CAPÍTULO 4
LA OSCURIDAD LLEGÓ
William conducía, Helen iba en el medio del asiento trasero, a su izquierda iba su madre, a su derecha Christian y en el asiento delantero del acompañante iba su padre. Cada vez estaba más segura que el castaño era todo un ganador, conversaba animadamente con sus padres y ambos parecían muy a gusto, en cambio el rubio acotaba o respondía alguna pregunta de vez en cuando pero no emitía muchas palabras.
– Y acá tenemos a nuestra pequeña que tuvo la suerte que muchos no, de ir al extranjero a estudiar, y es una oportunidad inmensa sobre todo para su carrera que es periodismo — Contaba su madre mientras Helen quería hundirse en el asiento por tratarla como una criatura, como siempre lo hacían.
– Sí, es nuestro orgullo. Se la extraña demasiado en la casa, siempre tan tranquila pero bueno, cuando se enoja… no saben lo que es — añadió su padre y los tres reían a excepción de William y Helen, claro.
– Sh, Esteban no digas eso, pobrecita. Es un tesoro, muy tranquila… así duerme también... — definitivamente su madre no pudo evitar el comentario tan desagradable, porque claro, ella no había conseguido aquella beca por sus propios méritos sino por contactos de su tío, pero no significaba que fuera una desastrosa estudiante que se le pasa la vida durmiendo sin tener nada más que hacer u olvidando sus obligaciones.
Se llenó de furia, estaban poniéndola en vergüenza frente de nada más y nada menos que su profesor, extraordinario abogado dueño de un prestigioso hotel en el centro de Nueva York y Christian o “el señor Hamilton” como muchos lo llamaban. Un brillante profesional que sabía a la perfección cinco idiomas y era la mano derecha de su jefe y al parecer, amigo.
– No veo nada de niña dormilona y malhumorada en ella, si me permiten... y si lo fuera no duraría ni dos días en esa Universidad — dijo William con calma y seguridad como siempre, mientras la miró esbozando una pequeña sonrisa de perfectos dientes blancos. Era evidente que no había podido contener el comentario.
Helen lo miró boquiabierta, eso era realmente increíble, pensó. Enseguida sus mejillas y tal vez todo su rostro se tiñeron de rojo mientras se hundía en el asiento; sin embargo le devolvió una sonrisa tímida y dudosa en señal de agradecimiento. A pesar de no demostrarlo, a William aquello lo había cautivado.
– Ahí está, el profesor lo dice. Además, es una excelente amiga según veo — añadió Christian sonriente y la miró.
Claro, el bendito castaño no iba a quedar atrás, pensó William, todo debía comentar, siempre sobresalir, competir. No era un buen partido para ella, concluyó luego de observarlos por el espejo retrovisor a ambos. Helen merecía algo mejor, alguien que la permitiera ser lo que realmente es y no compitiera hasta con su propia sombra. Christian era un buen joven para cualquier mujer. Uno de los pocos buenos tipos que quedaban, continuó en sus adentros el rubio. Pero no para Helen, veía sus intenciones y ella no podía ser de Christian, no lo iba a permitir a menos que fuera lo que ella quisiera con todo su ser. Ahora se sentía responsable de su bienestar y no iba a permitir que cualquiera la destruyera.
El recorrido continuó con el descubrimiento de que el rubio era el profesor de Helen y la empresa hotelera. Posteriormente conversaron sobre viajes hasta que llegaron a destino. Los dos se mantuvieron en silencio, abstraídos, ambos en su mundo lleno de ideas y sentimientos. Para su suerte el mal tiempo cesado y la noche era agradable.
Helen cenó con su familia y luego fue directo a su departamento a descansar, el día fue agotador y necesitaba quitar de su mente las interminables preguntas sobre McGowan. Su cerebro no dejaba de indagar sobre las actitudes del hombre, la forma en la cual la defendió, las cosas extrañas que sucedían en torno a él, lo incómoda y nerviosa que la hacía sentir, el querer huir de él pero a la vez no alejarse nunca; y así quedó dormida en una maraña de pensamientos. Al fin su mente tenía paz, su cabeza calmó.
***
Al día siguiente despertó con un dolor de cabeza que parecía que le iba a explotar, por lo que decidió faltar a clase. Necesitaba descansar y para su suerte sus padres irían a una excursión temprano, que duraba todo el día y sus amigas a Brooklyn, donde parían todo el tiempo posible recorriendo. Así decidió tomarse el día libre sin decirle a nadie, no tenía ánimos de dar explicaciones sobre cada cosa de su vida, estaba cansada de eso.
Decidió que era buen día para salir al aire libre, así que desayunó en una cafetería cerca del mediodía y caminó gustosa las calles de manhattan. Tomó el bus y llegó al Central Park, donde se sentó a observar las palomas, sentir el aire fresco y limpio mientras las hojas coloridas volaban. El sol la reconfortaba sintiendo que la cargaba de energía, paz y tranquilidad, cerró los ojos.
De pronto, un par de manos se cerraron al final de sus hombros, apretándola con fuerza. Tanto que podía percibir los dedos clavándose en su ahora cálida piel generando un dolor abrazador en los músculos. Abrió los ojos de golpe paralizada del miedo, sin saber qué hacer.
— Te estuve buscando por mucho tiempo, eres tan escurridiza como un gusano, querida Helen— dijo una voz detrás suyo, ahora le costaba respirar y la poca energía que le quedaba se consumía como un fósforo encendido. Algo en su cabeza quemaba pero sentía frío en todo el cuerpo y sus piernas no respondían. No estaba segura si era por el pánico o por otra cosa ni tenía tiempo de averiguarlo en ese momento.
Intentó calmarse y miró a su alrededor, no había nadie.
¿A dónde fueron todos? Se preguntó. Recordó que minutos atrás había niños corriendo, jóvenes y adultos paseando sus mascotas, parejas que caminaban de la mano o se sentaban en el césped. Ahora todo estaba desolado, salvo por la persona que estaba atrás suyo reteniéndola y la que veía en frente acercarse rápidamente.
La pesadumbre se apoderaba de su ser. Se dormía y no había nada que pudiera hacer, luchó para mantener sus ojos abiertos pero eran como dos pilas de plomo. Mientras perdía la consciencia vio una nebulosa blanca y se preguntó si estaba volando pero se apagó. Todo se convirtió en oscuridad.