PRÓLOGO
“… Respiré profundo y me sumergí en el sombrío bosque con el coraje y temor asechándome, compitiendo sin sentido.
Con la luna en su máximo esplendor ya no estaba tan oscuro; las hojas originalmente verdes parecían azulinas y brillantes. Miré al cielo. Era imponente, luminosa en sus tonos fríos pero a su vez llenándome de una inigualable calidez. Me observaba como esos ojos que me encantaban; que con la mirada penetrante podían regalarte el paraíso. Que irónico, me recordó el subconsciente; magia y paraíso, sinónimos para quienes lo desconocían, no siempre iban de la mano. Que tarde lo había descubierto.
El viento me peinaba y despeinada alternada y placenteramente cuando comencé a correr. Con todos mis sentidos alerta podía percibir cada detalle. Pequeñas chispitas de luz flotaban, como las que lanzaban los leños de una fogata recién encendida, o los que se observan al contemplar la chimenea, pensé. Pero no, era aún más maravilloso. Miles de luciérnagas que volaban salpicando sus destellos por todo el bosque, de una forma tan mágica que me llenaba de regocijo.
Que humano, volví a pensar irónicamente. Ahora resultaba tan fácil serlo, con una idea fija de realidad y sólo unas pequeñas y limitadas variantes de fantasía; atados a la cotidianeidad y a la simpleza, en la que observar las estrellas producía un estremecimiento de felicidad, un obsequio de la naturaleza. Jamás concebirían algo más, como yo; creerían estar en esos maravillosos sueños, deseando permanecer allí cinco minutos más, solo cinco. Como yo. Soñando, como yo; sintiendo temor a que la desesperante alarma quitara todo lo que en ese momento inundaba de felicidad el mundo entero; como yo. Y así sucedió. Repentinas sombras invadieron el bosque. El sueño había acabado.”