presten atención. El bello reflejo que produce en el agua de la piscina, me impulsa a apretar mis párpados, inspirar profundo y añorar viejas épocas.
De golpe, un recuerdo vuelve a mi mente, cegador, sólido, fugaz, como si debiera hallar algo oculto en él, algo que no pude ver cuando estamos juntos... Siempre le gustó la vista que se aprecia desde aquí, solía darme un beso profundo y lleno de afectividad antes de desperezarse y abrir las puertas. Se mantenía observando la lejanía con los brazos apoyados en el barandal y el cuerpo erguido hacia adelante hasta que sol comenzaba a aparecer tras las montañas; su cabello largo y ondulado cubría sus facciones, pero no el hecho de que nunca dormía lo suficiente.