CAPÍTULO 8
MAGIA EN EL BOSQUE
La noche fluyó de forma lenta y Helen se mantuvo prácticamente ausente, absorta en recuerdos y en imágenes vívidas de la majestuosa figura de William con el fuego en la mano. Todo se asemejaba a un sueño, y temía despertar. Poco a poco fue digiriendo la información, proponiéndose dejar de analizar cada cosa, para permitir que la magia sucediera, fuera real o no; añadiéndole la chispa que le faltaba a su vida. Y si tendría que vivir en una fantasía, lo haría encantada.
Aun así, a pesar de su esmero en evadir el desafortunado evento del Central Park, el miedo amenazaba con volver pero no quería sentirlo. A lo largo de su vida había tenido miedo hasta de lo imposible. Entonces la escena de William sosteniéndola en sus brazos volvía, y con ella acarreaba la majestuosa seguridad de que él estaría ahí, para salvarla. Era su guardián.
De pronto se encontró entusiasmada, curiosa y loca de deseos de que fuera el otro día. Se acostó temprano y daba volteretas en la cama, convirtiendo las sábanas en una maraña, al igual que su cabello y que su cabeza en ese momento. Prácticamente no pudo conciliar el sueño esa noche, hasta que Morfeo apareció.
A la mañana siguiente William estuvo esperándola puntualmente en la puerta. Ella bajó las escaleras de forma automática, prácticamente volando de la ansiedad; pero abrió la puerta intentando disimularlo.
— ¿Preparada? — preguntó William a modo de saludo.
— Por supuesto.
Su flamante y ultramoderno Mercedes estaba estacionado justo en frente. Una vez dentro, Helen tuvo que contener la catarata de preguntas y suposiciones que la atormentaron la pasada noche. Para su sorpresa, él se adelantó.
— Helen, ¿de dónde eres?
— Argentina — lo escrutó con la mirada aprovechando la ocasión. Tenía un sweater color verde militar grisáceo debajo de un abrigo clásico de paño de color similar, jeans oscuros de un material que parecía bastante cómodo, y un par de elegantes zapatillas negras de caminar.
— Pero tu acento… —parecía confundido y ella sonrió.
— Viví en diferentes partes. En mi país cada provincia tiene una tonada diferente al hablar… supongo que por eso tengo un acento neutro.
— Se parece a los doblajes latinos de las películas… te escuché hablar en español con tus amigas.
— Estudiar periodismo debe dejar sus huellas — admitió y se encogió de hombros
— Y tu inglés es muy bueno.
— Estudie desde muy pequeña.
— Ya veo.
— ¿A dónde vamos y que me mostrarás ahí?
— ¿El periodismo también influyó en tu sed de indagación?
Helen rió
— Hm… no, supongo que por algo lo elegí… aunque pudo haberse acentuado un poco tal vez…
Ambos rieron.
Poco tiempo después de cruzar el puente se agotaron las grandes construcciones, abriendo paso a un nuevo paisaje en diferentes tonos de verdes y marrones que rodeaban a las pequeñas, medianas y grandísimas casas. Llamó la atención de Helen los pequeños caminos entre el césped, acompañado de algunos árboles y arbustos bien podados; y deseó que alguna de esas fuera su hogar, el barrio era hermoso.
Se sentía en una de las películas que tanto consumía. El paisaje natural fue poblando cada vez más la vista, hasta ocupar todo un lado de la calle. Al llegar a una esquina giraron para abrirse una espesa extensión de verde a ambos lados de la calle, con algunas ramas desnudas, hojas caídas de colores térreos y otras aún prendidas. Aquello era maravilloso. Una cuadra después habían varios autos aparcados en un pequeño estacionamiento, junto a una pintoresca edificación de madera, a juego con el estilo de las viviendas que habían dejado atrás.
Sin decir nada William bajó del auto y le abrió la puerta.
— A partir de acá tendremos que caminar — dijo una vez fuera y ella comprendió el motivo del mensaje que le había mandado esa mañana antes de verse, diciéndole que llevara ropa cómoda. Ella había optado por botas, calza babucha negra, camisa larga celeste, sweater suelto y grande color azul marino y un Montgomery a juego. Esperaba no arrepentirse de haber desistido a las zapatillas deportivas.
— ¿Hasta dónde?— rogó que no se le notase lo acobardada.
— Si no te lo digo lo vas a sentir menos — le dedicó una sonrisa traviesa y astuta. Ella suspiró.
Caminaron un corto tramo por un sendero angosto. William le tomó la mano decidido, lo cual a ella le produjo una sensación de electricidad inexplicable, y se adentraron a la arboleda.
Mientras, Helen se debatía interiormente si era producto de la magia o de la inevitable atracción que tenía por aquel hombre. Debía ser la magia, sí; tenía que serlo. Lo positivo fue que su abstracto subconsciente le impidió reparar en su fobia a los insectos.